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EDITORIALA

La estrategia sionista es incompatible con la paz


Resulta repetitivo, obscenamente repetitivo. El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, anuncia la disponibilidad de Israel para alcanzar un acuerdo de alto el fuego y acto seguido el Ejército sionista bombardea una escuela y un mercado, con resultado de más de una veintena de muertos. La propaganda israelí lo presentará como una importante operación para desactivar la resistencia palestina y la comunidad internacional la lamentará e incluso condenará, pero no será capaz de salirse del guion estadounidense.

Esa forma de proceder de Israel responde a una estrategia que tampoco es nueva, pues la viene aplicando durante toda su trayectoria como Estado. La estrategia sionista. Tanto tras los acuerdos de Oslo como tras su salida de Gaza en 2005. La política de asentamientos en Cisjordania no es precisamente muestra de voluntad de un acuerdo con los palestinos, sino precisamente de todo lo contrario, hacer inviable cualquier tipo de salida negociada, no ya conforme a las resoluciones de la ONU, sino incluso en condiciones aún más ventajosas para Israel. Algo similar ocurrió hace unas semanas, cuando el propio Joe Biden había anunciado la conformidad israelí con otro acuerdo de alto el fuego. Al igual que en esta ocasión, sabía lo que hacía, como demuestra el hecho de que hace ocho días EEUU días aprobase la venta de armas por 20.000 millones de dólares. Armas para bombardear escuelas, hospitales, mercados y campos de refugiados, es decir, a palestinos y palestinas, en su gran mayoría mujeres y niños y niñas.

A Israel no le importa dejar en evidencia al secretario de Estado estadounidense ni al mismo presidente, lo hace con la seguridad de que cuenta con su apoyo incondicional. Lamentable, y no lo es menos la actitud de la mítica Europa de los derechos humanos, que no tiene capacidad de ir más allá de repetir como un papagayo el «derecho a la legítima defensa» de Israel por un viejo complejo que le impide exigir firmemente el cese de una ignominia solo comparable a la que sufrieron en su seno millones de personas, buena parte de ellas judías y que, por cierto, nada tenían que ver con el sionismo.