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PROCESO DE ELECCIÓN DEL PRESIDENTE ESPAñOL

La pesada losa del «consenso» favorece el relato del PSOE

Rota la ilusión del pacto entre PSOE, Podemos y Ciudadanos, queda hacer balance sobre el «juego de la culpa». Todos asumieron unas reglas del juego por las que se penalizaba lo que se decía y no lo que se hacía. En esta coyuntura, la pose voluntarista de Pedro Sánchez le da ventaja ante ese electorado que quería «cambio» en abstracto.


La sacralización del consenso es una de las grandes losas que ha marcado el período postelectoral que, supuestamente, venía a desarrollar una «segunda transición» en el Estado español. Si la primera se caracterizó por el «pelillos a la mar» y la alabanza acrítica del «pacto entre diferentes», esta etapa no puede comprenderse sin la entronización del acuerdo, convertido en el gran tótem al que no se puede dar la espalda. El «juego de la culpa» entre PSOE, Podemos y Ciudadanos iba de eso, de ver quién era el primero que se levantaba de una mesa en la que, seamos sinceros, no se negociaba de verdad porque ninguna de las partes veía factible un compromiso. La gran estafa era hacer el paripé de que el tripartito era posible, pensar que dos antagonistas como Pablo Iglesias y Albert Rivera podían compartir mesa y mantel, vender la idea de que no hay diferencia que no pueda ser resuelta.

Es mentira. En política, como en la vida, existen abismos infranqueables. En este ambiente, mezcla de puerilidad y vil engaño, quien sale reforzado, o al menos no dañado, es Pedro Sánchez, que ha logrado imponer el relato de que él hizo todo lo posible para echar al PP de La Moncloa. Que la única vía factible para ello fuese la del pacto con Podemos y que esta fuese vetada desde el principio por su Comité Federal es un detalle que parece que se olvida.

El PSOE, que sabe por viejo pero también por diablo, ha sido capaz de explotar las debilidades de Podemos y presentarle como el «intransigente». Una baza muy útil en caso de que se celebren nuevas elecciones. Es previsible que la campaña al 26 de junio no vaya sobre programas, sino sobre quién tuvo la culpa de volver a las urnas. Que hay medios y encuestadoras que están reforzando este mensaje es indudable. Sin embargo, tiene que haber algo más. Una predisposición. Si no, no se entiende cómo diciendo lo mismo Podemos y Ciudadanos son tratados de diferente manera. Probablemente la razón esté en que Sánchez e Iglesias hablan a la misma gente, mientras que Rivera pescó en el caladero del PP. De este modo, que el líder del partido naranja se presente como búnker frente a los morados (y el pérfido independentismo) es algo que su electorado premia, aún con nuevas elecciones, mientras que el votante «progresista», el que quiere un «cambio» en abstracto, termina convencido de que siempre se podía haber hecho más.

Es posible que las brillantes tácticas mediáticas con las que Pablo Iglesias marcó la agenda desde el minuto cero de la apertura de la legislatura hayan terminado por volverse en su contra. La escenificación de su oferta de Gobierno a Sánchez y su mención a la «cal viva» en el debate de investidura han sido convertidas en grandes afrentas por Ferraz. Sin entrar a valorar lo enfermo de que sea más criticable recordar la guerra sucia que haberla organizado y salir impune, es indiscutible que estos son momentos que el PSOE ha utilizado hábilmente para su victimización. A partir de ahí, el líder de Podemos ha pasado por debajo del futbolín tantas veces que se ha perdido la cuenta. Es probable que Iglesias no quisiese pactar en un primer momento. Pero tanto esfuerzo en presentarse como el que cede no puede interpretarse sino como asunción de partir con desventaja en esta batalla mediática.

Convertir la discusión política en un juego de trileros en el que solo cambia la posición en torno a la mesa es responsabilidad de todos los actores. Probablemente sea el PP, en su inmovilismo, el que ha jugado un papel menos taimado: o «gran coalición» o nuevas elecciones. Nadie ha dicho la verdad porque parece que lo que penaliza es lo que se dice y no lo que se hace. Que Iñigo Errejón asegurase ayer en Iruñea que todavía hay margen solo se explica por la imposibilidad de romper estas reglas que, por desgracia, infantilizan el debate. A estas alturas, bajarse del barco puede ser un suicidio y, al final, la pose voluntarista de Sánchez no parece mala estrategia. Al menos, hasta que Susana Díaz desenfunde.