Pablo L. OROSA

EL DRAMA DE LOS ROHINGYA ES UN CALADERO POTENCIAL PARA LA YIHAD

En la mezquita de Thay Chaung, el murmullo de las plegarias se ahoga entre las risas de los niños que estudian en la estancia contigua. No hay un hueco libre, pero los líderes religiosos de la comunidad rohingya descifran las ausencias con la mirada. Son tantas que no podrían registrarlas. Sería malgastar el papel. Rezan cada día por los huidos. Por los chicos de su mezquita. Para que no caigan en manos yihadistas. Para que no se conviertan en muyahidines.

Los rohingya no somos extremistas. Queremos vivir en paz». Sentado, con las piernas cruzadas bajo el longyi en la mezquita de Thay Chaung, una pequeña construcción de bambú y hojas de palma esculpida por la brisa que barre la bahía de Bengala, Mohamed Mnur habla del genocido de los rohingya, uno de los pueblos más perseguidos del mundo; de los centenares de miembros de esta minoría musulmana que han perecido víctimas de la violencia religiosa en el estado Rakhine, al oeste de Myanmar; de los miles que malviven confinados en los campos de desplazados de la bahía de Bengala. Pero Mohamed Mnur habla sobre todo de los huidos. De los más de 100.000 rohingyas que desde 2012 se han embarcado en los «barcos fantasma» del mar de Andamán rumbo a Malasia o Bangladesh. Porque ellos, los huidos, volverán algún día. Y teme que para entonces hayan sustituido las enseñanzas de su mezquita por el discurso yihadista.

En los últimos meses, los grupos radicales musulmanes que operan en la frontera entre Myanmar y Bangladesh, encabezados por Jama'at ul Mujahideen Bangladesh (JMB), han puesto a la minoría rohingya en el punto de mira para reclutar nuevos adeptos. Las miserables condiciones de las que huyen, unidas al desapego con el que son tratados en sus países de acogida, especialmente en Bangladesh, convierten a los jóvenes rohingya en el destinatario ideal del discurso extremista. «No tengo ninguna duda de que los rohingya, desplazados y desencantados, serían un objetivo natural para cualquier grupo que busca reclutas para la yihad», apunta el experto Gavin Greenwood.

En los campos de Thay Chaung todo el mundo conoce a alguien que ha huido. Lo hacen cada semana, hacinados en barcos herrumbrosos que parten desde el embarcadero situado en uno de los extremos de la ensenada. «Los que van a Bangladesh son los que más me preocupan. Allí es donde se radicalizan», asegura Mr. Dieu (nombre ficticio), uno de los líderes de la comunidad musulmana en Sittwe. Considerados inmigrantes bengalíes en Myanmar, los rohingya son también apestados en el país vecino, que los cataloga como criminales por haber entrado ilegalmente en el país.

Actualmente, poco más de 32.000 rohingyas han sido registrados en Bangladesh como refugiados y el Gobierno pretende trasladarlos a la isla de Hatiya, al sur del país, lejos de la frontera birmana, una zona sin apenas infraestructuras ni protección contra las crecidas del mar y muy vulnerable a los ciclones. El resto, los cientos de miles de inmigrantes no registrados, en su gran mayoría menores, seguirán residiendo de manera ilegal en los territorios fronterizos de Cox´s Bazar, donde operan las mafias del narcotráfico y la trata de personas.

En Cox´s Bazar, privados de cualquier ayuda estatal, los rohingya acuden a las madrazas, las escuelas coránicas, para poder estudiar. Les enseñan a leer. A sumar. A hablar bengalí. Pero en algunos casos les adoctrinan también en el fanatismo religioso. «El actual Gobierno de Bangladesh está haciendo todo lo posible para detener la radicalización en el país y en las zonas fronterizas, pero la situación política se complica día a día, especialmente tras la ilegalización del Jamaat-e-Islami –el mayor partido islamista bangladesí–», señala la investigadora Rajeshwari Krishnamurthy del Institute of Peace and Conflict Studies de Nueva Delhi.

