Nuestra identidad en el nuevo tiempo
Puede decirse que cumplimos ya un quinquenio desde que el conjunto de la izquierda abertzale afrontara el gran reto estratégico que provocó el cambio de ciclo político en la lucha por la liberación nacional y social de Euskal Herria. En términos políticos, cinco años pueden ser un tedioso largo periodo de tiempo o un momento de oportunidades fulgurantes. La diferencia está, evidentemente, en la cantidad y calidad de las conquistas alcanzadas, si suponen un tramo irrelevante del trayecto marcado o, por el contrario, cada paso es un hito hacia la meta final.
No es insustancial calificar de histórico el cambio producido en la izquierda abertzale, pues no fue una variación de enfoque táctico sino una transformación estratégica desde el punto de vista organizativo y de análisis de la realidad vasca y global.
La adaptación de todo un movimiento político a unas circunstancias tan diferentes siempre es un proceso delicado que puede generar problemas internos de reajuste e incluso de sincronía con los nuevos parámetros, sus escenarios o las circunstancias de la sociedad. La correcta adaptación es una de las claves del éxito, de ahí que haya que permanecer atentos a cómo se va desarrollando para corregir errores o distorsiones que pudieran lastrar el recorrido del proceso hacia la independencia.
En ese sentido, hay una percepción bastante general de que el proceso no ha avanzado todo lo esperado. El arranque fue potente, mucho, y en un primer tiempo se sostuvo bien una presión de avance que animó a las fuerzas propias de la izquierda abertzale y encendió la ilusión en la sociedad vasca. Se sentía un fresco espíritu de lucha para empujar Euskal Herria con vigor; se respiraba en las movilizaciones y se materializó en éxitos electorales que nos dieron un poder institucional inédito en la izquierda abertzale.
Si bien el salto de ciclo fue así de ilusionante y positivo, posteriormente han ido aflorando elementos que denotan carencias en la adaptación que, a la postre, están provocando que no lleguemos a la sociedad como se pretendía y debiera y no acabemos de ampliar todo lo necesario la influencia de la izquierda abertzale sobre el devenir político.
Y es que cuando hablamos de nuevas formas de hacer política no nos referimos a bajar el nivel de presión, de organización, de militancia, de movilización o, en general, de lucha. Es, precisamente, todo lo contrario. Adaptarnos a los nuevos parámetros no es renunciar a lo que durante decenios han sido nuestras señas de identidad en la lucha política, porque los objetivos son los mismos de siempre.
Durante la fase de resistencia, la izquierda abertzale marcó firme su terreno sin dar un paso atrás; y con rapidez y efectividad se ajustó luego a la posterior estrategia de construcción nacional, haciendo país incluso en los momentos de ofensiva más virulenta por parte del Estado y todos sus resortes políticos, mediáticos y represivos.
Fue nuestro ADN de compromiso y lucha lo que nos permitió el ajuste a cada fase sin ceder espacio y sin perder jamás la conexión con la sociedad vasca ni el horizonte final de independencia y socialismo.
El ciclo actual es el de la cosecha de los frutos de la lucha, y el de alcanzar la soberanía y la reconstrucción de nuestro Estado. Para ello es imprescindible una óptima adaptación a los parámetros de este tiempo; pero no en la teoría del papel que todo lo aguanta sino en la realidad del día a día, de los entornos próximos y también los más alejados, desde los niveles más pequeños hasta los máximos.
Sobre la base de los rasgos irrenunciables de nuestra tradicional personalidad política, tenemos que adaptarnos mejor. La historia no espera y últimamente va muy rápido. La falta de ese correcto ajuste está haciendo que toda la potencialidad del momento político no acabe traduciéndose en el correspondiente impulso de avance a la soberanía y cierre de la última fase del ciclo anterior, forzando soluciones al tema de prisioneros, exiliados, víctimas y demás consecuencias del conflicto.
Tampoco alcanza el desarrollo deseable el papel de la izquierda abertzale como motor del proceso. Hay una sensación latente de falta de liderazgo, lo que unido a problemas de adaptación a los nuevos escenarios se está traduciendo en ausencia de horizonte definido, de guía y, en consecuencia, el brote de una cierta apatía de ánimo político que no nos está permitiendo avanzar todo lo necesario como para poder ostentar ya conquistas notables.
En esta tesitura puede haber incluso quienes se pregunten dónde están los referentes de lucha, la clásica imagen del dirigente abertzale a la cabeza de los acontecimientos que marcan el pulso del país. Hablamos de la importancia vital de la movilización, de la función de la desobediencia al Estado… pero parece que no hemos logrado activarlo como corresponde para nutrir el proceso y a estas alturas estar bastante más avanzados.
Desde sus orígenes, la izquierda abertzale se desarrolló sobre los valores más rebeldes, vigorosos y orgullosos de nación de la idiosincrasia del pueblo vasco, que han hecho posible que Euskal Herria siga viva. Ese espíritu de lucha se convirtió en el ADN de la izquierda abertzale por la defensa de Euskal Herria y la libertad. La organización y la lucha siempre han sido energía y fundamento de nuestro movimiento; las profundas raíces en lo más íntimo de la sociedad vasca, inmersos en todos los niveles de su ciudadanía.
Esto nos ha diferenciado de cualquier otra fuerza política y nos define con una personalidad de la que nos sentimos profundamente orgullosos.
Nuevos tiempos requieren nuevas formas. Cierto. Pero esto no significa pérdida alguna de nuestra tradición política. La cuestión es trabajar en las nuevas coordenadas con la personalidad que siempre nos ha caracterizado. Estamos en un proceso hacia la recuperación de la soberanía nacional y la integridad territorial y hay que luchar mucho para conquistarlo; no olvidemos que lo que pretendemos es recuperar de España y Francia lo que nos arrebataron.
Nos lo van a poner difícil y muy duro, como lo han hecho a lo largo de la historia y, sin embargo, jamás nos han sometido como pueblo. Y ahí está la clave: acumular fuerzas, ser cada vez más, abarcando a sectores más amplios de la sociedad; trabajar más la calle, los centros de estudio, de trabajo… Necesitamos hacer país con la gente de nuestro país, abrir nuevos espacios, ser centralidad para conducir Euskal Herria a la avenida de su libertad.
No es sencillo conjugar este planteamiento tan amplio e integrador con el imprescindible espíritu de lucha que no puede dejarse a un lado aunque los tiempos sean otros. La clave está en tener el talento y la inteligencia política para diseñar y llevar a cabo las nuevas formas que nos permitan enfrentarnos sin cuartel a los estados, al tiempo que ampliamos el espectro de sociedad que se va uniendo hacia el horizonte de la independencia.
Debemos encontrar el equilibrio para abrirnos y ser centralidad política sin faltar a nuestra tradición de lucha y sin generar desafección entre nuestros sectores más combativos. Difícil conjugación, pero es un reto interno que debemos afrontar y superar. Esto, junto a la motivación de los jóvenes abertzales de izquierda. Si nuestra juventud no empuja con toda su energía, difícilmente alcanzaremos la independencia.
En la izquierda abertzale hay sitio para todos. Hay que organizarse y aportar para hacer posible que Euskal Herria camine hacia su libertad. En los nuevos tiempos, sí, pero con la personalidad política que nos permitió resistir, construir y que ahora nos llevará a la victoria.