INFO

Cómo la geología (y la esclavitud) explican el voto demócrata en el sureste de EEUU

¿Pueden unas rocas del cretácico explicar por qué los demócratas ganan desde los años 70 en una franja de territorio que atraviesa los estados sureños de Mississippi, Alabama y Georgia, tradicionalmente republicanos? Sí, con la ayuda de la esclavitud y de la lucha por los derechos civiles.

Imagen de una plantación de algodón en Alabama a finales del siglo XIX. (LIBRARY OF CONGRESS)

Es posible que la explicación a la victoria constante de los demócratas en una pequeña franja sureña rodeada de territorio republicano se encuentre en el pasado. Concretamente, en el cretácico, hace unos 100 millones de años. El hallazgo, o la propuesta, la realizó el profesor emérito de la Universidad de Wisconsin Steven Dutch en el año 2000, y no ha perdido vigencia en dos décadas.

Dutch se fijó en una franja de territorio que desde principios de los 70 vota inamoviblemente por los demócratas. Se trata de un terreno que empieza en Mississippi, atraviesa Alabama y Georgia y acaba en Carolina del Sur. A excepción de Georgia, que es un estado más disputado, Carolina del Sur, Mississippi y Alabama son feudos republicanos, especialmente estos dos últimos. Trump, sin ir más lejos, ha ganado en ambos por más de 20 puntos en estas elecciones.

Sin embargo, el arco azul (demócrata) que se viene dibujando en el mapa electoral durante los últimos 50 años se ha mantenido inamovible también en esta ocasión, como se puede ver en el mapa, donde se señala la citada franja con el círculo verde.

Al geólogo de Wisconsin, defectos del oficio, el mapa electoral le recordó al arco geológico que forma una franja de territorio dominada por rocas del cretácico –en verde en el mapa de abajo–, rodeada al norte por rocas más antiguas –en gris–, y al sur por más jóvenes –en amarillo–. En rojo, están marcados los límites de los cuatro estados mencionados.

Pero lo que de entrada podía parecer una correlación fortuita, un capricho geológico-electoral, tiene una relación de causalidad mucho más profunda y terrible.

En este mapa que aporta Latif Nasser, que recientemente contó esta historia en un extenso hilo de Twitter, se observa cómo en el cretácico este arco estaba sumergido en el mar, muy cerca de lo que entonces era la costa. Nasser explica que ese lecho marino estaba lleno de plankton muerto, que con el tiempo fue fundiéndose con la tierra. Al quedar al descubierto esa franja de suelo cretácico por el retroceso de los océanos, afloró esa tierra tremendamente orgánica y alcalina, además de oscura, color que le dio el nombre de «cinturón negro». Un bautizo en forma de cruel augurio.

La fertilidad de ese suelo hizo que esta franja de tierra se convirtiese en un lugar ideal para plantar algodón, sobre todo durante el siglo XIX. El siguiente mapa aportado por Dutch sobre la producción de algodón en 1839 deja entrever también la existencia de ese «cinturón negro».

¿Y quién plantaba el algodón? Efectivamente, los miles y miles de esclavos llevados a la fuerza desde África. Apenas puede sorprender que, en este otro mapa, aportado también por Dutch, el porcentaje de población esclava en 1840 siga en buena medida el camino trazado por las rocas del cretácico. Donde había suelo fértil, había algodón, y donde había algodón, había esclavos.

Finalizada la esclavitud, y sobre todo a principios del siglo XX, muchos afroamericanos descendientes de esclavos migraron hacia el norte, pero muchos otros se quedaron en el sur. De hecho, el mapa actual de los condados con más del 50% de población negra vuelve a remitirnos, irremediablemente, a la mentada franja del territorio. Al «cinturón negro», el nombre le viene por el color de su tierra, pero bien podría venirle por el de su población.

Que los afroamericanos que votan lo hacen mayoritariamente por los demócratas –también en este 2020, donde han apoyado con mucha diferencia a Biden– es conocido desde hace tiempo, por lo que la secuencia queda clara: donde hay suelo cretácico hay tierra fértil; en tierra fértil se plantaba algodón en el siglo XIX; a trabajar ese algodón llegaban forzados los esclavos; y sus descendientes, mayoría en esos condados del «cinturón negro», votan mayoritariamente por los demócratas.

Ya solo queda explicar, siguiendo la narración de Nasser, por qué esta franja azul en los mapas electorales empezó a aparecer a principios de los 70 y no antes. Para eso hay que retroceder unos pocos años y centrar el foco en la lucha por los derechos civiles de los años 60, que tuvo su epicentro, precisamente, en este territorio.

El largo camino hacia el derecho a voto

Pese a ser abolida la esclavitud en el siglo XIX, una montaña de requisitos y burocracia –formada por barreras como el impuesto electoral o las pruebas de alfabetización– se interponía todavía entre la población afroamericana y las urnas. El 18 de febrero de 1965, Jimmie Lee Jackson, nacido en el «cinturón negro», protestaba en Marion, Alabama, a favor del derecho a voto. La policía cargó y Jackson, defendiendo a su madre, fue tiroteado por un agente en el estómago.

Murió tres días después y su fallecimiento fue la chispa que encendió una llama que sigue viva, según se ha comprobado este mismo 2020. La muerte de Jackson sirvió de acicate, un mes después, para la legendaria Marcha de Selma a Montgomery, en el corazón del «cinturón negro». Fue la eclosión del movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King.

Ese mismo marzo de 1965, mientras se repetían las marchas, el presidente Lindon B. Johnson tomó nota y anunció cambios en el Congreso. Y ese mismo año se aprobó la tardía pero histórica Ley del derecho a voto, ampliada en 1970 y 1975. Precisamente los años en los que empezó a aflorar, tímidamente, ese cinturón demócrata en territorio republicano –en la imagen los resultados de 1972–.

Una franja azul que, sin embargo, el recorte que el Tribunal Supremo le dio a la Ley del Derecho a voto en 2013 amenaza con hacer desaparecer de nuevo, pues cada vez son más las barreras que la población afroamericana vuelve a encontrarse en el «cinturón negro» para ejercer su derecho a voto. Los sucesos geológicos pueden durar millones de años, pero los logros políticos apenas sobreviven unos años sin volver a ser amenazados.