V.E.
SELFIE

La plácida y alegre caída de las élites extractivas

Al bueno de Bosco, como a muchos otros de sus queridos compatriotas, lo de despertar en el mundo real se le antoja como una patada en las partes nobles. Abrir los ojos acostumbra a ser un acto doloroso. Más aún cuando ello implica abandonar el sueño más dulce. Metáforas aparte, el protagonista de esta historia parece estar en la cima de la vida cuando apenas ha entrado en la universidad. Lo de que “el mundo es suyo”, más que una promesa, es una realidad palpable... hasta que esta se descubre como puro humo.

Bosco, decíamos, es hijo de un ministro español. Forma parte de la Casta (así, en mayúscula); de ese uno por ciento de privilegiados cuyo status se ha conseguido (y mantenido) a través del sufrimiento del noventa y nueve restante. Da rabia porque es injusto y, aparentemente, irreversible. Solo que a veces, el karma despierta de su letargo y pone a cada uno en su sitio. “Los primeros serán los últimos”.

Víctor García León, director y guionista de “Selfie”, le da la vuelta a la famosa sentencia. De un día para otro, Bosco se entera de que su papá está en la cárcel. Acumula tantos delitos en su contador que por primera vez en la historia del Estado español, el sistema judicial se ha dado prisa para poner a un corrupto entre rejas. Usando de forma inteligente el formato de falso documental, García León firma una de las crónicas más mordaces sobre el “estado de la nación”. Una comedia de alta concentración ácida, cuyo gancho se fundamenta primero en el descubrimiento de su protagonista (Santiago Alverú, lo más auténtico entre tanta falsedad), y después en el factor intrusivo de una cámara que lo mismo consigue colarse en un meeting del PP como de Podemos. Alerta spoiler: tanto un extremo como el otro despierta las mismas carcajadas y escalofríos.