Oskar Fernandez Garcia

La Alta Navarra: una aspiración, no una entelequia

La cuarta disposición transitoria de la Constitución de 1978, del Estado español, que tantos quebraderos de cabeza y de corazón ha supuesto para UPN y toda la derecha tramontana y montaraz de Nafarroa, constituyó, en su claudicante gestación, una aberración histórica, una prepotencia insultante -del nacionalismo vascongado- y una falta de sensibilidad sociopolítica y cultura absoluta.

La subsodicha disposición, eso sí, fue redactada -al igual que todo el texto constitucional- con toda la «coherencia» que impusieron las fuerzas franquistas, golpistas y fascistas, en su imperiosa necesidad de adaptarse a una nueva realidad sociológica, económica y política, y toda la dejación, claudicación e ignominia que posibilitaron, permitieron, aceptaron e impulsaron las fuerzas de «izquierda y progreso» mayoritarias del estado aludido.

La secular aspiración de reunificación de los cuatro territorios al sur de los Pirineos –la Alta Navarra, que constituyó desde el S. IX hasta el S. XVI, la mayor parte territorial de un reino europeo, euskaldun, vasco y progresista, asentando a ambos lados de la cordillera pirenaíca- tiene un reflejo tímido, acomplejado y difuminado en la mencionada cuarta disposición transitoria. Donde increíblemente lo que se propone, sucintamente en varias líneas, es: «En el caso de Navarra, y a efectos de su incorporación… al régimen autonómico vasco… la iniciativa corresponde al Órgano Foral competente, el cual adoptará su decisión por mayoría de los miembros que lo componen. Para la validez de dicha iniciativa será preciso, además, que la decisión del Órgano Foral competente sea ratificada por referéndum expresamente convocado al efecto, y aprobado por mayoría de los votos válidos emitidos.»

Mediante esa disposición el despropósito adquiere rango constitucional. En lugar de ser las tres provincias vascongadas, las que lógicamente, una vez constituida su autonomía, tratasen de llevar a cabo la decisión y tramitación que posibilitase insertarse nuevamente en el núcleo primigenio del antiguo Reino Navarro, transformado ya en una simple comunidad autónoma, el mundo se vuelve del revés, y es el territorio navarro, legítimo representante de un pasado soberano y cohesionado -no tan lejano, en términos históricos- el que tiene que desvanecerse y difuminarse en vascongadas. El dislate mayúsculo se volvió ley, obstáculo y oprobio, siendo Nafarroa la que tendría que dar el paso jurídico para integrarse en una comunidad cultural, lingüística, económica, sociológica y política, que jamás, como conjunto territorial, había constituido un ente superior a una serie de provincias.

Evidentemente, nunca es tarde para que un pueblo comience a materializar un sueño, un deseo y una ilusión tan profundamente sentida. El cambio político llevado a cabo en Nafarroa, donde esa derecha cerril y esos progresistas de salón de comedia carpetobetónica han sido relegados a la oposición y, tal vez, al ostracismo para siempre, junto con los más que probables cambios que se intuyen en las elecciones de otoño en vascongadas -donde los jeltzales nunca han querido saber nada en absoluto, y siguen exactamente igual, sobre todo lo relacionado con la configuración de un nuevo territorio que abarque a los cuatro herrialdes- es posible comenzar a configurar una corriente de opinión, que llegue a ser mayoritaria, por la consecución de la añorada Alta Navarra.

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