Comunidad rumana en Euskal Herria. ¿Cómo se sienten? Igual valdría la pregunta para marroquíes en Catalunya o chilenos en París, en definitiva para cualquier migrante lejos de su tierra, pues la respuesta corta es en todos los casos «contentos de haber encontrado mayor calidad de vida, pero con una añoranza profunda por la tierra que dejaron». Jornadas como la que viven los rumanos en Lazkao les ayudan a apaciguar la nostalgia, oyendo su música, bailando sus bailes, y contándose en su idioma sobre cómo les va en su patria adoptiva. ¿Y la respuesta larga? NAIZ ha tratado de obtenerla hablando con dos de los asistentes, cada uno de ellos con un perfil muy distinto.
Fabian Tutu Ticala es un muchacho alto, espigado, que se está multiplicando para descargar cajas de comida y botellas de una furgoneta que ha accedido hasta la cancha, al tiempo que indica a Nicolae si las banderas que este está adhiriendo en el frontis –hasta cinco– están correctamente niveladas. Habla en rumano con el conductor del vehículo y en euskara del Goierri con el periodista, para decirle que sí, que hablará con él, pero más tarde, cuando todas las cajas –la mayoría lucen la inscripción «Produs în România»– estén ya apiladas contra la pared izquierda del frontón.
Actualmente residen en Hego Euskal Herria cerca de 25.000 personas de origen rumano. Constituye así la segunda comunidad en número entre los inmigrantes –por detrás de la marroquí– con un nivel de cualificación superior a la media, una alta inserción laboral –en torno al 80%– y un equilibrio casi simétrico entre sexos, circunstancia que los diferencia de la comunidad latinoamericana, predominantemente femenina, y de la proveniente de África, con mayoría de hombres. En el ámbito estatal, los rumanos alcanzan casi un millón de personas, con un porcentaje de gitanos en torno al 10% del total.
La mayoría de los rumanos afincados en Euskal Herria provienen de la región de Maramures, al norte del país, en la frontera con Ucrania. De allí salió Stefan Ticala siendo apenas un adolescente, impulsado por el sueño de una vida mejor. Su primer destino fue Portugal, de donde pasó a Castilla La Mancha, concretamente a Tomelloso, donde trabajó en la vendimia. Luego vino a Euskal Herria, atraído por el mayor nivel de vida, aunque recuerda con cierta nostalgia la época de Ciudad Real «porque la verdad es que después del trabajo lo pasábamos bien, nos divertíamos». Se instaló en Ordizia, donde trabaja en mantenimiento y ha abierto una tienda de productos rumanos, que atiende su mujer, Melania.
El sueño de Stefan, como el de muchos de sus compatriotas, era ahorrar lo suficiente, trabajando duro aquí, como para construirse una casa en su país natal y poner en marcha un negocio, en su caso un taller. Pero, como suele ocurrir, ese proyecto resulta cada vez más difícil de llevar a la práctica: «Conocí aquí a mi mujer, también rumana, nos casamos, y tengo dos hijos, Damian y Fabian. El mayor ya tiene nueve años y se puede decir que es ordiziarra. La escuela, los amigos… todo lo tienen en Ordizia, no en Rumanía. Además, también mis padres y hermanos están ya aquí, igual que mis cuñados» señala. Lo que echa de menos de su país son los amigos de la infancia, y los abuelos, y de los que no quiere saber nada es «de los políticos, como en todas partes».
La comunidad rumana en Euskal Herria mantiene buenas relaciones entre sus miembros, en parte debido a que la mayoría proceden de la citada región de Maramures y poseen hábitos y gustos comunes. Pocos hombres exhiben en Lazkao el traje típico de su tierra, pero muchas mujeres sí, e incluso algunas llevan un calzado de cuero muy similar a las abarcas vascas. Aunque el frío es helador, la proteínica comida y la bebida, que se sirve de un diminuto barril colocado en el mostrador, van calentando cuerpos y espíritus. Los platos principales son el sarmale –rollitos de hojas de col rellenos de carne y arroz– y el mici –salchichas de carne con especias–, pero no faltan los pollos fritos, que Mario va preparando en su camión-asador estacionado en un extremo del frontón. En el escenario, la parte instrumental es fija, representada en órgano, trompeta y acordeón, pero la vocal se va intercambiando entre un hombre y una mujer, que incansables interpretan temas rumanos, bailados en corros de mujeres o en largas hileras mixtas que recorren la cancha de arriba a abajo. No faltan nativos en la fiesta, pero la inmensa mayoría son rumanos.
La animación crece en el frontón y nos desplazamos a una cafetería cercana a conversar con Fabian Tutu Socaci, que pide permiso a su padre para ausentarse diez minutos de la barra. La familia Socaci forma el núcleo organizador de esta fiesta en Lazkao, la primera que se celebra en Gipuzkoa con motivo de la festividad nacional de Rumanía, el 1 de diciembre. En su euskara goierritarra, Fabian nos cuenta que su familia se estableció primero en Ciudad Real, para después subir a Euskal Herria, en 2010, concretamente a Ordizia, de donde pasaron a Lazkao. Fabián empezó en la ikastola en Educación Primaria 3, aprendiendo euskara intensivamente, y hoy es trilingüe; intercala el rumano, castellano y euskara en sus distintos entornos familiares y sociales.
«Yo el futuro me lo planteo aquí, desde luego, y si puede ser trabajando como informático. Ahora estoy en Bachiller II y ya tengo que ir mirando qué opciones se me presentan en los estudios» señala Fabian, que combina los libros con el trabajo en el bar que acaban de adquirir sus padres en Lazkao. Ellos sí sienten la nostalgia de su tierra natal, pero para Fabian Rumanía queda lejos. «Sí, está lejos, hasta físicamente. Por eso, cuando nuestras familias reúnen el dinero suficiente y se van de vacaciones no se quedan una semana, sino un par de meses muchas veces». Es una práctica que se repite en otras comunidades de emigrantes del Este europeo, como los ucranianos –cerca de tres mil en Hego Euskal Herria– y los búlgaros.
Fuera, la nieve sigue cayendo mansamente. Fabian vuelve al frontón y retoma su trabajo, controlando los ticket y sirviendo los platos de comida. El acordeón sigue desplegando sus notas y los vasco-rumanos bailan, entre la integración y la nostalgia.