DEC. 04 2016 Un plan solo se altera o se desecha si existe otro plan EDITORIALA El lehendakari Urkullu parece tener un plan. O al menos eso trasmite, no solo él, también su inmenso aparato, que tienen calculadas sus preferencias para cada escenario previsible. También es cierto que se empeñan en eliminar de la ecuación los elementos que distorsionan su visión: que España está en descomposición en casi todos sus ámbitos menos en su profunda y negacionista españolidad; que el PP también tiene un plan; que el PSOE y Podemos no lo tienen, luego el que prima es el de PP; que Catalunya ya no es más la Catalunya que ellos añoran, y que en todo caso el Estado no tiene ni dinero ni voluntad de fomentar que vuelva a serlo; que las dinámicas sociales de Euskal Herria, en todos sus territorios, son mucho menos controlables que sus dinámicas parlamentarias; y que, aunque en cierto sentido le tengan cogida la medida, el soberanismo de izquierda siempre ha sido capaz de quebrar eso planes con movimientos imprevisibles y audaces. Seguramente tiene razón Urkullu cuando afirma que sus planes no coinciden necesariamente con los prejuicios que existen sobre él, especialmente por parte de quienes desearían un liderazgo más brillante y compartido frente al burocrático y gris que le caracteriza. Tras una campaña excepcional en la que ha mostrado su mejor registro, ha sacado el máximo de su maquinaria partidaria, ha puesto a prueba con éxito su método y se ha quedado muy cerca de hacer pleno, se le nota algo cansado pero reforzado. «Realismo, verdad y trabajo» son sus máximas. La última está demostrada, con grandes dosis de eficiencia y efectividad, además. Un terreno en el que deberán aplicarse quienes quieran tanto confrontar como acordar con ellos en pie de igualdad –a ese sacrificio cristiano solo se le puede empatar o superar con estajanovismo talentoso–. Sin caer en el relativismo, la verdad está en disputa y el PNV se va a encontrar con serios escollos para imponer la suya en este contexto. Por ejemplo, la pendiente moral ha rotado y va a dificultar algunas de sus maniobras tradicionales. Respecto al realismo, si es sinónimo de pragmatismo conformista, vale. Si no, el PNV puede recibir un frío baño de realidad antidemocrática, centralizadora, negadora y empobrecedora por parte de Madrid. De paso, la inestabilidad se sienta ahora en su mesa de gobierno, y se llama PSE. Fracaso de la política del desenmascaramiento Se equivocan quienes piensen que los cursos de acción diseñados por los contrincantes políticos se pueden desbarajustar simplemente con desvelarlos públicamente. La base social de unos u otros no va a tener una revelación sobre la verdadera faz de sus elegidos por el hecho de que sus adversarios se lo cuenten. Esa visión es lo que aquí hemos llamado la política del desenmascaramiento y ha sido uno de los esquemas canónicos de la fase política anterior. Si en esa ya tenía poco recorrido, en esta transición resulta aún más inocua. Todo el mundo aquí sabe a qué ha votado, qué ha apoyado y qué márgenes tiene para dejar de apoyar esas opciones, es decir, qué indices de contradicciones o errores está dispuesto a soportar por parte de sus representantes. Esos índices son mayores o menores en unas y otras fuerzas, algo que unos y otros deben saber calibrar bien. También deberán ver cuáles son los vasos comunicantes, cómo oscilan entre territorios, en qué tiempos varían y cómo equilibran y desequilibran las alianzas tanto puntuales como de mayor calado. En todo caso, siguiendo con la idea del desenmascaramiento, la política no es un ejercicio intelectual, pese a que existan grandes estrategas de salón, mesa y mapa. Digan lo que digan los liberales bien o malintencionados, no es un acto meramente deliberativo. Es sobre todo y ante todo una actividad con el poder como eje vertebrador, es decir, un conjunto de acciones sociales de entre las que la deliberación o incluso la comunicación no dejan de ser una parte importante. Ojo, tal y como hemos visto en el Estado español de la mano de Rajoy, estarse quieto no deja de ser una acción, si esta es consciente y se demuestra eficaz en un contexto dado. De igual modo, denunciar lo que es evidente y sin embargo se intenta ocultar es parte de esa acción política, pero no puede ser un eje central, o al menos no se deben esperar efectos mágicos de esa denuncia. Solo rompiendo esquemas, tanto propios como ajenos, revertiendo inercias, creando dinámicas y siendo desequilibrantes se puede lograr que un plan C nacional y emancipador sustituya al «business as usual».