Mikel Zubimendi Berastegi
INTEGRACIÓN Y PROTECCIÓN DE EXPRESOS (Y II)

Que haber tenido un pasado no quite a nadie la posibilidad de tener un futuro

La integración social de los expresos es un reto colectivo, exige soluciones institucionalizadas, sacarlo del juego permanente de la exigencia política para abordarlo desde un prisma humano, social y urgente.

Según datos que maneja Harrera, la asociación de ayuda a la integración social de las mujeres y hombres de Euskal Herria que han sufrido la cárcel o el exilio y que trabaja para que puedan construir su vida de una manera digna, entre el año 2000 y finales de 2017, 1.610 presos recobraron su libertad. En los últimos siete años, por su parte, más de 200 exiliados regresaron a sus casas. Son números que impresionan, que dan testimonio de la crudeza de un conflicto.

Reflejan la existencia de un colectivo humano al que no se le puede inhibir o cercenar de ninguna manera el potencial de cada uno de sus miembros. No se les puede decir que pueden ir hasta ahí y nunca más allá, no se les puede sugerir que esa es su situación y que ahí van a seguir estando, en muchos casos en la precariedad, al borde de la exclusión, sin posibilidades de construir un futuro personal con confianza y dignidad.

Es un colectivo humano que ha peleado duro por la libertad. Gente sensible, con capacidad de empatía, que nunca ha escatimado esfuerzos ni para verse cara a cara, e incluso trabajar codo con codo, con sus adversarios, ni para atender las inquietudes y, en la medida de lo posible, responder a las necesidades de las víctimas. Gente dispuesta a escuchar y tender la mano para dejar atrás el pasado, para curar las heridas de la nación vasca, para construir otro futuro para las nuevas generaciones.

Pero también tienen necesidad de ser escuchados, contar lo que vivieron y las razones por las que hicieron lo que hicieron. Su aportación es necesaria para asegurar que esta fase crucial de la historia de Euskal Herria no sea reescrita por expertos y académicos que no vivieron aquello y que a menudo cuentan otra historia.

El proceso de reintegración al que enfrentan una vez recuperada su libertad, se enfrenta a numerosas dificultades. Alguna de ellas tabúes, tales como el reconocimiento y el tratamiento de traumas sicológicos y emocionales de sus experiencias en la cárcel o en la militancia La libertad es algo grande, muy grande, pero nunca es gratis ni fácil. El restablecimiento de una vida familiar y de relaciones comunitarias no es siempre algo fluido y cómodo, la participación política no se les está reconocida en plenitud, necesitan capacitación para el empleo, algo que es esencial para que los miembros de una comunidad particular participen de forma plena y con confianza en la vida comunitaria. En muchos casos, que en adelante irán aumentando por ley de vida, es gente que sale con una edad avanzada, sin cotización mínima para la pensión y con dificultades de integrarse en la vida laboral.

Hablamos de un proceso con multitud de casos, tan diferentes y tan iguales. Hablamos de cicatrices y de heridas, de condicionamientos y handicaps evidentes. Y siendo ya de por sí complicado, cierta mentalidad lo complica aún más.

En vez de pensar la reintegración en términos de la contribución que la gente que sale de prisión puede hacer en su comunidad y a la sociedad en general, de abordar el problema e implementar las soluciones para sea segura y exitosa, a menudo se impone otro marco mental: el de la exigencia política permanente hacia este colectivo, incluso hablando de los riesgos para la sociedad que eventualmente podría suponer, hasta llegar a sugerir la hipótesis de la reincidencia.

La reintegración es una vía de doble dirección, requiere cambios e interpela a todos. No hay nada que los expresos deseen y merezcan más: dejar de ser considerados «un problema» para ser parte de la solución, contribuir a su comunidad y devolverle «algo» a cambio: su tiempo, interlocución, la inteligencia adquirida a través de la experiencia compartida. Y es que el objetivo no es sólo, que también, qué puede hacer la sociedad por los expresos, sino qué pueden hacer los expresos por la sociedad. Y esto es mucho y de gran valor, una inversión segura en convivencia y normalización.

Haber sido preso no puede ser una carga vitalicia, eso daña el futuro colectivo. Ellos intentan hacer lo posible para explotar todo su potencial y trascender el calificativo de «expreso», para desarrollar una identidad transformada. Sus familias y allegados tienen que tener la posibilidad de dejar ese equipaje del pasado, y los expresos deberían ser identificados como ellos mismos, sin esa etiqueta de por vida. Para ello hay que crear condiciones, una atmósfera donde puedan expresar quiénes son y cómo se sienten, sin tener que renunciar, denunciar o esconder su pasado.

La asociación Harrera ha trabajado duro en esa dirección. Ha dado mucha ayuda adicional, ha solucionado muchas situaciones urgentes, pero no es una alternativa completa. Se ha ganado el prestigio y el respeto, ha demostrado tener solvencia y hasta profesionalidad en la búsqueda de soluciones. Les guía un propósito noble, están comprometidos en conseguir que ese trabajo sea un éxito grande, no solo para los expresos, sino también para el país, para que la comunidad vea a ese colectivo humano y reflexione sobre las cosas que pueden hacer en positivo.

Como asociación basada en gran parte en la comunidad de expresos, se basa en unos valores de camaradería que, en buena medida, fueron desarrollados y practicados por los presos vascos en la cárcel. Son innatos a su naturaleza y siguen siéndolo fuera. Y es que la noción de ayuda mutua y solidaridad activa responde a necesidades básicas, son un buen antídoto ante las dificultades y responde al deseo de controlar el propio destino. Sencillamente, porque a través de sus experiencias, son los que están en mejor posición para empatizar y entender el efecto de la vuelta a casa.

Pero hace falta más. Es tiempo de conjugar la autoorganización y el voluntarismo con la necesaria institucionalización de soluciones. A tal fin, con voluntad, los mecanismos concretos no deben ser un problema. Está en juego la libertad de todos ellos para decidir su futuro, para hacer que su pasado no deje escrita la vida de antemano, que nunca condene a nadie a la precariedad y la arbitrariedad.

Y es que en esta vida lo único que es nuestro es lo que decidimos. También en este tema, hay que tomar decisiones para dar soluciones.