Hoy la nostalgia está mal vista, es una emoción demodé, en cualquier aspecto de la vida, en política de una forma especial porque cuando se habla de revolución o de lucha de clases los comentarios que provocan son como sonrisas condescendientes ante ingenuidades que no llevan a buen puerto. Se consideran pequeñas locuras de seres trasnochados, irreverentes con el capitalismo patriarcal.

En la música sucede algo parecido, pero suscita más perplejidad porque al entonar una canción o nombrar al cantante que puso letra a los ideales de nuestra vida, enseguida te das cuenta de que nadie le conoce. Y entonces es cuando llega la nostalgia y una se siente como la chica con la que nadie baila. Tengo un amigo, Pinttu, que todos los días nos saluda con un audio en el que toca la guitarra y canta una melodía conocida a la que él le pone su propia letra, siempre crítica, pero también saludable a primera hora de la mañana. Hace unos días recordó a los cantores que usaron su voz como un arma de lucha, «canciones que llevaban dentro ilusión para el porvenir», decía.

Dio la casualidad de que horas después un compañero de Ongi Etorri Errefuxiatuak, recordando a Palestina y la criminal ayuda de EEUU a Israel, me enviaba el video de una conocida canción contra el imperialismo de Washington, cuyo estribillo a ritmo cubano repetía: «Por eso y por mucho más lo que el yanqui necesita es una aumentada dosis de jarabe vietnamita». El intérprete era, Quintín Cabrera, un cantautor y poeta uruguayo, comunista y revolucionario, militante de la «cultura obrera y popular», exiliado en Barcelona en 1968. Cabrera murió en 2009 dejando la herencia generacional de una obra maestra en la canción revolucionaria.

«Esta máquina mata fascistas», grabó en su guitarra, en 1940, el cantautor estadounidense Woody Guthrie, después de recorrer los caminos de la Gran Depresión… Así es como la música y las ideas suenan, al unísono, en la emoción de esa nostalgia tan demodé que muestra lo poco que ha cambiado el mundo.