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La travesía en el desierto sin focos de Unidos Podemos

Alberto Pradilla

El sistema político que se abrió tras las elecciones del 20 de diciembre ha envejecido a pasos agigantados. Poco queda de aquellas vertiginosas jornadas de enero en las que efectistas ruedas de prensa marcaban una actualidad que daba mil vueltas para volver al punto de inicio al final del día. Quien tuvo la habilidad de llevar la batuta durante casi todo el tiempo fue Unidos Podemos, con sus maestros en el arte de la comunicación. De poco les ha servido. Tras fracasar en el intento de «sorpasso» y con la investidura pivotando entre PP, PSOE y Ciudadanos, da la sensación de que el partido liderado por Pablo Iglesias transita ahora por una travesía en el desierto, desprovisto de las cámaras que antaño le seguían en cada momento. Claro que los medios no les han olvidado, porque «serpientes de verano» como la del asistente sin contrato de Pablo Echenique ocupan un espacio desmesurado en las portadas en comparación con escándalos de verdad. Sin embargo, el partido morado ha perdido la iniciativa. Como si se hubiese retirado a meditar por qué sus jugadas fueron tan espectaculares pero tuvieron tan pocos resultados.

Uno de los momentos que mejor ejemplifican el cambio de posición de Unidos Podemos es la rueda de prensa posterior a la cuarta ronda de contactos de Felipe VI con los líderes de los partidos para hablar sobre la investidura. Siete meses antes, con la garra de la novedad, Iglesias se plantaba en la sala de prensa del Congreso rodeado por sus posibles «ministeriables» y ejerciendo ya de vicepresidente. Hace una semana, en la más absoluta soledad y con un tono más lánguido, admitía que la idea de un Ejecutivo alternativo estaba prácticamente desterrada. Había pasado de la posición de fuerza y la iniciativa mediática a desfilar como uno más por una sala de prensa en la que la nueva política ha aportado comparecencias mucho más largas y un atril colocado frente a la mesa donde antes se sentaban los portavoces. La renovación de la política española se hace de pie, con el cuerpo a la vista, y poco más.

Fue el propio Iglesias, en aquella comparecencia, el que admitió que a ellos ya no les correspondía dar ningún paso. Su última maniobra, intentar que Xavi Domènech disputase la presidencia del Congreso, terminó con discusión con el PSOE y con los partidos independentistas catalanes. Después de que Unidos Podemos se abstuviese junto a PP y PSOE para impedir que el Partit Demòcrata Català tuviese grupo propio, no parece que las relaciones con el soberanismo vayan a mejorar. Los intentos previos para formar Gobierno junto a Ferraz tampoco salieron bien y el PSOE ha explotado la imagen (poco real, pero que ha funcionado) de que fue la intransigencia de Iglesias la que frustró un «Gobierno de cambio».

Uno de los riesgos a los que se enfrentó la formación morada antes del 26J era el «síndrome del Partido Comunista Italiano». Como le ocurrió al PCI entre el fin de la II Guerra Mundial y el «compromiso histórico» suscrito por Enrico Berlinguer a finales de los años 70 del siglo XX, Podemos corría el riesgo de quedar muy cerca del Gobierno pero nunca acceder al Ejecutivo por el acuerdo entre el resto de formaciones. La situación actual es similar, solo que con la desventaja de que, con 71 escaños, La Moncloa ni se ve. La soledad de Iglesias tiene que ver con un «cordón sanitario» impuesto por el «establishment» que todavía no puede ni siquiera aprovechar, ya que el PSOE no se ha entregado a la Gran Coalición, lo que le permitiría al partido morado ejercer como única alternativa.

Es posible que los líderes de Unidos Podemos hayan agradecido este tiempo de relativa calma. Sin embargo, su exclusión de los focos también muestra los topes de su propuesta de cambio. Ellos mismos han reconocido que se acerca su conversión a un partido al uso. Habrá que ver qué se dejan en el tránsito a la «normalidad».