Carlos GIL
TEATRO

La charca que todo lo encharca

En algún lugar que entendemos está situado cerca de la albufera valenciana unos personajes se nos aparecen como símbolos de un tiempo, de una degradación del paisaje, de la ética, de la moral. La corrupción en su expresión más cotidiana y cutre, los pequeños profesionales de un pueblo que van subiendo en la escala social a base de comerse las ilusiones, de traicionar a amigos o pisotear la memoria de sus mayores, todo ello con la ambición del dinero fácil, del enriquecimiento más allá de toda lógica. Esto está bien narrado, queda evidenciado pero es tarea complicada convertir el material literario, novelesco en texto dramático. La adaptación requiere una selección de escenas, situaciones, personajes y conseguir darle a todo ello una coherencia dramatúrgica que nos haga seguir las peripecias de los personajes y a la vez se nos muestre el contexto, esa charca que todo parece encharcarlo. Se ha optado por la mirada en el pequeño detalle, en los personajes que rozan el tópico, dentro de una síntesis de una novela costumbrista, de exacerbado realismo duro, en contradicción con el espacio escénico, quizás demasiado simbolista y mecanicista, en cierta contradicción con la interpretación que se mueve en otra estética. Obra que llega en momento oportuno por su disección de un tiempo que es este tiempo, de unos personajes que sabemos identificar, cuestión conseguida y celebrada, pero que no logra volar escénicamente como si no pudiera apartarse de la literalidad, pese a que hay actuaciones de gran intensidad como la de Marcial Álvarez.