El cardumen es uno de los fenómenos naturales más sofisticados, ejemplo muy cercano a la diana en el permanente fluir de la evolución genética de las especies en busca de la supervivencia. Millones de diminutos seres conducen el concepto de la sincronía hasta el límite de la excelencia a través de la sublimación del esfuerzo cooperativo en pos de un objetivo común. El cardumen es el éxito rotundo de la adaptación, de la transformación y la mutación como constante de un comportamiento tanto defensivo como ofensivo, a la vez mecanismo de protección y de depredación. Es, además, una conducta aprendida, no heredada, perfeccionada con cada éxito y con cada fracaso. Tenaz, perseverante e incansable en busca del mayor beneficio, tanto individual como colectivo. El individuo sólido alcanza en el cardumen entidad líquida. Ese es el secreto.

Vivimos un tiempo líquido. Las ideas, las convicciones que modelan la conducta colectiva han desbordado la rigidez de los cauces tradicionales y fluyen ahora en un entorno interconectado de múltiples formas, alimentado por multitud de conceptos que evolucionan y se adaptan con ritmos cada vez más elevados. La construcción de la opinión pública, del pensamiento colectivo, ha migrado del sólido al líquido. El contexto, la interacción inmediata, los juicios constantes, determinan. La rígida solidez en las posiciones, la incuestionable firmeza de los mensajes, las resistencias numantinas y los liderazgos indiscutibles son herramientas de un pasado estático superado.

La liquidez exige esfuerzo. Es inaplazable afrontar una renovación en la radicalidad defensiva y una rearticulación en la imprescindible determinación ofensiva. Sobre la idea, esa sí irrenunciable, de una Euskal Herria independiente y libre. Como el cardumen, y sin olvidar nuestra herencia, el reto es superar la solidez y penetrar en la liquidez, con cuidado de no perderse en la inconsistencia de lo gaseoso.

Y todos en la misma dirección.