2016 MAR. 03 PROCESO DE ELECCIÓN DEL PRESIDENTE ESPAñOL Sin salida entre el «fuego cruzado» A medio camino entre el debate de investidura y la precampaña electoral, el intento de Pedro Sánchez de convertirse en presidente español terminó en una confrontación de «fuego cruzado» de la que sale más débil de lo que llegó. No logra el acuerdo con Podemos, se queda solo con Ciudadanos y enfila la segunda votación sin opciones de pacto. Alberto PRADILLA MADRID Pedro Sánchez, candidato del PSOE a la presidencia española, sale del Congreso peor que como entró. La supuesta virtud de su pacto con Ciudadanos es que la mano izquierda del acuerdo puede hacer como que no sabe dónde se maneja la derecha. Así, mientras el aspirante presionaba a Podemos y se batía con Mariano Rajoy, su socio Albert Rivera trataba de seducir al todavía presidente para que se sume a la «gran coalición». Esto, como guión general. Pero teniendo en cuenta que nadie puede garantizar que no haya nuevas elecciones, cada una de las cuatro grandes fuerzas españolas intentaba amarrar la confianza de sus votantes y lanzar torpedos a sus posibles rivales en las urnas. Así que el debate terminó convertido en un «fuego cruzado» entre todos. Solo la reivindicación independentista de DIL y ERC sirvió para unir a PSOE, PP y Ciudadanos. El primer «cara a cara», el de Rajoy frente a Sánchez, aún guardó las formas tradicionales. Luego todo se enmarañó. Ni orden ni concierto. Sánchez contra Pablo Iglesias. Este contra Sánchez y, de paso, repartiendo «estopa» a Rivera. El de Ciudadanos contra Rajoy y el presidente en funciones, junto a alguno de sus ministros, defendiendo su posición frente a todos. En medio, Patxi López, al que el debate se le escapaba de las manos. «¡Hasta aquí hemos llegado!», clamó, impotente. El candidato necesitaba mayoría absoluta y solo fue capaz de amarrar sus 90 diputados y los 40 de Ciudadanos que ya se traía de casa. El protocolo dice que, tras el primer fracaso, se abre un período de dos días hasta la nueva votación que tendrá lugar el viernes. Pero después de lo visto ayer se trata de un trámite que bien podrían saltarse. Por la derecha, el PP ya ha dejado claro que no dará su aval al acuerdo de PSOE y Rivera. Por la izquierda, Podemos también se niega a permitir un Ejecutivo de Ferraz y Ciudadanos que tenga las manos libres una vez que sea investido. Así que volvemos al punto cero. Eso sí, con mucho más veneno entre formaciones que, o pactan, o se condenan a nuevas elecciones. El «bluf» de Rajoy Al primero que le tocó leerle la cartilla a Sánchez fue a Rajoy. El todavía presidente se arrancó el corsé dialéctico que le ha petrificado en los últimos cuatro años y sacó a pasear la ironía parlamentaria para dejar claro que no hay «gran coalición» que no sea liderada por él. «El pacto es un ‘bluf’», bramó. Por si su adversario no lo había comprendido, tiró de diccionario y aclaró que su definición es la de «montaje propagandístico para crear un prestigio que posteriormente se revela falso». Defendió su decisión de no presentarse a ser vapuleado ante el Congreso, ridiculizó el intento frustrado de Sánchez y calificó el acto de ayer de «sucedáneo de investidura». Como viene siendo habitual, Rajoy estuvo acompañado de coreografía. La potencia de los tradicionales abucheos de la bancada del PP servían para recordar que, con sus 130 escaños, son el grupo mayoritario en el Congreso. También siguiendo la tradición, el gran aliado de Génova fue UPN, en este caso representado por Iñigo Alli. Aprovechó para cargar contra el gobierno del cambio en Nafarroa, se presentó como el partido de la «mayoría social» navarra pese a haber sido desalojado de la gran mayoría de instituciones y reivindicó el pacto con el PSN como único modelo. Iglesias y el «verdadero PSOE» El siguiente en cargar contra el candidato del PSOE fue Iglesias. En un discurso muy emocional, el portavoz de Podemos puso énfasis en establecer la línea entre el «verdadero» PSOE y el que ahora dirige Sánchez. «Es el partido de mi abuelo, cuando ser socialista llevaba a la cárcel o al pelotón de fusilamiento y no a los consejos de administración de las grandes empresas». Citando a Los Chikos del Maíz, que se han convertido en referencia transversal de la izquierda, volvió a recordar el papel de Ferraz junto al establishment. «Cualquier día los trabajadores le exigirán que entregue la S y la O de sus siglas», argumentó. Como la negociación ya se había roto hacía una semana, repetir los argumentos contra el pacto con Ciudadanos no tenía mucho sentido. Así que Iglesias pasó a la ofensiva y se ubicó en el escenario