Una buena dosis de audacia táctica para el cambio político

La propuesta de DiEM25 hecha pública en Berlín esta semana y su reflejo en el Plan B, que tendrá lugar en Madrid la semana que viene, tienen fragilidades tan evidentes que sus promotores no deberían perder demasiado tiempo ocultándolas. Al mismo tiempo, su crítica del sistema imperante en Europa es tan pertinente y la alternativa que bosquejan tan potente –recuperar valores democráticos clásicos y renovar la idea de «primero, la gente» dentro del contexto europeo–, que sus detractores harían mal en centrarse en las primeras para intentar inhibir las segundas. Lo mismo quienes desde el establishment las intenten desacreditar por utópicas que quienes las desprecien por naif desde posiciones principialistas.

Es lógico pensar que los objetivos de estas iniciativas –simplificando de nuevo, «la democratización de las instituciones europeas» y «el fin de las políticas de austeridad»– no puede lograrse solo con manifiestos y jornadas, ni siquiera con grandes movilizaciones. Es cierto que objetivos tan grandes requieren de mucho más; pero también de iniciativas así. Como mínimo, abren un espacio diferente, llegan a otra gente, mueven el escenario y sitúan el debate público en temas vitales para la ciudadanía europea y para sus pueblos. Asimismo, articulan discursos que rompen con los dogmas habituales de la izquierda europea tradicional. Por ejemplo, durante décadas, toda propuesta continental que aspirase a cierta centralidad rehuía –cuando no menospreciaba– la cuestión de las naciones sin estado, mientras que ahora la integra con respeto en un discurso que es diferente al de los movimientos de liberación nacional, pero que aporta otras virtualidades sin por ello dejar de beber del internacionalismo.

Frente a la eterna repetición de fórmulas fallidas, cualquier intento por buscar nuevos caminos, por experimentar políticamente, añadiendo una buena dosis de audacia táctica a un marco ideológico que por sí solo no basta para lograr el necesario y urgente cambio político, debe ser tenida en consideración por quienes buscan ese escenario de justicia, democracia y libertad.

La discrepancia en «egosistemas» complejos

Un punto crucial en los siguientes pasos que den estas iniciativas será la conformación de una propuesta de agenda para la izquierda europea, con sus prioridades, sus plazos, sus agentes y otro tipo de necesidades más logísticas –como la financiación o la comunicación–, pero no por ello menos importantes. Los intentos por lograr algo similar, tanto en foros sociales como en estructuras partidarias o corporativas, se han topado siempre con unos intereses contradictorios, con un parroquianismo miserable y con una incapacidad manifiesta. En general, tampoco había un contexto que generase el interés mínimo necesario como para articular esas alternativas, ni en las estructuras políticas ni en los militantes o simpatizantes.

Quizás hoy existan mejores condiciones para lograrlo, pero a los antiguos riesgos se les unen otros nuevos. Entre otros, que los parámetros tradicionales de militancia no sirven para una gran parte de los destinatarios y potenciales voluntarios de estas iniciativas, que se vinculan a estas propuesta por otros medios y en grados muy desiguales. La oferta política, por lo tanto, no puede ser igual para todas las personas, colectivos y comunidades. Lo cual no deja de ser una adecuación de la máxima marxista «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades».

Entre esas capacidades, destacan las de muchos de los promotores, que de momento han logrado poner sobre la mesa propuestas articuladas, abiertas y compatibles con otros proyectos, empezando por el de los partidos políticos, pero a su vez autónomos de ellos. En nuestras sociedades, por diferentes razones, esas personalidades adquieren una relevancia cada vez mayor y corren el riesgo de no saber gestionar este fenómeno. Siendo coherentes con su relato, con su discurso sobre lo trascendental del momento, no pueden permitirse alimentar la egolatría. El mejor antídoto contra esa vanidad desmedida es, precisamente, un liderazgo compartido. Lo deseable es que haya varios líderes que enriquezcan los discursos, que representen la pluralidad de este movimiento, que ejemplifiquen sus demandas. Junto con ello, deberán tener capacidad para gestionar la discrepancia. Un movimiento por la democratización debe ser por definición democrático y en este terreno también deberán experimentar nuevas fórmulas.

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