Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Gold, la gran estafa»

Los pícaros de la trastienda norteamericana

En los últimos años el cine estadounidense ha aumentado su interés por la películas sobre timadores, un subgénero que debido a la gran crisis global ha encontrado nuevos cauces en los que topamos con una galería de personajes y situaciones inspirados en casos cuyo surrealismo bordea los increible.

De entre esta galería asoma el personaje encarnado por un  Matthew McConaughey, que vuelve a demostrar su gran estado de forma metiéndose en la piel de un estafador de poca monta, marcado por el desastre constante y que en su empeño por lograr el gran golpe de suerte de su vida se asociará con otro personaje de su mismo talante para, juntos, llevar a cabo un descabellado plan consistente en encontrar oro en un olvidado rincón de la jungla indonesia.

Stephen Gaghan ya se mostró en “Syriana” como un aplicado guía de la trastienda estadounidense y sabedor de lo caprichosa que resulta la diosa Fortuna, siempre pendiente de los altibajos económicos, ha elaborado un irregular pero entretenido filme que incide en los males que arrastra iniciar una aventura cuya etapa final es tan incierta como la posibilidad de encontrar oro en un lugar que indicaba todo lo contrario.

En este nuevo ejemplo de los peculiares resortes que mueven al publicitado «sueño americano», topamos con males perfectamente aplicables a cualquier rincón del planeta, las relaciones entre un ex-mandatario –en este caso estadounidense– con un dictador de un país remoto.

La excusa argumental se transforma en un circo de tres pistas exótico en el que McConaughey se muestra con barriga cervecera, pelo escaso y grasiento y una sonrisa similar a la que luciría un vendedor de coches de segunda mano en un baño de sudor constante.