Josu Iraeta
Escritor

Los años no hacen de la ortiga un roble

Desde Moncloa, cuando dicen querer «entender» y negociar con ánimo de resolver –de hecho– hacen lo contrario cuando niegan la diferente realidad cultural y nacional, tratando de ignorarlo con un artificioso reparto de competencias.

Quienes me hayan leído en alguna ocasión, saben que soy amante de las metáforas, da ahí la entrada. Las utilizo mucho, en esta ocasión, la primera en la propia cabecera. Dicho esto, que no pretende ser escusa, y con su beneplácito comienzo el trabajo.

Nunca es sencillo «leer» con corrección y acierto la acción política y sus consecuencias, es por eso que el análisis político debiera –siempre que fuera posible– desarrollarse con cierta perspectiva, con un período de sedimentación que propiciara la aproximación a la objetividad.

Teniendo presente el párrafo anterior y ante la anunciada  proximidad de una «contienda» electoral, permítanme adentrarme en los últimos acontecimientos y plasmar «mi» coyuntura política.

Han transcurrido escasos días desde que el rey de los españoles se dirigiera a sus vasallos en Gasteiz, exigiendo libertades e incitando a la unidad y defensa de los «valores patrios» ante los peligros que les acechan.

Escuchando al hijo de Juan Carlos I –me gustaría conocer al autor del texto– me llegaron recuerdos de otro texto, este serio y bien redactado, que tuve el placer de leer hace ya algún tiempo. Se trataba de un Manifiesto Republicano de origen asturiano, que entre sus párrafos incluía el siguiente: «La democracia excluye que la más alta magistratura del Estado sea desempeñada por razón de nacimiento y que su trayectoria se encuentre sometida a los «avatares» de una familia, por muy ilustre que sea su apellido».

Incluir este hermoso párrafo no es casualidad, pues es precisamente el rey de los españoles una de las piezas que además de interpretar, nuclea el inmovilismo en el Estado. Pudiera parecer una figura que simplemente es utilizada por quien gobierna –que también– pero de hecho concita voluntades y expresiones políticas que no son ajenas a la confrontación sobre el modelo de Estado.

Teniendo presente el párrafo anterior, cabe destacar que el rey de los españoles es uno más de los agentes involucrados en el debate actual, y aunque carece de capacidad de decisión, su influencia es notable, con la ventaja añadida de aparecer como una figura por encima de los intereses concretos que pujan en el debate. Y eso es escrupulosamente falso.

A pesar de unos y otros, lo cierto es que, con mucho coste, pero en «la tierra de los vascos» nos hemos situado en una coyuntura que tiene por objetivo trazar un futuro que implica poseer, no sólo proyectos definidos, también fortaleza para defenderlos. Y es aquí, en las convicciones, en los proyectos, en la implicación para llegar a un común denominador, donde se observan peligrosas ambigüedades, puesto que estamos obligados a evitar errores del pasado.  

Otro de los agentes involucrados en el debate, el Gobierno de Pedro Sánchez –que como otros más próximos– y por carecer de la solidez deseable, se ve obligado a improvisar, en estos momentos está preocupado y tiene sus razones para ello.  Una de ellas es la posible pérdida de confianza de su presidente, como consecuencia de la doble estrategia puesta en marcha por el Partido Popular.

Ante esta doble iniciativa, el PSOE, conocedor de sus debilidades y con sobrada experiencia sobre los métodos que para presionarle utiliza el PP, ha optado por cubrirse protegiendo su flanco más vulnerable; las muchas cuentas pendientes de su oscuro ayer.

Se sabe –el PSOE también– que la nueva dirección del PP, haciendo gala de su extraordinaria capacidad de «regeneración», dice pretender alejarse del estigma Aznar-Rajoy, (Pablo Casado no existe) y propone –olvidándose de su pasado reciente– centrarse en el trabajo, auscultar la calle y ofrecer soluciones a sus conciudadanos.

Decía que la estrategia del Partido Popular es doble, y lo hacía porque, también está activando a esa caterva de monstruos que han nacido al amparo de su inquietante sombra, con la única intención de tensionar la sociedad civil, validando el mismo objetivo por el que ya lo hicieran tras la muerte de Franco, enfrentándose a su propia Constitución española, tratando de volver al «punto de partida».

Lo cierto es que en la «política real» hoy se reproducen situaciones vividas hace tres décadas, y esto es así porque lo que está en juego es lo mismo que entonces, pero también debe subrayarse que, si la interlocución ha sufrido variaciones importantes, los intereses que defienden las partes «todas» siguen siendo los mismos, no han variado.

A pesar de la «rejuvenecida» dirección actual, la derecha española condensada en el Partido Popular y lo que queda de aquel «Ciutadans» al que debe sumarse su apéndice Vox, que hoy como entonces, se postulan como «únicos defensores de la patria» siguen siendo víctima de un proyecto obsoleto en el que se visualizan los últimos vestigios del franquismo.

Si hace treinta años rechazaban la Constitución, hoy se muestran como abanderados del patriotismo constitucional, y lo hacen por la misma razón; para que no cambie nada.

De su discurso aflora con claridad, que no desarrollan un pensamiento político y desconocen la importancia de la ética y la moral en la vida política. Su formación franquista les impide escuchar, viven, necesitan y buscan el enfrentamiento e ignoran las leyes del juego democrático.

En suma, suponen una hipoteca permanente para la débil democracia española, y constituyen un peligro para el futuro de sus compatriotas.

Desgraciadamente este es el dibujo, y no parece sencillo modificar la instrumentalización actual de las instituciones básicas del sistema y sus derivadas, graves consecuencias.

Es por eso que, desde Moncloa, cuando dicen querer «entender» y negociar con ánimo de resolver –de hecho– hacen lo contrario cuando niegan la diferente realidad cultural y nacional, tratando de ignorarlo con un artificioso reparto de competencias.

Lo exhibido hasta ahora por Pedro Sánchez y su gobierno –haciendo una lectura seria de los hechos-, no parece que contribuya a otra cosa que no sea mantenerse en el poder. Es decir, desde Moncloa tienen previsto utilizar el poder, «sólo» con el objetivo de reproducirlo. Esto y no otra cosa, es lo que ponen sobre la mesa.

Así pues, es evidente que los años no hacen de la ortiga un roble.

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