Cinco historias desde París 1924 a París 2024
Hace 100 años también la capital del Estado francés acogió los Juegos Olímpicos. Repasamos los episodios más curiosos de aquella edición, algunos tan populares que acabaron convertidos en películas de cine.
Por tercera vez París va a ser el escenario de los Juegos Olímpicos. Ya en 1900 y en 1924 la capital francesa acogió a los mejores deportistas del planeta en un evento que todavía no era tan abierto y moderno como hoy. Por ejemplo, apenas había presencia femenina en algunas pocas competiciones.
Con todo, 1924 se convirtió en una edición muy popular, con episodios tan curiosos que en varias casos acabaron llegando a la gran pantalla. Rebobinemos a hace un siglo antes de fijar la mirada en este 2024 y encontramos estas cinco historias:
La version real de ‘Carros de fuego’
Un grupo de corredores en una playa (Saint Andrews, Escocia), la cámara que captura casi al ralentí las piernas y los gestos de estos atletas que pisan el agua y la arena, una banda sonora poderosa que entra de inmediato en la cabeza, invento del compositor griego Vangelis, con tonos de piano y de sintetizador.
Es la escena-madre que abre ‘Chariots of fire’, ‘Carros de fuego’, mejor película en los Óscar de 1982 y ganadora de otras tres estatuillas en aquella edición (una para Vangelis, por cierto).
La música es el complemente ideal cuando se corre, da idea del esfuerzo agónico y de la gloria.
La película está inspirada en hechos reales, ocurridos en las Olimpiadas de Paris de 1924. Harold Abrahams (interpretado por Ben Cross) y Eric Liddell (Ian Charleson) son dos chavales que compiten en aquellos Juegos en atletismo y cada uno tiene una profunda razón personal para intentar ganar la medalla de oro. Harold es un judío que quiere encontrar un sitio en una sociedad que no lo acepta del todo, mientras que Eric, católico nacido en China en una familia de misioneros, siente que el atletismo se puede convertir en algo que glorifique el nombre de Dios.
‘Carros de fuego’ se inspira en la competencia entre Abrahams y Liddell, con algunas licencias que chocan con lo realmente ocurrido
La cinta cuenta los meses anteriores a los Juegos y finalmente la participación de los dos chavales en París. Eric, atleta completo y también jugador de rugby en la selección escocesa, descubre en la capital francesa que la final de los 100 metros se disputará el domingo, «el día del Señor», en que según sus creencias religiosas no puede competir. Afortunadamente consigue una plaza en los 400 metros, programados para el jueves, donde gana el oro. En aquella carrera de los 100 metros, por contra, participa Abrahams, que triunfa.
Un típico happy ending donde el Bien vence, aunque la realidad fue bastante distinta. Liddell sabía ya con mucha antelación que la final de los 100 iba a ser un domingo y en general la historia real no coincide con la versión cinematográfica. Tampoco aparece en este ‘Carros de fuego’ la carrera de los 200 metros, donde Liddell llegó tercero y Abrahams fue sexto. Licencias que los productores se tomaron sin problemas pero que chocan efectivamente con lo que ocurrió hace ahora 100 años.
De las piscinas a Hollywood
Curiosamente el siguiente trabajo de Hugh Hudson, director de ‘Carros de fuego’, sería en 1984 la peli ‘Greystoke-La leyenda de Tarzán, el rey de los monos’, con Christopher Lambert interpretando al protagonista en la versión original, intimista y triste, hijo de la high society inglesa salvado y adoptado por un grupo de gorilas. Todo surgido desde la mente del escritor Edgar Rice Burroughs y plasmado en sus novales.
Tarzán era ya en 1984 un nombre archiconocido no solamente para los que habían leído los libros a principios del siglo XX, sino también para los aficionados de películas «ligeras». Hollywood había pescado a dos manos esas aventuras de Tarzán, edulcorando el tema del aristocrático criado por los monos cuya vuelta al «mundo real» se convierte en drama, como en la obra de Burroughs y luego de Hudson.
No, el Tarzán de Hollywood era otra cosa: un chaval grandote que saltaba de árbol en árbol acompañado por Chita, un chimpancé juguetón, que como amiguita tenía a Jane, y que de vez en cuando chillaba a pleno pulmón.
Para 1932 ya se habían producido ocho películas sobre ‘El rey de los monos’, y entonces apareció Johnny Weissmüller.
Mejor dicho, Johnny se había hecho famoso en los Juegos de París de 1924, cuando representando a Estados Unidos –a pesar de haber nacido en un pueblo que hoy en día se encuentra en Rumanía (en última instancia el apellido no mentía)– ganó cuatro medallas: tres de oro en natación (100 y 400 metros en estilo libre, más la 4x200 metros en relevos) y un bronce con el equipo de waterpolo.
Weissmüller había empezado a practicar natación para contrarrestar una poliomielitis y haría carrera primero en París y luego en Hollywood
Físicamente Weissmüller era un portento, 190 centímetros por casi 90 kilos. Había empezado a practicar natación gracias a los consejos de un médico para contrarrestar una poliomielitis.
Después de las Olimpiadas de París, Johnny fue fichado enseguida, primero como modelo de ropa interior y luego por la MGM, que iba en busca de un nuevo Tarzán. Weissmüller haría de ‘Rey de los monos’ en 12 películas con su icónico alarido que, por supuesto, no era verdaderamente suyo sino un truco preparado en los estudios alargando tecnológicamente un grito normal y más breve del actor. Desde ‘Tarzan-The ape man’ hasta ‘Tarzan and the mermaids’, serían 16 años de compromiso millonario con Hollywood.
