Rebolico.com
Hace poco, un amigo de la cuadrilla nos contaba sus problemas de insomnio. «No duermo porque no paro de darle vueltas al coco. Estoy todo el rato en rebolico.com», decía. Algo similar me pasa con el monotema de los atentados de París. Entre mis cavilaciones nocturnas hay una insistente. ¿Qué tiene París que no tengan otros lugares donde también ha habido atentados con decenas de muertos? ¿Es que por la cercanía nos impacta más?
Soy consciente del simbolismo de golpear en el corazón del Estado francés. Los yihadistas perseguían seguramente ese efecto amplificador y es obvio que lo han logrado. Pero creo que, aparte de las múltiples causas políticas, sociológicas o geoestratégicas que explicarían (si es posible explicarlo) cómo se ha llegado hasta esto, hay algo más.
París es una ciudad emblemática para muchos de mi generación que desde muy jóvenes mirábamos al «faro de arriba» desde la oscuridad impuesta por el franquismo.
Reconozco que la hemos mitificado porque no todo es tan bonito como lo pintan algunos, ni tan romántico como proyectaban los protagonistas de Casablanca, ni tan libre, igualitario y solidario como pretende la divisa de la République. Pero me siento más touchée que con otros terribles atentados que tampoco han ocurrido tan lejos.
Esta vara de medir diferente me genera desazón porque las víctimas rusas, nigerianas, malienses, sirias o kurdas también tienen familias, pueblos, países que defender o construir, proyectos de vida... pero, desgraciadamente, no un altavoz tan grande como la torre Eiffel. Y aquí estoy, yo también dándole al bolo, atrapada en rebolico.com.