Pello Guerra
Elkarrizketa
Aingeru Epaltza

«Nunca en la historia se ha escrito tanto y tan bien en euskara, pero el consumo es muy bajo, lo que resulta muy preocupante»

Doce años. Ese es el tiempo que ha invertido el escritor Aingeru Epaltza en trasladar al papel su trilogía “El reino y la fe”, ambientada en la Nafarroa de los siglos XVI y XVII que permaneció independiente tras la conquista española de 1512. Editada por Ttarttalo en euskara y castellano, el último volumen en su versión en castellano acaba de ser publicado con el título “Nuestra Jerusalén perdida” y con él se cierra una saga integrada también por “Casta de bastardos” y “Yo que fui rey de Navarra”. El protagonista de esta historia es el personaje de ficción Joanes Mailu, doblemente bastardo de los soberanos navarros, y que se deja la piel por defender un reino permanentemente amenazado por sus poderosos vecinos. Aventuras, amoríos y decepciones pueblan unas páginas en las que el lector viaja, entre otros muchos lugares, a la Nafarroa del norte de los Pirineos e incluso a la Iruñea sometida al férreo control de los conquistadores españoles.

Esta magna obra se suma al extenso currículum literario de un periodista de formación, pero escritor de vocación desde la infancia, que atiende a 7K para hablar sobre novela histórica, aniversarios de conquistas y literatura en euskara. Un ámbito este último en el que aprecia luces y sombras, ya que, a pesar de vivir un gran momento desde el punto de vista de la producción, sufre una alarmante falta de consumo que exige la adopción de medidas urgentes.

Periodista que termina convirtiéndose en escritor. ¿Llega un momento en el que la realidad no debe estropear una buena historia, una buena imaginación?

En mi caso, es anterior mi vocación de escritor a la de periodista. Para los ocho o diez años, ya tenía claro que quería ser escritor y así se lo anuncié a mi familia. Como luego vi que no había ninguna carrera de escritor que poder estudiar, terminé haciendo Periodismo, porque se parecía bastante. Así que tenía una vocación muy temprana. Después ejercí el periodismo unos años, hasta que vi que era incompatible con una vida familiar normal y entonces lo dejé. Y además, también es verdad que en el periodismo no se puede contar todo, eso es algo que solo se puede hacer con la literatura.

Aunque también tiene obras más apegadas al presente, ha cultivado especialmente la novela histórica. ¿Esta se ha convertido en el mejor instrumento para acercar el pasado al público en general?

A mí siempre me gustó la novela histórica, como “Ivanhoe” o “Los tres mosqueteros”. Además, hay momentos históricos que siguen sonando en la actualidad y que de alguna forma deslumbran. Intentar recrear el pasado es algo que está presente en la historia de la literatura. Cuando se escriben los cantares de gesta, estos se están refiriendo a acontecimientos que han ocurrido en épocas anteriores. Incluso lo mismo se puede decir de Homero cuando está escribiendo sobre la guerra de Troya. Una buena parte de la literatura recrea el pasado, porque hay momentos históricos que siguen palpitando tal vez por la personalidad de sus protagonistas, como puede ser el caso de Napoleón. Además, a los euskaldunes, que tenemos un pasado tan poco estudiado y que de alguna manera nos lo han ocultado y tergiversado, esas ganas de hablar sobre nuestra historia se refuerza haciendo literatura y también didáctica. Ya que tenemos ese pasado, vamos a aprovecharlo para crear obras.

En sus relatos ha ido de guerra en guerra, de las carlistas a la de Nafarroa de los siglos XVI-XVII pasando por la Segunda Guerra Mundial. ¿Las historias son más intensas cuando la muerte aparece como telón de fondo?

