Mikel CHAMIZO
CLÁSICA

Una presentación deslumbrante

Había mucha expectación por ver dirigir en Donostia a Gustavo Gimeno, el músico valenciano que desde que se propuso en serio dirigir orquestas, en el año 2012, ha debutado ya con algunas tan importantes como las de Chicago, Cleveland, Boston o la Concertgebouw de Amsterdam. La orquesta holandesa está ligada la carrera de Gimeno desde sus inicios como percusionista, pero actualmente su mayor compromiso lo tiene con la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo, de la que es máximo responsable desde el 2015. Gimeno llegó con su orquesta a la Quincena y se puede afirmar que su presentación del viernes, con un programa de música rusa, fue por momentos deslumbrante. Además, se trataba de una selección de obras diseñada con mucha inteligencia, porque vinculaba dos obras de temática sobrenatural –las de Mussorgsky y Liadov– y, por otro lado, ponía en perspectiva la música de Prokofiev al colocarla junto a una creación de juventud de Shostakovich, claramente influenciada por él.

Abrió el recital la célebre “Noche en el Monte Pelado” en la versión original de Mussorgsky, la que le gustaba dirigir al maestro de Gimeno, Claudio Abbado, en lugar del aburguesado arreglo de Rimsky-Korsakov. El valenciano llevó a la orquesta al límite mismo del ruido, lo que encaja con la intención de Mussorgsky a tenor de la orquestación salvaje con la que reviste este akelarre. A pesar de la intensidad que les exigía Gimeno, la orquesta nunca perdió el equilibrio y aun respondió con un plus de energía y brillantez. Algo parecido se puede decir del “Concierto para piano nº 3” de Prokofiev, en el que, salvo algunos desequilibrios de dinámica entre solista y orquesta, el conjunto luxemburgués funcionó como una máquina perfectamente engrasada. Gavrylyuk es un solista que conoce perfectamente el lenguaje de Prokófiev y, como era de esperar, firmó una versión impecable, muscular y virtuosa, sin perder la perspectiva sarcástica del peculiar lirismo de Prokofiev. Esa ironía fue, quizá, la que se echó en falta en la “Sinfonía nº 1” de Shostakovich, la obra de un adolescente fuertemente influenciado por las teorías del conductismo que estaban en boga en la década de 1920. El rendimiento de la orquesta fue admirable, pero pareció que Gimeno se tomaba el teatrillo de marionetas que es esta obra demasiado en serio.