Karlos ZURUTUZA

«Cinturón árabe» en Rojava, fase 2

El 12 de noviembre de 1963, el teniente Muhamad Talab al-Hilal, jefe de los servicios secretos de Hasaka (Rojava), publicó un informe de seguridad que marcaría los tiempos de Damasco para abordar el tema kurdo en Siria. Aquel documento subrayaba que el pueblo kurdo no existía porque carecía de historia o civilización; no era más que «un tumor maligno que crece en una parte del cuerpo de la nación árabe». El remedio, remataba Al-Hilal, era extirparlo.

Siguiendo las recomendaciones de aquel teniente, Damasco trazó las líneas de lo que se daría en llamar «el cinturón árabe»; una franja de tierra cultivable que se extendía por la región de Yazira a lo largo de 280 km, y paralelo a la frontera turca. Aquello fue el anticipo de la deportación masiva de 140.000 kurdos, muchos de los cuales ya habían sido privados de su ciudadanía siria. Serían reemplazados por colonos árabes en una campaña que, según la prensa oficial –no había otra–, buscaba «salvaguardar la arabidad de Yazira». Aquello se simultanearía con la eliminación de toda manifestación identitaria kurda: desde libros hasta bailes, y de topónimos hasta antropónimos.

No obstante, la llegada de colonos a Yazira no comenzó hasta 1973, año en el que se completó la presa de Taqba en el Éufrates. Además de garantizar el regadío en el «granero» de Siria, anegar las aldeas de 4.000 familias árabes ayudaba a que estas se repartieran entre las 41 granjas «modelo» pensadas para ellos en Yazira. En Damasco no se dejaba nada al azar. Afrin, un enclave montañoso kurdo, pero mucho menos fértil, en el oeste del país se libró de aquello entonces, pero hoy lo paga con un éxodo masivo de civiles. Huyen de una campaña orquestada en Ankara, pero que habría sido inviable sin contar con el beneplácito de Rusia y la indiferencia del resto del mundo.

Esta vez no han hecho falta grandes infraestructuras, ni complejas campañas de asimilación para echar a los kurdos de su casa. A Al-Assad hijo le ha bastado con no hacer nada, o dejar hacer, para ver cumplidos los sueños más húmedos de su padre.