22 AGO. 2024 KOLABORAZIOA «We are the champions?» Txema GARCÍA Periodista y escritor Más de lo mismo. El mismo modelo cada cuatro años. Son las Olimpiadas, una mezcla de parque temático deportivo, exaltación del nacionalismo supremacista negador de pueblos, fuegos artificiales, himnos y banderas para dar y tomar, público enfervorizado, estadios abarrotados, grandes medidas de seguridad, millones de selfies, y una campaña de marketing brutal a nivel planetario para olvidarnos de un mundo convulso que hace aguas por todos los lados.. Sí, dos semanas de competiciones enfocadas a vendernos la imagen de un «mundo perfecto» que busca, por medio de la excelencia en las distintas modalidades deportivas, inculcarnos que tienes que luchar contra otros si quieres conseguir algo. Oro para quien gana, plata y bronce como premios de consolación, la pedrea en forma de «diploma» y, por último, participar, que también tiene su mérito. El mismo esquema que nos muestra el sistema capitalista: solo unos pocos obtienen beneficios, el resto no cuenta. Ganar, solo ganar y, a veces, como sea, incluso con los árbitros comprados. Estaba claro, en 2020 (en Tokio) Francia consiguió un total de 33 medallas, 10 de ellas de oro. Ahora, en París, ha conseguido nada menos que 64, 16 de ellas de oro. Igual que hizo España cuando en 1988 (en Seúl) solo obtuvo 4 medallas (1 de oro) y, cuatro años después, en Barcelona, consiguió nada menos que 22 en total, de ellas 13 de oro. Lo nunca visto. Ya sabemos, desde hace mucho tiempo, de la condescendencia absoluta del Comité Olímpico Internacional (COI) con la nación elegida para organizar los Juegos, favoreciéndola con jueces y árbitros en el medallero. También de la mafia que se esconde detrás de este Comité y de los distintos Comités de las naciones que participan, lucrándose de forma directa e indirecta, así como del siempre oscuro juego de intereses políticos, económicos y urbanísticos que se desata sobre todo antes, pero también durante y después de cada uno de los Juegos que se celebran y, ante todo, por conseguir que un país poderoso se haga acreedor a ellos. A este respecto, dos apuntes: solo una vez se han realizado los Juegos en América Latina (Río de Janeiro) y nunca se han celebrado en África, que acumula casi un 22% de la población mundial, es decir, los pobres no parecen tener derecho a celebrar los Juegos. Así, el verdadero Oro de los Juegos Olímpicos se lo lleva el Primer Mundo, y la medalla de hojalata, en última instancia, los países del Tercer Mundo, que sirven muy bien de decorado para dar algo más de colorido a las ceremonias de apertura y clausura y hacernos pensar que con participar ya tenemos un premio asegurado. Los atletas africanos siguen corriendo medias y largas distancias porque, entre otras muchas cuestiones más allá de su genética, están más acostumbrados a sufrir más que nosotros, aun cuando no puedan ganar ninguna medalla en natación o en remo y solo aspiren a ahogarse en una patera cruzando el estrecho. Los atletas de otros muchos países pequeños o apenas considerados en este «orden mundial» tienen que buscar sus nichos para tratar de conseguir medallas en deportes minoritarios, como boxeo, taekwondo o judo, y nunca en saltos de esquí, golf, hockey sobre hielo, vela o patinaje artístico. Esta «división internacional del deporte» no es casual. Obedece, al igual que el reparto del trabajo, a una escala de valor que marca Occidente y el mundo desarrollado y que condena a muchas naciones a la subordinación, cuando no al ostracismo deportivo, más allá de algunas pocas élites locales que si pueden practicarlo. Luego está también ese otro robo que consiste en «comprar» atletas de otros países al mejor postor. Algo que es particularmente cierto en el caso de Cuba (país con grandes deportistas en muchas especialidades) pero que, sin embargo, son robados por potencias occidentales y nacionalizados de la noche a la mañana como propios, mientras se imponen serias restricciones a quienes, como emigrantes, vienen a vender su fuerza de trabajo. París (Francia) nos deja la vergüenza del veto a Rusia, mientras que Israel se ha hecho acreedor a todo el medallero de crímenes si hablamos del respeto a los derechos humanos. Eso sí, las fuerzas de seguridad francesas y las televisiones de buena parte del mundo han intentado por todos los medios no hacer visible uno de los mayores genocidios cometidos desde la Segunda Guerra Mundial, en este caso el perpetrado por el Estado sionista en Gaza y Cisjordania. A la capital parisina le va a sustituir en 2028 Los Ángeles (EEUU), en plena decadencia como «patrono mundial», bien sea dirigido este país por Harris o Trump, dos caras de una misma moneda depredadora. La «ciudad de las estrellas», la meca de Hollywood, seguro que conseguirá a fuerza de artificios espectaculares dejar por el suelo a París, Tokio, Río de Janeiro, Londres, Beijing... Sin embargo, quienes pensamos que el verdadero deporte tiene otro sentido más importante, que no tiene nada que ver con países, banderas e himnos, con negocios especulativos, con exponer a los y las atletas a esfuerzos inhumanos, con mejorar la vida física y emocional de las personas, no tanto para competir contra los demás sino para mejorarnos entre todas y todos, estaremos imaginando que sin medalla doradas otro mundo deportivo es posible. París nos deja la vergüenza del veto a Rusia, mientras que Israel se ha hecho acreedor a todo el medallero de crímenes