Iñaki Barrutia
Psicólogo Clínico

20 de noviembre, Día Internacional del Niño

La política penitenciaria debe estar dirigida a la reinserción, y no al daño y a la venganza, y estos 113 menores sufren indirectamente las consecuencias de una política penitenciaria cruel y vengativa, y más específicamente las consecuencias de la dispersión.

El presente trabajo se sustenta y lo motiva el bien supremo del menor. Teniendo en cuenta que con frecuencia los menores se manifiestan a través de su sintomatología, y que su silencio les perjudica, considero importante poner voz a su malestar emocional. Me refiero a las consecuencias psicológicas que inciden en los menores, con un progenitor o ambos en cumplimiento de una pena privativa de libertad. La privación de libertad es una medida judicial que trasciende a la persona que la sufre y que se interna en el entramado familiar afectando fundamentalmente a las hijas y los hijos.

En el conflicto social y político que hemos vivido en el pasado reciente, probablemente todos o casi todos en algún momento hemos mirado hacia otro lado, con los atentados de diferente signo, con las torturas y/o la conculcación de derechos fundamentales y políticos. Hemos mirado hacia otro lado porque enjuiciábamos y analizábamos los hechos con nuestra identidad social. El ser humano tiene una identidad personal, construida con nuestras vivencias más personales, y otra identidad social con la que nos identificamos con los «nuestros» y nos diferenciamos de los «otros». Es con esa identidad con la que generalmente juzgamos los hechos. Hago esta pequeña introducción para pedir al lector que a la hora de asimilar este artículo de opinión lo haga con su identidad personal, para que no mire a otro lado, y mire de frente lo que aquí se relata. Analizar los hechos desde la identidad personal nos acerca a la víctima y permite que empaticemos con ella.

En la actualidad son 113 menores los que tienen a un progenitor o a ambos en la cárcel, en el pasado reciente han sido más de un millar. Me refiero a esos menores que todos los meses tiene que hacer una media de 15 horas en el coche para visitar a su progenitor y estar con él durante hora y media. En un fin de semana más de mil kilómetros metidos en el coche, atados a sus asientos durante muchas horas. Durante la visita dejan su infancia a la puerta de la cárcel para adaptarse a un contexto hostil que su pensamiento concreto no entiende. Finalizada la visita, nuevamente muchas horas de coche asimilando la separación, y al llegar, el agotamiento físico, el cansancio general, las dificultades de concentración y de mantener el ritmo de trabajo de la escuela. Necesitan un tiempo para normalizar su situación. Las hijas e hijos de las presas y presos políticos vascos llevan en silencio a sus espaldas una mochila de infortunios que en muchos casos son consecuencia de la actual política penitenciaria.

El 20 de noviembre es el Día Internacional de los Derechos del Menor y considero pertinente poner voz a sus silencios, relatando resumidamente las características del malestar emocional de estos menores. En términos generales, se les ha arrebatado parcialmente su infancia, y han desarrollado un superego temprano o adulto precoz, para adaptarse a los largos y continuos viajes, y al ambiente hostil de los centros penitenciarios. Una de las mayores angustias que sufren las niñas y los niños de madres y padres privados de libertad, es la amenaza de perder a su madre o a su padre, que son las figuras más queridas y más cercanas. Este temor se agudiza con los viajes, debido a riesgo de accidente que en ocasiones acaba en fatalidad. Este temor se transforma en angustia cuando es la pareja la que viaja en solitario para un vis a vis íntimo. El menor permanece con algún miembro de la familia extensa, y el temor y la angustia a quedarse solo y perder a sus progenitores es muy intenso.

En el caso de haber nacido en la cárcel se les ha separado de su madre bruscamente a la edad de 3 años. En el desarrollo de la estructura de la personalidad, en su tercera etapa, de 24 a 36 meses, nace el primer concepto de identidad propia como ser humano y el concepto de individuación. Margaret Mahler define como: «nacimiento psicológico del infante humano». En esta etapa fundamental del desarrollo, cuando la persona encarcelada era la madre, se les ha separado de ella con la frialdad de una fecha, la de su tercer cumpleaños, fecha en la que abandonaban la cárcel y a su madre. La niña o el niño ha tenido que elaborar el duelo de una perdida fundamental. La persona con la que ha establecido el vínculo de apego más importante para su vida desaparece de su cotidianidad. A los tres años inicia su proceso de individuación y de exploración del mundo y para ello necesita la mirada de su madre que le da seguridad. Una figura fundamental a la que ha estado vinculada 3 años durante 24 horas y con la que ha establecido un vínculo de apego fundamental para su desarrollo.

Otro aspecto a reseñar es la estigmatización del entorno social, por el hecho de tener el progenitor encarcelado. Deshacer el binomio cárcel-malechor, en el pensamiento concreto de un niño, requiere de respuestas imaginativas y de tiempo, para que las vivencias deshagan la confusión y las dudas. A partir de los tres años empiezan las preguntas de por qué está en la cárcel y cuándo saldrá. El pensamiento concreto del niño se cruza con categorizaciones maniqueas. Las preguntas del niño piden respuestas absolutas y las respuestas posibles son relativas. Por otro lado, los adolescentes sufren el etiquetaje social, en el silencio con los nuevos amigos, el temor a la pregunta y a la necesidad de dar explicaciones complejas y difíciles. En ocasiones encuentra mensajes que categorizan a su progenitor y se ven obligados a buscar en silencio sus propias respuestas. Negación, silencio y evitar hablar del progenitor en algunos casos; en otros casos confusión y aislamiento. Las preguntas son fáciles de hacer, las respuestas son difíciles de elaborar, como consecuencia es un tema que se puede soslayar, pero es importante para el adolescente tener respuestas.

La política penitenciaria debe estar dirigida a la reinserción, y no al daño y a la venganza, y estos 113 menores sufren indirectamente las consecuencias de una política penitenciaria cruel y vengativa, y más específicamente las consecuencias de la dispersión. Recordando la petición inicial de realizar la lectura de este texto desde la identidad personal, que nos permita acercarnos a la víctima y desarrollar una mayor empatía hacia ella, voy a poner nombres y edades inventados a algunos de los 113 menores a los que me refiero: Sara (3 años), Amaiur (17), Olatz (3 meses), Haize (7), Sua (12), Haitz (5)… De los 113 menores, 9 tienen a ambos progenitores en la carcel y 6 tiene a su madre, 95 tienen a su padre y 3 se encuentran encarcelados con sus madres. Los menores son la parte más vulnerable de nuestra sociedad y la arbitraria política penitenciaria vulnera sus derechos al obligarles a hacer cientos de kilometros cada vez que acuden a visitar a sus familiares.

Estos menores han tenido también el apoyo de la familia extensa y de un segmento importante de nuestra comunidad y eso ha permitido que entiendan e integren el sufrimiento emocional vivido, por ello han desarrollado una mayor capacidad resiliente, porque cuando uno integra de forma adaptativa el sufrimiento emocional, se hace más fuerte y desarrolla una mayor capacidad para enfrentar las futuras crisis.

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