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CRÍTICA: «TORI Y LOKITA»

En la trastienda de la sociedad del bienestar


Irreductibles en su discurso, los hermanos Dardenne componen una de sus obras más demoledoras y, a la vez, más hermosas de su filmografía. Los cineastas belgas no han querido mirar hacia otro lado y han dirigido el objetivo de su infalible cámara hacia su propio país, o más bien a esa silente trastienda en la que se ocultan los males de una sociedad de primer nivel adquisitivo pero devorada por los males que siempre conlleva el capitalismo.

Sus protagonistas son dos supuestos hermanos transformados en carnaza del sistema, son víctimas de la sobreexplotación carente de ética que deriva hacia el tráfico de emigrantes y el abuso sexual.

Tori es un chaval de diez años y Lokita es una adolescente, ambos son negros y permanecen atrapados en las garras de una red de tráfico.

Su explotación tiene su cara más visible en un sujeto que es propietario de un restaurante y que, a la vez, los utiliza para mover su droga.

Jean-Pierre y Luc Dardenne no han querido manifestar su menosprecio a través del subrayado emocional.

En su intento por hacer evidente su malestar han optado por otorgar a sus personajes la dignidad que les arrebatan cada vez que se ven obligados a hacer algo contrario a su voluntad y lo hacen a través de diferentes herramientas cinematográficas, cortando las secuencias de manera descarada en situaciones especialmente dolorosas y apostando por la distancia a la hora de retratar sus vidas. Los cineastas son conscientes del terrible futuro que aguarda a sus protagonistas y por ello se esfuerzan en recordarnos su fuerza y empeño por salir adelante en una jungla sin escrúpulos.