Escuadra y cartabón
Me encanta la política y me apasiona el fútbol, mundos que nada tienen que ver pero que se encuentran a menudo y donde desde hace tiempo se está produciendo una suerte de simplificación cartesiana, que en teoría permite acercarse a ellos casi exclusivamente desde de la lógica aritmética en detrimento de su componente emocional.
Hoy todo se desmenuza en números y estadísticas, de forma que algunos partidos lanzan su mensaje en función de la encuesta semanal o centran su campaña en aquellos lugares donde los escaños se disputan en unos pocos votos. Del mismo modo, hay delanteros que lanzan el penalti a un lado porque el portero se lanza al contrario el 73% de las veces, y entrenadores que reservan a sus mejores jugadores cuando juegan contra Barça o Madrid porque creen que jueguen unos u otros lo más probable es que pierdan.
Yo creo que no hay que menospreciar ese factor intangible que son los sentimientos. Quizá porque soy ciudadano de una nación oprimida; igual por ser aficionado de un club cuyos seguidores jamás perdonarían salir al campo sin ánimo de victoria, reservando armas. Por eso no me sorprendió el tsunami de Bildu –qué fue aquella medianoche en el Arenal sino pura emoción– ni le busco la lógica –no la tiene– a que mi equipo haya jugado cuatro finales en seis años.
Se equivocan quienes creen que con escuadra y cartabón se mide todo. Es mentira. Es el corazón el que nos mueve. Por eso seguimos aquí después de 500 años. Por eso, cuando esa nueva política ya sea vieja, nosotros seguiremos jugando el partido de siempre. Porque somos tercos, somos apasionados y amamos la libertad.