A pesar de que soy defensor de las últimas películas de Star Wars (“Episodio VII” de J.J. Abrams y “Rogue One” de Gareth Edwards), no dejo de pensar que a la famosa saga galáctica le vendría bien desviarse un poco de unas líneas maestras que temo que no puedan aguantar el ritmo productivo marcado por la nueva jefa de todo esto, la omnipotente Disney. Recordemos que dicho Imperio pretende sacarle rentabilidad a dicha inversión a través de la híper-explotación.

Nos espera una era de una película de dicha franquicia por año, y si lo que está por llegar muestra el mismo miedo que Abrams / Edwards a la hora de innovar, es posible que la fórmula acabe agotándose. Comento esto por la conmoción que siento al leer que Christopher Miller y Philip Lord, directores al cargo del spin-off del joven Han Solo, han sido fulminantemente expulsados de dicho proyecto, cuando este estaba aún en pleno rodaje. «Odiamos el cliché de las diferencias creativas, pero en este caso, ha sido así», han declarado los –geniales– cineastas, sobre quienes recaía la responsabilidad de aportar mordiente irreverente a esa “galaxia muy, muy lejana”. Pues va a ser que no. Sus ideas chocaron frontalmente contra Kathleen Kennedy y Lawrence Kasdan, guardianes de las esencias de Lucasfilm. Esta batalla la perdió la frescura de los rebeldes; la ganó el dogmatismo del Imperio.