Alvaro Calderón Fernández

Pedro Leoz: recuerdo de un gran hombre

Se nos ha ido Pedro. El viejo cura casedano ha vuelto al Ser, a la Vida. A esa Vida eterna y omnipresente, a esa Vida que está más allá de la miriada de formas de vida que están sujetas al nacimiento y a la muerte, como dice E. Tolle.

Y los que hemos tenido la suerte de coincidir con él en algún Ahora de su vida, estamos sumidos en una profunda tristeza. Una tristeza que habra que sacudir para no caer en el Ego. Qué gran hombre Bihotz oneko pertsona, maila handiko gizona! ¡Toda su vida dedicada a los demás! ¡Jamás consintió en tener ninguna propiedad terrenal suya, su casa era de todos y su dinero también!

Nacido en Cáseda, bien pronto comprendió que el sentido de la fe recia que sentía le impulsaría a dedicar todos sus esfuerzos, todas sus energías alservicio de los más pobres, de los más necesitados... y marchó al Seminario de Pamplona.

Rápidamente se percató de que las enseñanzas que allí se impartían no saciaban del todo, ni mucho menos, sus ansias de Justicia, ni colmaban la obligación que sentía de participar en el trabajo de ayudar a los más empobrecidos, a los más oprimidos y a los más necesitados. Así que marchó a América.

Ecuador, Venezuela, El Salvador, Nicaragua... son testigos de la gran labor que allí desarrolló: lo mismo trabajaba en la fábrica asumiendo la defensa de los obreros que, consciente de que cada país debe aprender a ser autosuficiente, trabajaba en el campo al unísono con los campesinos, enseñándoles a conseguirlo. Le tocó también participar en la guerrilla realizando labores humanitarias, trasladando enfermos, heridos y, naturalmente, poniendo en riesgo su vida en más de una ocasión.

Allí conoció a Inés, la que a lo largo de toda su vida sería su compañera, la que siempre le ayudó a perseverar en su noble lucha de solidaridad, la que siempre sería su sostén y apoyo. Siempre se ha dicho que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, y, en este caso, hay que reconocer que ha sido una gran verdad.

De vuelta a «casa», ya jubilado, siguió incansable trabajando por la defensa de todas las causas que él creía que eran justas ¡y a fe que lo eran! Fue concejal por el valle de Egüés, presidente de la Plataforma para la Defensa del Patrimonio Navarro. Participó desde Sasoia en todo cuanto se refería a la defensa de los trabajadores, de los oprimidos, de los emigrantes, de los jubilados, hasta el último día de su vida, ya que la muerte le pilló cuando aún tenía sin pasar a limpio su hermoso trabajo: una aportación a como debe ser el Consejo del Mayor, actualmente en elaboración.

En un navarro así, no podía faltar su amor po rel euskera, la Lingua Navarrorum. Su cariño y afecto por Navarra y por Euskal Herria: indisimulado, inmenso.

Amaba y se hacía querer. ¡Cuánto hemos sentido su partida! Pero estamos seguros de que de nuevo con E. Tolle vuelve a conectar con el nuestro Ser, o como dicen los cristianos, con Dios al que llamamos Padre.

Agur eta ohore, Pedro.

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