Mikel INSAUSTI
donostia
CRÍTICA: «ÍCARO Y EL MINOTAURO»

La mitología griega llevada al cuento infantil

Aunque el debutante en la dirección Carlo Vogele se ha formado como animador en Pixar-Disney, de regreso a Europa ha querido hacer algo totalmente distinto. Su idea ha sido la de inspirarse en las grandes películas de trasfondo histórico como la producción del estudio DreamWorks Animation “El príncipe de Egipto” (1998), pero con un concepto visual más artesanal, de ahí que los dibujos diseñados por Édourad Cour recuperen la tradición del 2D, con ayuda del 3D. Los fondos que recrean la arquitectura de la Antigua Grecia cobran vida mediante una paleta de color muy mediterránea, en la que los tonos amarillos y la luminosidad de la isla de Creta se apoderan de la pantalla. El contorno de los personajes tampoco se sale de esa estética tan clásica, dentro de un conjunto bello y armonioso, que le ha valido a “Icare” (2022) ser seleccionada por Luxemburgo para el Óscar.

A unas imágenes maravillosas se une una gran sensibilidad narrativa para contar a un público infantil leyendas de la mitología griega, sin ocultar o enmascarar su tremendismo y lado trágico. De una u otra manera había que explicar de dónde procedía el odio del rey Minos hacia el ser con cuerpo humano y cabeza de toro, fruto de la relación entre la reina Pasifae y un animal con cuernos. El recurso utilizado, y que funciona empáticamente, es el de partir de la niñez del protagonista e inventarse una amistad oculta con el pobre Asterión, antes de ser encerrado dentro del Laberinto.

El tema del monstruo, al que quiere matar el príncipe Teseo, con el apoyo de Ariadna y su hilo, conlleva una reflexión sobre el poder. Se exigen sacrificios humanos para una bestia que intimida a los enemigos en el interior de una consutrucción laberíntica construida por Dédalo, padre de Ícaro, al igual que las famosas alas.