«Kronika txikia», un libro para saborear despacio
Pamiela edita la traducción al euskara de «Pequeña crónica», el libro más querido de Pablo Antoñana, y con el que la editorial de Iruñea comenzó su ejemplar andadura, hace más de treinta años. Familiares y amigos del escritor estuvieron en la presentación.
Fue una presentación emotiva, en la librería Auzolan, el mismo lugar en el que se gestó Pamiela y con la presencia de familia y amigos del escritor navarro, fallecido hace ya casi seis años.
“Pequeña Crónica” ganó en 1973 el premio de novela corta Ciudad de San Sebastián y fue editada por primera vez por la revista “Kurpil” en 1975. En 1984, la también por entonces revista Pamiela, en su número 4, realizó un homenaje al escritor vianés que acompañó con la edición de nuevo de la novela, inaugurando la andadura de la editorial navarra, que ha sido también y sigue siendo la editorial de Pablo Antoñana (dentro de poco, de hecho, publicarán otro libro suyo, “Noticias de la Segunda Guerra Carlista”). Y ahora, más de treinta años después, llega esta “Kronika txikia”, la traducción al euskara, de la mano de Luis Mari Larrañaga, también presente ayer en Auzolan. Larrañaga tradujo en realidad la obra para una edición venal, no comercial, de 2010, con la que un entusiasta grupo de amigos y admiradores de Antoñana lo homenajearon en Zumarraga.
Elvira Antoñana, una de las hijas del escritor, destacó que su aita estaría orgulloso de ver su obra más querida publicada en euskara, una lengua que aprendió ya en edad madura (en el bar Catachu de Iruñea, de la mano de Asisko Urmeneta y junto a otros ilustres alumnos como Jimeno Jurío).
Elvira Sainz, por su parte, la viuda del escritor, se mostró emocionada recordándolo: «Pablo escribe… escribía difícil, pero muy bien. Es un autor al que hay que leer despacio, despacio». Sentado a su derecha, Toño Muro, probablemente una de las personas que más y mejor han estudiado y escrito a Antoñana, señaló que “Pequeña crónica” marca un hito en la carrera literaria del autor, convirtiéndose en su obra de madurez literaria y destacó la dificultad de trasladar a otro idioma la riqueza y evocación de su sintaxis y su léxico, dificultad que, sin embargo, Luis Mari Larrañaga asumió con gusto. «Fue un trabajo inmenso, pero muy gratificante», señaló el traductor, quien ya había volcado al euskara anteriormente otro cuento de Antoñana, “Juli Andrea”, también incluido en esta nueva edición de Pamiela.
Larrañaga, que considera este su trabajo más importante, tradujo “Pequeña crónica” en sucesivas versiones, sin la presión de un encargo. Despacio, despacio. Saboreándolo. Como hay que leer a Antoñana.
Un día importante, en definitiva, el de ayer –concluyó Blanca, otra de las hijas de Antoñana–, tanto para los lectores euskaldunes de Antoñana como para la familia del que ha sido seguramente el escritor navarro más importante del siglo XX.
«Purísimo veneno para el sosiego»
«Veneno, purísimo veneno para el sosiego», así define Victor Moreno la escritura de Pablo Antoñana en el hermoso prólogo para la edición de “Pequeña crónica”, de 1984. La obra narra la decadencia de una familia aristocrática, personificada en el personaje de un niño-monstruo, en cuyas heces veteadas de colores se puede leer el final trágico de una estirpe. Un niño-mostruo que rompe los espejos y busca refugio en sus huecos, abandonado por los suyos y amado hasta la muerte por la criada de la casa, que es también la minuciosa narradora de la novela.
Escritor andasolo, como escribía Miguel Sánchez-Ostiz en su imprescindible “Lectura de Pablo Antoñana”, nació en la misma casa en la que vivió y murió otro escritor, Navarro Villoslada, lo cual determinó su vocación. No deja de ser cierto por reiterativo que sea que la obra de Pablo Antoñana, inmensa, mereció, merece mejor suerte. P.I.