posterior, el de culpar al PSOE de que no haya «gobierno de izquierdas» y que puedan repetirse las elecciones. Era evidente que Iglesias no estaba para concesiones. Pero en la réplica a Sánchez llegó hasta un punto que dejó en fuera de juego al aspirante del PSOE. Fue cuando el portavoz de Podemos se acordó de Felipe González y su «pasado manchado de cal viva». Una referencia a los GAL que soliviantó a la bancada del aspirante a presidente. Rivera el «presidenciable» En medio del bronco debate emergió, con aura «presidenciable», Albert Rivera. Cuando todo se pone complicado recordemos para qué se creó Ciudadanos. Especialmente, cuando se escucha su discurso «de Estado», dedicado a defender su pacto con Sánchez (quizás de forma más honesta que su socio, ya que ha aportado el 80% de su contenido) y a dar lecciones a PP. Aunque en principio la derecha era su aliado preferente, Rivera puso énfasis en cargar contra Rajoy, vinculándolo a la corrupción e instando a Génova a renovarse para sumarse a esa «gran coalición» que anhela. En este fuego cruzado, a mitad de camino entre el debate de investidura y la precampaña electoral, el candidato Sánchez trataba de mantener su imagen de futuro jefe de Gobierno. Lo tenía difícil. La víspera, sin posibilidad de réplica, tuvo todo un auditorio ante el que ejercer de «presidente-por-un-día». Ayer, sin embargo, se vio obligado a enfrentarse a su propia debilidad. Sus razones («la pinza», «la peor medida del pacto con Ciudadanos es mejor que mantener a Rajoy como presidente») sonaban gastados, como si ya hubiesen dado todo de sí. Que su gran bronca fuese con Iglesias deja claro que poco margen existe para que, a partir del viernes, se convierta en el aspirante más breve de los últimos 40 años. El candidato del PSOE no tiene respuestas sobre resolución para PNV y EH Bildu Pedro Sánchez escuchó a Aitor Esteban y Marian Beitialarrangoitia, pero no se dio por aludido con lo que los portavoces de PNV y EH Bildu le plantearon en relación con el conflicto vasco. Él venía con su agenda y hablar sobre Euskal Herria no entraba en ella. Solo así se explica que eludiese en dos turnos sucesivos las menciones realizadas sobre «paz y convivencia» o respeto de los derechos humanos. Hacia los jelkides, el tono del candidato a presidente fue de mano tendida, pero sin dar una razón que lo justificase. Hacia la coalición abertzale, eludió la tradicional «coletilla» sobre la condena que el Gobierno del PP utilizaba en todas las intervenciones de Amaiur. «Se equivocan si creen que no existe un problema político en Euskadi», arrancó Esteban. Le planteó que «puede ser un tema que alguno de sus compañeros de formación dé por amortizado, pero desde luego no lo está». También le afeó el acuerdo sellado entre PSOE y Ciudadanos. En realidad, daba la sensación de que lo que el jelkide quería decirle es que su formación estaba dispuesta a firmar un pacto con Sánchez, pero que había sido el aspirante el que lo había impedido. «No se han comprometido a absolutamente nada con Euskadi», sentenció. Pese al diagnóstico, mantuvo su disposición a dialogar, aunque con una recomendación: con el carril de Podemos, Compromís y Unidad Popular, el candidato de Ferraz sí que podría llegar a la Moncloa. Beitialarrangoitia también recordó que hay asuntos pendientes como la desactivación de las medidas de excepción, un cambio en la política carcelaria y la garantía de que todos los derechos se cumplen para todas las personas. El derecho a decidir y la recuperación de los derechos sociales se suman a iniciativas para resolver definitivamente como elementos indispensables para el cambio, según la portavoz de EH Bildu. «Las leyes están al servicio de la democracia, no al revés. Si las mujeres partiéramos de esa frase, quizás hoy no tendríamos derecho al voto», remarcó la diputada independentista en un discurso con un marcado carácter social. Por primera vez desde que Amaiur llegó al Congreso en 2011, la intervención de la portavoz abertzale cosechó muchos más aplausos que abucheos, gracias a los elogios de Podemos o ERC. Pese a que las demandas eran bien concretas, Sánchez hizo como que no las había escuchado. A la intervención de Esteban, el candidato respondió con buenas palabras y una invitación a sumarse al pacto. Pero nada concreto. A la de Beitialarrangoitia, reivindicando la «soberanía nacional» (obviamente española) frente a la democracia. «No queremos ruptura, sino reforma», dijo el candidato a presidente español. Y aunque el conflicto vasco se había convertido en arma arrojadiza por la mañana, por la tarde optó por hacer como si no existiese.A.P.