Esta también es una constante en la literatura. El conflicto bélico, la inminencia de la muerte, la acción siempre han estado muy presentes. Está la circunstancia de que el héroe debe pasar por unas dificultades, unas pruebas, para llegar a su meta. Esas pruebas son mayores en un contexto bélico, en el que eres cazador, pero también presa, donde las armas tienen su protagonismo, donde el protagonista se juega la vida en cada capítulo. Es una constante de las novelas de aventuras. Pero es curioso el caso de la literatura vasca en euskara. Aquí ha habido conflictos y, en cambio, esas situaciones de violencia que se convierten en un clásico en la literatura, en las obras en euskara se han rehuido, no aparecen demasiado. Por ejemplo, se está cumpliendo un siglo de la Primera Guerra Mundial, que ha tenido una importancia capital en el devenir histórico de Iparralde y, aunque en las literaturas francesa, alemana e inglesa se ha escrito sobre ese periodo miles de obras, en euskara hay muy poco, un fenómeno que resulta curioso. En euskara existe el refrán «Non mina, han mihia», hablas de lo que te duele, pero en realidad habría que decir «han isila», porque nos callamos lo que nos duele. Resulta chocante; el dolor ha sido inmenso, pero se ha hablado poquísimo. Lo mismo ocurre con la Guerra Carlista, que prácticamente no ha tenido una plasmación literaria, a pesar de que está en el origen del abertzalismo, del nacionalismo y eso es muy sorprendente. Otro tanto se puede decir de la conquista de Navarra, que tanto tiene que ver con el pensamiento del nacionalismo actual y que tampoco ha tenido una gran plasmación literaria. Igual es muy euskaldun callarnos lo que nos duele. Un objetivo que nos podemos poner los escritores en euskara puede ser hablar de lo que nos duele ahora y de lo que nos ha venido doliendo desde hace mucho tiempo.

Aunque exista esa tendencia, la época de la conquista de Nafarroa en el siglo XVI está teniendo su tirón estos últimos años. ¿Por qué le parece que puede llegar a fascinar ese momento?

Yo tengo mi punto escéptico con el revival del quinto centenario de la conquista, pero también es verdad que sin ese revival, yo no habría escrito la trilogía “El reino y la fe”. De todos modos, ha tenido muchas cosas positivas, ya que mucha gente a la que la historia le importa un carajo, de repente se ha interesado. Además está la cuestión de ver desde un punto de vista crítico lo que nos han contado y conocer lo sucedido, porque se ha hablado sin saber lo que realmente pasó. Es bueno ese interés que hace ya unos años existía de forma soterrada.

Como comenta, al calor del quinto de centenario de la conquista se ha producido una auténtica eclosión de obras relacionadas con ese momento y no han faltado voces que han puesto de relieve una cierta saturación al respecto. ¿Comparte ese punto de vista?

Puede que haya una cierta saturación en algunos ambientes y es verdad que tuvo su momento y los tendrá, porque aniversarios no van a faltar en los próximos años, porque se hablará de Noain, Amaiur... Además, está la cuestión de las conclusiones que se sacan del análisis de esos hechos, que evidentemente vienen condicionadas por la ideología de cada uno e incluso por la forma de ser particular.

Otras voces, en cambio, ponen el acento en que gracias a ese esfuerzo ha sido posible conocer y difundir el punto de vista de los navarros, de los conquistados.

Sin duda faltaba ese punto de vista. Las fuentes que se han utilizado aquí han sido las castellanas, aunque también estaban las francesas, que escribieron desde su punto de vista, pero es que los navarros no escribieron su versión de los hechos. Es más, incluso se llega a confundir el punto de vista navarro con el francés, que no siempre era el mismo. El navarro casi nos lo tenemos que inventar y ahí es donde entramos los escritores. Cuando lees libros escritos al otro lado de los Pirineos, tienes que interpretar el punto de vista navarro respecto del francés, porque ahí está el presentismo cuando se escribe la historia con los ojos del siglo XX o del XXI. Por ese motivo, cuando me he acercado a los personajes, he intentado ponerme en la mente, en el espíritu de una persona de esa época, interpretando lo que podía sentir, aunque sigue estando ahí el autor del siglo XXI. Eso es inevitable, pero lo digo, porque hay historiadores que lo niegan.

¿Cómo se ha documentado para ambientar sus historias en la trilogía “El reino y la fe”?

