Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Blade Runner 2049»

Una coherente bifurcación en la cadena evolutiva

Lo que Denis Villeneuve plantea en «Blade Runner 2049» va más allá del lógico respeto cinéfilo hacia un original que, con el paso de los años sigue ganando enteros.

En este arriesgado encargo, el autor de “Sicario” nos advierte que en lo que los años 80 era un caudal de preguntas sin respuesta enmarcadas en el postmodernismo que imperaba en aquella década prodigiosa y convulsa, en la actualidad todo se diluye en una lluvia constante que amenaza con ahogar a una especie humana que adquiere progresivamente un estatus secundario dentro de una cadena evolutiva en la que ha irrumpido lo imposible o, como se cita en el filme, «un milagro». Los caducos androides tipo nexus6 del filme dirigido por Ridley Scott tan solo son un eco apagado y los últimos modelos siguen siendo víctimas de una cacería a manos de otro nuevo tipo de androides que parecen albergar menos cuestiones internas que sus presas. En este escenario asoma un nuevo cazador de «pellejudos» al que presta su coherente inmutabilidad Ryan Gosling y a él le corresponde guiarnos a través de un mundo en plena fase de descomposición. Los nuevos dioses, ya lo eran en la primera película, son los propietarios de una gran corporación –encarnados en la figura del invidente mesiánico que interpreta Jared Letto– a la que se le niega seguir creando “ángeles” y a cambio desarrollan hologramas que responden a cualquier tipo de necesidad de sus propietarios.

La hermosa e inquietante relación que el blade runner que responde al nombre de “K” y su holograma, figura entre los grandes hallazgos de este filme que no pretende dar respuestas, sino ampliar las dudas en torno al futuro que le depara a los seres humanos y quienes, hace tiempo, dejaron de dar muestras de su propia condición y naturaleza las cuales parecen haber sido retomadas por los androides que han dejado de soñar con ovejas eléctricas.