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YO NO SOY MADAME BOVARY

Un divorcio falso para una Concha de Oro auténtica


P uede ser que por aquello de no faltar a la tradición, el último anuncio de la Concha de Oro despertó, por encima de todo, mucho desconcierto en la sala de prensa del Kursaal. Los periodistas se miraban los unos a los otros, en un vano intento por comprender cómo la vencedora de Zinemaldia había escapado, una vez más, a sus radares. La verdad es esta: la nueva cinta dirigida por Feng Xiaogang no entraba en las quinielas de nadie y a lo mejor en la competición hubo films más merecedores del máximo honor... lo cual para nada quita que “Yo no soy Madame Bovary” sea una cinta muy a reivindicar, que al fin y al cabo, de esto tratan estos certámenes, ¿no? Más aún cuando está ante nosotros un producto cinematográfico tan atípico y, a la postre, tan estimulante. Más allá de las virguerías a nivel formal, es de agradecer que una película sea tan consciente de la naturaleza de la historia que nos está contando. La situación inicial (la de una mujer peleada con el sistema a raíz de un infructuoso proceso de invalidación matrimonial) se alarga durante dos horas hasta conseguir una sensación de absurdo que se descubre como ideal para plasmar el propio concepto de China, uno de los absurdos más divertidos, desconcertantes (claro) y fascinantes de la historia de la humanidad, y ya puestos, del cine.