Mito y realidad camino de la taquilla
La cita del día 30 se antoja un duelo desigual, entre el ahora mismo quizá mejor equipo del mundo y un Athletic siempre a contracorriente de los derroteros que toma el planeta fútbol. Pero también David derrotó a Goliat, y quién sabe si como de aquel cuento no todo era cierto, ahora la historia no respeta el guión previsto.
San Mamés. Lunes, seis de la mañana. El relente en la cola de las taquillas despierta sentidos, alienta coloquios y alimenta almas. No quisiera parecer arcaico, pero la distribución digital borrará de un plumazo esos intensos momentos de fértil intercambio directo, humano, de opiniones, sensaciones y esperanzas. Todo eso, y más, por un insignificante precio en sueño.
En una mano, café de cartón. En la otra, el croquis sobado de la grada del Camp Nou. En el aire, un hondo deseo que vacía bolsillos mientras nos obliga a realizar esfuerzos de funámbulo temerario que apenas mantiene el equilibrio en pugna con esa esencia genética bipolar de instinto animal e inteligencia humana que nos hace imposible vivir sin el fútbol. A pesar del fútbol.
Como decía, el rocío de maitines pone calibre al desafío que se viene encima, y es entonces cuando la afición busca refugio y la ilusión alimenta mitos. No queda otra. Y en la fila, frente a la puerta número cinco, algunos se acuerdan de David. Y de Goliat, el filisteo. En el corazón de la antigua Palestina, un mercenario de seis codos y un palmo –casi tres metros de gigante malencarado– con un filo de nueve kilos en la mano, le escupía al pastor: «Ven a mí y daré tu carne a las aves del cielo, y a las bestias del campo». Todos sabemos cómo acabó la historia y las entrañas de quién alimentaron a los buitres.
Pero para aferrarnos al mito, primero tendremos que abstraer y librarnos de la inevitable e inconveniente comparación mental entre un resentido titán con 290 centímetros y un argentino virtuoso de 169. Es más apropiado alzar la mira y contemplar a un Goliat de 160 millones de euros que paga generosamente a incontables huestes de mesnaderos venidos de los once confines para asolar la hierba por la que pisan. Eso y més.
Y, sobre todo, es imprescindible afrontar una seria y profunda revisión del mito cristiano que secuestra la imagen de David y lo pinta como a un pastor cuasi-inerme en lo físico, aunque convenientemente acorazado con el blindaje de la fe. No señor. David era un joven ágil y despierto, avezado en la persecución de los lobos que amenazaban sus rebaños, y pertrechado con una robusta honda, que no era ningún tirachinas, sino un arma capaz de impactar y matar a un filisteo fanfarrón a doscientos metros, con el certero golpe de una piedra que viaja a cuarenta metros por segundo. Me pregunto quién fue, en realidad, la víctima propiciatoria y quién el favorito en el célebre duelo.
A eso iba. Puede que la empresa sea difícil, casi hazaña, pero el Athletic no es en esta lid mansa víctima que espera un milagro caído del cielo. Al contrario, cuenta con recursos sobradamente eficaces que van mucho más allá de la fe y la ilusión, que sobran, pero no bastan; con herramientas técnicas y tácticas suficientes para afrontar con garantías una final complicada, sí, pero extremadamente posible.
De esas y otras cosas hablamos mientras desde las taquillas recién abiertas van llegando inquietantes noticias de localidades agotadas. Nadie quiere perderse la final en su extensa dimensión deportiva. Pero tampoco la oportunidad de vivir un capítulo histórico para el club y la afición, y de silbar firmes convicciones democráticas a los cuatro vientos, a pesar de las amenazas. Y, finalmente, de recordar con indignación y cariño a quien nunca más podrá ocupar su localidad por culpa de una violencia injustificada y gratuita. Para que nunca más vuelva a suceder. Iñigo, gogoan zaitugu!!! Athleeeetic!!!