El domingo un grupo de fascistas irrumpieron en la plaza de la Bolsa de Bruselas para reventar un acto en recuerdo de las víctimas de los atentados. Unos días antes, otro grupo lanzó bengalas frente a la mezquita de la M-30, en Madrid. Y, hace un par de semanas, unos desconocidos atacaron una lonja de Zabalgana, donde está prevista la apertura de la sede de la Asociación Cultural Árabe Al Mohsinin.

Los brotes de islamofobia no son nuevos en Gasteiz. En 2011 la presión de unos vecinos, arropados por el PP, logró evitar la apertura de una mezquita en Zaramaga. Negaban cualquier conducta racista, pese a que se convocaron marchas contra la mezquita y, al igual que en Zabalgana, desconocidos lanzaron sangre de cerdo contra la fachada de la lonja en la que se pretendía instalar el centro de culto.

Resultan paradójicos los argumentos de estas personas, que echan mano de regímenes fundamentalistas para justificar conductas xenófobas. Radicales de un signo se retroalimentan con las acciones de otros extremistas para defender posturas autoritarias. Para negar la apertura de una mezquita, para dejar sin ayudas a parte de la población o para cerrar el paso a personas que huyen de la guerra.

Por suerte, la mayoría defiende una sociedad libre y multicultural. Así lo demostró la ciudadanía el 18 de abril de 2015, cuando miles de personas tomaron las calles de la ciudad para participar en el Gora Gasteiz Eguna. No estaría de más que se repitiera una movilización similar para dejar en evidencia la soledad de quienes agitan las banderas del miedo y del odio.