Olvido
80 años después del desembarco aliado en la Provenza, Emmanuel Macron volvió a dejarse ver colocando un ramo de flores en una de esas tumbas a los caídos y dirigiendo soflamas que quisiera solemnes, con epitafios como un «Francia no olvida», destinado esta vez a los soldados que conformaron los Comandos de África y que incomprensiblemente se lanzaron fusil en mano a liberar esa misma metrópoli que subyugaba entonces su propio territorio y que aún hoy medra en las antiguas colonias para defender eso que denomina sus «intereses nacionales», que no son otros que los de las grandes multinacionales que no conocen más patria que el capital.
80 años después «sigamos siendo ese pueblo capaz de voltear la fatalidad del destino, esa nación solidaria con todas aquellas que quieren ser libres», profirió sin sonrojo el presidente, olvidando, seguramente por descuido, que su amada República se opuso militarmente a descolonizar su imperio y que se resiste aún, encarcelando a los miles de kilómetros de su tierra a los líderes kanakos que reclaman desde hace años la soberanía de su archipiélago, conquistado a sangre y fuego bajo el mandato de Napoleón III, el segundo emperador, una jerarquía que ambiciona seguro el propio Macron, quien mes y medio después de haber disuelto el parlamento y de haber convocado unas elecciones que perdió, sigue sin nombrar gobierno a pesar de que el NFP ya ha propuesto candidata. Al parecer, este viernes deshojará su particular margarita en la que no habrá ningún pétalo de izquierdas, porque el inquilino del Elíseo ha decidido voltear esos mismos resultados electorales que le acarrearon la fatalidad de la derrota y que otorgaron una mayoría relativa al Nuevo Frente Popular, este que se ha conformado 88 años después de aquel que desembarcó en Matignon con esas medidas sociales y solidarias que los últimos gobiernos conservadores se empeñan en desarmar. Esta V república está ya tan marchita que pide su propia corona de flores y una lápida que llame al olvido.