Raimundo Fitero
DE REOJO

Literaria

Al anochecer, las velas alumbran en la incertidumbre de una noche que llega sin intención de trascendencia. Estamos esperando a Godot con acopio de papel higiénico. Una pandemia es una catástrofe que nunca termina su producción de angustia multidireccional. ¿Dónde, cuándo, cómo, quién es capaz de encontrar ese espacio mental, ese rincón social, esa balconada ambiental que le proporcione templanza, capacidad de concentración para leer un libro, que no sea el de familia?

Literatura viral. Literatura de ambulatorio. Hemos convertido al papel higiénico en una suerte de leitmotiv para la supervivencia en el absurdo como remedio a lo incomprensible. Un remedo del dadaísmo de baja intensidad, una plataforma a la vindicación del héroe anónimo. Cada día soporto menos los homenajes «espontáneos» a quienes están cumpliendo con su deber. Nadie aplaude a la conductora del camión de la basura que todos los días debe arrancar y frenar su pestilente camión centenares de veces. No debe ser muy agradable trabajar en una cadena de fabricación de salchichas o en una fábrica de alitas de pollo. Y nadie les da la gracias a los panaderos, ni a los bodegueros. ¿Por qué hay que aplaudir a los trabajadores de la sanidad y no a los del gremio de peluquería?

Intuyo desde mi inspiración más literaria que se trata de una sinécdoque social. Se quiere aplaudir a la sanidad pública, universal y gratuita, y si sus trabajadoras y dirigentes cumplen con su compromiso contractual y funcionarial, les daremos como mucho las gracias. Lo que debemos hacer es no votar a quienes de una manera u otra han estado y están deteriorando este tejido de bienestar real para que crezcan los seguros privados, el negocio. Esta debe ser una de las grandes lecciones prácticas que saquemos de esta delirante situación.