Los muyahidines de Arakan

El atentado contra los templos budistas de Mahabodhi, en India, reconocidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, en julio de 2013, es hasta la fecha el mayor ataque perpetrado por la insurgencia rohingya. Amparados por Lashkar-e-Taiba (LeT), la organización paquistaní responsable de la matanza de Mumbay en 2008, donde murieron 166 personas, los denominados «muyahidines de Arakan» declararon en enero del pasado año la guerra contra los budistas birmanos del estado rakhine. Sus tropas, entrenadas en los campos fronterizos de Cox´s Bazar y Teknaf, en territorio bangladesí, se nutren de los miles de rohingya que cada mes cruzan la frontera huyendo del genocidio en Myanmar. «No todos los rohingyas que huyen a Bangladesh se radicalizan. Un número pequeño lo hacen y se unen a los ‘muyahindines de Arakan’», afirma Krishnamurthy.

La organización, heredera de los movimientos Rohingya Solidarity Organisation (RSO) y Arakan Rohingya National Organisation (ARNO), prácticamente descabezados por la persecución de las autoridades bangladesíes, centra su agenda en la lucha por los derechos de la minoría rohingya «más que en la yihad internacional», aclara la investigadora del Institute of Peace and Conflict Studies de Nueva Delhi. No obstante, la agencia india de inteligencia ha constatado la presencia de líderes de Lashkar-e-Taiba en las zonas fronterizas entre Bangladesh y Myanmar, lo que alerta de una posible radicalización de la insurgencia rohingya.

En 2012, tras la oleada de violencia religiosa que causó la muerte de al menos dos centenares de rohingya y el desplazamiento forzoso de más de 150.000, un grupo de exiliados rohingya declaró su intención de crear la república islámica de Rahmanland en los territorios del norte del estado rakhine, cuya capital, Sittwe, sería rebautizada como Syahida.

El territorio rohingya es también escenario de la batalla fratricida entre el ISIS y Al Qaeda por el liderazgo de la lucha yihadista. El pasado mes de setiembre, el sucesor de Bin Laden, Ayman al- Zawahiri, anunció la creación de una filial en el subcontinente indio «Qaedat al Jihad», con la que pretende revivir el califato musulmán en Birmania, Bangladesh y partes de India. Con esta maniobra, tildada de «desesperada» por Krishnamurthy, Al Qaeda trata de salvaguardar su rol como líder regional de la yihad desplazándose «hacia el este donde el ISIS no ha extendido sus tentáculos (...) Es probable que incrementen sus actividades en Assam, utilizándolo como puente para difundirse por Bangladesh, y desde allí, a Birmania», asegura Krishnamurthy.

Una minoría pacífica

«La situación a la que se enfrentan los rohingya podría alimentar su radicalización, pero hasta ahora no hemos observado nada en este sentido». Las palabras de Chris Lewa, responsable de la organización Arakan Project y una de las mayores expertas mundiales en la comunidad rohingya, son el eco de la realidad en Thay Chaung. «Si nos dan derechos, nosotros garantizaremos la paz a esta zona», insiste Mohamed Mnur. La decena de hombres que le acompañan esta mañana en la mezquita del campo de desplazados en el que al menos 18.000 rohingya viven confinados desde 2012 asienten con la cabeza. En todo el conflicto con la minoría budista, los rohingyas solo han recurrido a la violencia en las primeras jornadas, cuando las turbas arakan atacaron los pueblos musulmanes. «Si lo hacemos perderemos el apoyo de la comunidad internacional», razona Mr. Dieu, quien insiste una y otra vez en destacar el comportamiento pacífico de los rohingya, incluso cuando el Ejército los hostiga con los temidos spot checks nocturnos en busca de armas.

Más allá de las infames condiciones en las que viven los rohingya en Thay Chaung, sin libertad de movimientos y privados del acceso básico a educación y sanidad, a Mr. Dieu lo que realmente le preocupa es el futuro. Cuando los chicos de las mezquitas, los que emigraron a Bangladesh, retornen a Myanmar. «Entonces veremos las verdaderas consecuencias», advierte.