La primera de Irlanda
Hasta 1924 no hubo un equipo irlandés en los Juegos. Muchos irlandeses competían, pero bajo bandera del Reino Unido o de otras naciones, como era el caso de las ‘Irish Whales’, las «ballenas», que arrasaron en las primeras ediciones de las Olimpiadas: John Flanagan, Paddy Ryan, Martin Sheridan y Matt McGrath, entre los otros. Obtuvieron medallas de oro o de plata sobre todo en atletismo (lanzamiento de martillo o de disco), pero para Estados Unidos, donde ya vivían.
En 1924 la bandera irlandesa cobijó a 49 representantes en los Juegos de París, con dos medallas conseguidas en disciplinas que de deportivo solo tenían... el tema. Y es que hasta 1948 existió una categoría de competición denominada «artística», donde se medían pintores, compositores, escultores y poetas con obras que tenían que hablar de deporte.
Las primeras medallas para la bandera de Irlanda serían en la categoría «artística», por un cuadro y un poema
Y resultó que Irlanda ganó ahí dos medallas, una de plata y otra de bronce: Jack Butler Yates, hermano del escritor William Butler Yates (Premio Nobel en Literatura en 1923), consiguió el segundo puesto gracias a su cuadro ‘The liffey swim’, y Oliver Saint John Gogarty se llevó el bronce con su poema ‘Tailteann Ode’.
Cien años después, por cierto, aquel paso de gigante irlandés sigue sin culminarse, porque los irlandeses del norte, como galeses y escoceses, siguen teniendo que competir bajo enseña británica.
Paavo Nurmi, la locomotora
Finlandia ha ganado 101 medallas de oro en toda su historia en los Juegos de verano (los de invierno son otra cosa). Se trata de una nación muy combativa en sus participaciones, y la décima parte de ese tesoro se lo debe a una sola persona, a un genio y figura del atletismo: Paavo Nurmi.
No estaba predestinado a ser uno de los mejores corredores del siglo XX sino el heredero de la minúscula empresa familiar regentada por su padre Johan; una carpintería. Pero vivir en Turku no era algo muy saludable por aquel entonces. Paavo nació en 1897 y ya con 13 años tuvo que coger las riendas de la familia por la muerte de Nurmi senior y de dos de sus hermanas.
Adiós a la carpintería, por tanto. El chaval se convirtió en ayudante en una panadería, donde fortaleció las piernas empujando carros por las rampas de las calles de Turku. Mientras tanto la familia, sin ningún recurso, tenía que alquilar la cocina de su piso para reunirse toda en una misma habitación, tal era el nivel de pobreza.
Nurmi curtió sus piernas empujando carros de pan por Turku y acabaría ganando cinco oros en 1924
A Paavo le gustaba muchísimo correr. Iba al trabajo de este modo, además de empujar los carros por las cuestas. El siguiente paso sería participar en alguna carrera de fondo, y hacerlo fiel sobre todo a su propio reloj, sin casi fijarse en los rivales. Su referencia única era el cronómetro, si corría dentro de un tiempo determinado sabía que estaba en el camino correcto.
Su ídolo era Jannes Kolehmainen, que en los Juegos de 1912 había ganado, cuando Finlandia era todavía parte del imperio zarista ruso, los 5.000 metros, los 10.000 y la carrera de Campo a Través.
Paavo lo haría todavía mejor en los tres Juegos en que participó. En 1920 triunfaría en los 10.000 metros y en las carreras tanto individuales como de equipo de Campo a Través. En 1924 iba a llegar su obra maestra, las medallas de oro serían cinco: 1.500 y 5.000 metros, Campo a Través individual y de equipo y finalmente 3.000 metros por equipo. El último oro lo ganaría Nurmi en Amsterdam en 1928. En toda la historia de los Juegos solamente en cinco casos un deportista ha ganado más oros que Paavo en una sola edición.
Andrade y Baker, el «cotilleo» de los Juegos
La primera edición de la Copa del Mundo de fútbol iba a celebrarse en 1930, pero ya seis años antes el torneo de los Juegos Olímpicos se consideraba el evento más importante de este deporte. Y en 1924 la mejor selección fue Uruguay, como luego ocurriría en los Juegos de 1928 y finalmente en el Mundial de 1930.
Un equipo, además, con un toque euskaldun, en el que figuraban apellidos como Etchegoyen, Saldombide y Urdinarán. También José Nasazzi, defensa central hijo de un italiano y de una mujer (Maria Jacinta Yarza) originaria a su vez de Euskal Herria.
Etchegoyen, Saldombide, Urdinarán... aquel Uruguay tenía mucho sello vasco pero el protagonista absoluto sería José Leandro Andrade
Sin embargo la estrella absoluta de aquel Uruguay era el mediocentro José Leandro Andrade, cuya historia parece realmente el fruto de un cuento, basado en varios «Se dice...». Por ejemplo, que nació de un padre ex esclavo negro brasileño experto en ocultismo que tenía casi 90 años; que se había criado en Salto, lugar mítico en la frontera entre Argentina y Uruguay; que eran aún mejor bailarín que futbolista... De hecho en los Carnavales de Montevideo, ciudad donde empezó trabajando como limpiador de zapatos y vendedor de periódicos, no se perdía ni una fiesta.
Podemos imaginarnos a alguien así en la París «maldita» de 1924, entre artistas y locales nocturnos. Aquí entra en escena otro «Se dice»: después de la victoria contra Suiza en la final, Andrade quiso quedarse en la ‘Ville Lumière". Tremendo vividor, destacaba también por su físico, 1.80 de la época.
Una noche se fue a los locales del centro, donde se exhibía una chica que como único vestido llevaba una falda hecha de plátanos. Era Joséphine Baker, la estrella de los cabarets.
Entre estos dos jóvenes empezaría, se dice, una historia de sexo más que de amor, fugaz como todos los Juegos Olímpicos.