Sobre todo he utilizado mucha bibliografía del norte. Hay muchas biografías de Juana de Albret, desde luego de Enrique III de Navarra y IV de Francia, del que hay centenares; estudios sobre las guerras de religión francesas... Hay mucha documentación y mucha bibliografía. En este lado, sobre la conquista hay más trabajos en comparación con lo que había hace un tiempo. Desde los años 90, empezaron a publicarse trabajos desde otro punto de vista, aunque muchos terminan en Amaiur u Hondarribia, como si no hubiera nada después y eso llama la atención. Por ese motivo, alguna vez he dicho qué españoles son muchas veces esos libros tan abertzales, porque hay una contradicción, ya que parece que con esos acontecimientos, el Reino de Navarra se acaba, pero no es así. Muchas veces, cuando hablamos del Reino de Navarra, estamos pensando en la Navarra del siglo XXI, pero la del siglo XVI era diferente. Los últimos defensores del Reino de Navarra que murieron defendiendo su pendón no hablaban ni euskara, ni castellano, sino bearnés. Es una realidad que está ahí y que nos dice que la historia es muy diferente de la Navarra del siglo XXI. Cuando buscamos referencias históricas para el presente, debemos tener mucho cuidado, ya que las enseñanzas que se pueden sacar de los siglos XVI y XVII son muy diferentes, porque igual lo que yo quiero para este pueblo para el futuro se parece muy poco a la Navarra de esa época.

En sus obras se nota el trabajo de campo, ya que hace viajar al lector con precisión por esa Nafarroa independiente que subsistió al norte de los Pirineos tras la conquista del sur del territorio. ¿Ha visitado los escenarios de sus novelas? ¿Y en esos lugares todavía está vivo el recuerdo de esa época, de su pertenencia entonces al reino?

En la Baja Navarra es evidente, pero, por ejemplo, en el Bearne también existe cierto recuerdo. El Consejo del Departamento de los Pirineos Atlánticos está en lo que era el Parlamento de Navarra y hay hoteles que tienen el nombre Navarra, por citar dos ejemplos. He estado varias veces en Pau, Orthez, Sauveterre del Bearne y a veces me preguntaban a ver de dónde era yo y cuando les decía que era de Pamplona, les añadía «y aquí estoy en mi casa», y ellos me decían que efectivamente era así. Por lo tanto, hay cierta conciencia, algo que también es consecuencia de los personajes históricos. Enrique III de Navarra y IV de Francia es de los pocos reyes franceses no nacido en Francia. Además, es el personaje que más paseó por el mundo el nombre de Navarra, mucho más que el Gobierno de Miguel Sanz, aunque este no se lo crea (risas). El nombre de Navarra era conocido en Europa principalmente por la personalidad de sus reyes y especialmente por Enrique, al que le llamaban directamente Navarra. Entonces era muy típico llamar a las personas de la alta nobleza por el lugar en el que tenían sus posesiones.

Habla de una conciencia de esos antiguos vínculos con el Reino de Nafarroa que, curiosamente, prácticamente no existe al sur de los Pirineos, donde casi no se recuerda esa época histórica en la que ambos territorios compartían gobernantes.

Hacer literatura tiene algunas veces su feedback y algunas personas me han comentado que han hecho una tourné por el Bearne siguiendo el primer volumen de la trilogía. Yo siempre he alucinado con que mucha gente de aquí, lo más que conozca del norte sea Anglet. Pero es que ni tan siquiera conocen nada de la Baja Navarra, así que de Bearne... Si no eres montañero y has andado por Baretous, no se conoce nada.

En ese interés por difundir nuestro pasado confluyen historiadores y escritores de novela histórica. ¿Cómo es la relación entre ambos colectivos? ¿De amor-odio?

