Raimundo Fitero
DE REOJO

La mosca

La primera cuestión es definir con claridad si se trataba de una mosca o un moscardón. En un estudio televisivo para un debate acotado por metacrilato entre los que van en la plantilla como vicepresidentes de Trump o Biden, el género del animal alado que se posó durante un buen rato en la cabeza plateada de Mike Pence puede adquirir un valor simbólico innegable. Como no podía ser de otra manera un debate entre Pence y Kamala Harris debía aportar algo más de sensatez, pero como estamos en estos tiempo líquidos, la mosca se convirtió en el punto de apoyo de todos los comentarios.

Y es que hay muchos que tiene la mosca detrás de la oreja, algunos que las matan con el rabo de sus invenciones y fantasías judiciales y cuando ahora escribo, las discotecas catalanas siguen cerradas, las madrileñas pueden convertirse en restaurantes y un tribunal ha tirado para atrás las medidas restrictivas del gobierno que se aplican en Madrid. O sea, la mosca de la Justicia no deja de zumbar en la vida política elemental, y también las decisiones sanitarias técnicas. Eso sí, que un miembro del Tribunal Constitucional esté imputado por violencia de género, eso no es nada reseñable, eso pasa al libro de las anécdotas consuetudinarias. Lo de mandar al Supremo el caso de Iglesias y el famoso teléfono celular robado es un auto de fe.

Y es que a mí me sonó la mosca zumbona en mi trompa de Eustaquio al enterarme del insólito caso de que cuarenta monjas de clausura del convento sevillano de Santa Ángela de la Cruz están afectadas por el coronavirus y las autoridades sanitarias las han aislado. ¿No estaban ya aisladas por su clausura? En Tauste, hace unas semanas fueron seis de su convento de Clarisas. Las sevillanas han declarado que rezando saldrán adelante. Sería bueno indagar cómo llegó hasta el cenobio la infección. ¿La mosca?