Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Kong: La isla calavera»

King Kong World: Los reyes de la isla calavera

E l reloj de la Historia del blockbuster parece haberse detenido en 2015, año de súper-plusmarcas a nivel de taquilla y de idilio casi romántico entre majors, crítica y público. Uno de los récords que llamó más la atención fue el de ‘Jurassic World’, cuarta entrega de aquella franquicia sobre los infortunios entre la ingeniería genética y los dinosaurios, iniciada en la década de los 90 por Steven Spielberg y Micahel Crichton.

A toro pasado, podemos caer en el error de pensar que dicha película lo tenía todo a favor para conquistar a los espectadores de medio mundo, pero lo cierto es que no hay que olvidar que la saga a la que representaba, llegaba a la cita ligeramente tocada por los resultados más bien discretos de su tercer capítulo. Así pues, tocaba cambiar la dinámica y reinventarse (lo justo) para convencer a la gente de que valía la pena reengancharse a aquel universo. La operación “lavado de cara funcionó”, y de qué manera... Ergo era cuestión de tiempo que alguien volviera a probar suerte con la misma fórmula.

Hay que tener esto en mente para entender la jugada de la Warner Bros con respecto a la enésima resurrección de King Kong. Ha pasado más de una década después de que Peter Jackson hiciera lo propio, y desde entonces, la memoria colectiva se ha encargado de manchar (de forma muy injusta, debe añadirse) el recuerdo de aquella propuesta. Pues como con los dinosaurios: toca poner al gorila en la camilla y someterlo a una operación de cirugía estética.

Dicho de otra manera, cambia la piel, pero las entrañas se mantienen más o menos intactas. O si lo prefieren, la historia es -casi- la de siempre, pero cambia el tono a la hora de contarla. El director Jordan Vogt-Roberts, directamente llegado de la factoría Sundance, tiene la inteligencia y el valor de reconocer la naturaleza “serie B” del relato, y se sirve de ella para facturar un espectáculo que hace de la falta de complejos, su arma principal. Atrás queda la seriedad del último King Kong. Su lugar lo ocupan ahora las risas y los guiños cómplices. Como ya sucediera en la citada ‘Jurassic World’, ambos elementos potencian la sensación de entretenimiento en una concepción del espectáculo fílmico que cada vez conjuga mejor la cercanía de las medidas humanas, con el vértigo del tamaño del monstruo.