Muchas veces los escritores esperamos que los historiadores nos hayan solucionado la vida y podamos coger los datos que ellos manejan para utilizarlos en nuestro provecho, pero en numerosas ocasiones no es así. Y eso es una oportunidad, porque hay sitios ignotos para la literatura que vienen muy bien, porque puedes utilizar la imaginación para rellenar esos huecos que no han podido ocupar los historiadores. Estos desconfían de los escritores, porque ellos deben tener rigor histórico, pero es que los escritores debemos tener rigor con nuestros textos, tenemos que hacer un relato de enganche y nos podemos tomar licencias, aunque es importante respetar el momento histórico y a la ficción histórica le pido un poco de rigor. En general, los historiadores desconfían más de los escritores que nosotros de ellos y leerán nuestras obras con un afán mucho más crítico.

Dentro de esas licencias está el poder incluir en las tramas personajes de ficción, como sucede en el caso de su trilogía con su protagonista Joanes Mailu. ¿Este personaje de ficción es una especie de metáfora de esa Nafarroa de los siglos XVI y XVII condenada a ser devorada por sus ambiciosos vecinos?

Es un personaje que tiene en su mano cambiar la historia. Y es verdad que hubo momentos en los que las cosas podrían haber sido de otra manera, como, por ejemplo, si Asparrós hubiera tenido un mejor día en la batalla de Noain. Aunque también estoy convencido de que el desenlace final habría sido el mismo y que si no hubiera sido en ese momento, en otro algo habría fallado. De todos modos, Mailu es un personaje que sirve para que Axular aprenda a escribir (risas). Incluso hay gente que también ha visto en él al militante armado del siglo XXI.

Cuando se novela nuestra historia, resulta inevitable una cierta sensación de derrota. ¿Cómo se lleva eso de escribir sabiendo que, si nos atenemos a los hechos, se termina perdiendo?

Cuando escribes para jóvenes una novela de aventuras, puedes acabar la historia un momento antes y parece que las cosas han ido mejor. Pero cuando escribes para adultos, prácticamente tienes que levantar acta literaria de nuestro pasado.

La trilogía “El reino y la fe” se ha editado primero en euskara y después en castellano. Como escritor euskaldun, ¿qué momento le parece que vive la literatura en euskara?

Desde el punto de vista de la producción, la literatura en euskara nunca ha tenido mejor momento, porque nunca en la historia se ha escrito tanto y tan bien. Al mismo tiempo se ha producido una feminización de la literatura vasca, que es el fenómeno más llamativo en los últimos cinco o diez años desde un punto de vista social. Antes era un mundo masculino y ahora, en el ámbito de autores menores de 35 años, hay casi más escritoras que escritores. Por lo tanto, hay relevo generacional y salen nuevos temas, nuevas perspectivas, nuevas formas de mirar. Partíamos de un mundo masculino tanto en la producción como en los lectores y eso ha cambiado. El futuro de la literatura está en las mujeres, ya que los hombres están muy pendientes del fútbol y no tienen tiempo para leer (risas). Pero el gran reto de la literatura en general y de la vasca en particular es el consumo. Hay un muy bajo consumo de producto cultural en euskara, estamos en unos niveles preocupantes. Ahí la cultura vasca en general tiene una asignatura pendiente, ya que, a pesar de que existe un buen nivel de producción, se da un bajo nivel de consumo. Las políticas públicas que se han lanzado han sido poco ambiciosas y no han logrado grandes resultados. Esta es una cuestión para analizar y pensárselo muy en serio por parte de todos los implicados. Se respira algo con los clubes de lectura en euskara, que se han ido multiplicando por toda la geografía, pero, a pesar de todo, estamos en unos niveles preocupantes.

Para fomentar la lectura en euskara me imagino que nunca faltarán obras suyas. ¿En qué está trabajando en la actualidad?

Esta trilogía me ha dejado agotado. Han sido prácticamente doce años de trabajo y voy a cambiar de aires. Necesitaba volver al siglo XXI y optar por el formato corto, así que estoy con un libro de relatos que probablemente se publique este año. Y tengo otra novela en mente, aunque tardaré un tiempo. No voy a adelantar mucho sobre el tema, pero, de todos modos, hay algunos momentos y lugares de los que me sorprende que no se haya escrito nada hasta ahora, porque tienen una historia.