Aritz INTXUSTA

DUELO DE COFRADÍAS BAJO LAS FALDAS DE LA DOLOROSA

Tras las capuchas de las cofrades se esconde una estructura ancestral de poder en Iruñea. Las tallas de la capital navarra no tienen demasiado interés artístico, pero la competencia entre las hermandades por el control de la Dolorosa retrata a las viejas élites de la ciudad.

Las cofradías de semana santa en Iruñea, si se las sabe mirar, permiten viajar en el tiempo. Nacen las barriadas, cuando las calles de Iruñea se confundían con los gremios. Los cuchilleros estaban en la calle Cuchillerías y tenían como patrón a San Francisco. Hoy, depende del callejero que se mire, esta confusión continúa. La callejuela que une la Mayor con la Plaza de San Francisco, la trasera de la iglesia de San Lorenzo, unas veces aparece como San Francisco y otras, como Cuchillerías.

Todos los gremios y barriadas tenían su patrón. Los pellejeros de Jarauta adoraban a Santa Ana, los ferreros a San Antón (otra calle que tomó nombre del santo), los de la calle Sederías (Comedias) a Nuestra Señora de las Nieves, mientras que los carniceros de Descalzos lo hacían al Cristo Crucificado. De ahí nacen también las fiestas de los barrios y calles, como la de la calle San Lorenzo, antigua Burullerías (los burulleros tejían paños).

Estas barriadas mantenían estructuras político-religiosas que fueron el germen de las cofradías. Es decir, se regían en los capitoles que darán pie los capítulos de las actuales hermandades. A partir del XVI, estos capitoles aparecen ya dirigidos por los priores. Cara afuera, dichas estructuras interactuaban con el Ayuntamiento, realizando demandas en busca de resolver sus problemáticas particulares e incluso recaudando impuestos. Cara adentro, eran sociedades de ayuda mutua con funciones de corte benéfico social y que se encargaban de pautar normas de convivencia, apaciguar disputas y demás.

No todas las hermandades que hoy tienen hilazón con aquellas. En el siglo XIX se cortó de forma abrupta con esta organización de la ciudad, por lo que queda de aquello es muy residual. Hay excepciones. Le resta algo de vida a la hermandad de los Cereros y Confiteros. Igual que a la de los labradores. Algunos incluso conservan antiguos pendones de sus gremios-barriadas.

La vinculación de la semana santa entroncaba con la celebración del Domingo de Resurrección, donde la figura del prior tenía un papel importante en la parroquia e incluso se renovaban las autoridades. Obviamente, no todos podían llegar a prior. Existían jerarquías, élites, que se transmitían a través en estas organizaciones, vertebrando durante siglos las clases altas y estratificando la ciudad. Por ejemplo, la figura del Marqués de la Real Defensa (hoy la familia Mencos) está ligada a la Cofradía del Santísimo Sacramento y San Martín de Tours, que ha cumplido siete siglos. Joaquín Mencos es uno de los miembros del capítulo y exprior de esta cofradía, además de presidente de la Cruz Roja en Navarra. Porque, indudablemente, en las cofradías hay mucha devoción, pero también mucho clasismo.

La Pasión frente a Paz y Caridad

A partir del XIX, una cofradía sobrepasará a todas las demás hasta hacerse hegemónica. La Hermandad de la Pasión nació de la fusión de tres hermandades y fue absorbiendo a aquellas que iban cayendo en el olvido y haciéndose con sus posesiones y reliquias. Se quedó, por ejemplo, con la custodia de la «virgencica de los cereros y confiteros», una talla de 70 centímetros que se data entre finales del XVI y principios del XVII.

La Pasión se encarga, en general, de toda la Semana Santa irundarra. Y el clasismo continúa, manteniendo sus miembros, además, una fuerte tendencia ideológica de derechas. Así, el prior actual es Luis Javier Fortún, académico de historia. Este fue uno de las personas que ofrecía charlas para la asociación instrumental de UPN Doble12 de cara a manifestación de la bandera, aquella que fue eclipsada por una mujer enmascarada que encabezó la marcha fustigándose con una txistorra. En su charla exponía sus vastos conocimientos sobre la bandera navarra que, sorprendentemente, no le han servido para detectar las laureadas de los pendones de su sede de Dormitalería, de propiedad municipal. Tras el portón gigantesco de esta sede, duermen las distintas figuras que pasean en la ciudad, que son por lo general, muy modernos y de baja calidad artística. A destacar que el diseño propio de los pasos (es decir, los armazones sobre el que viaja la imagen religiosa) fueron diseñados por el arquitecto Víctor Eúsa para que armonizaran con los edificios que había diseñado él en la ciudad. Esto es, los pasos guardan una unidad estética con el Monumento a Los Caídos (como también lo hace el quiosco de la Plaza del Castillo).

Entrar en La Pasión sigue siendo una de la formas para ingresar socialmente entre las familias de bien de la ciudad: de trepar. Particularmente cómicos, para un observador ajeno, son los esfuerzos del exjefe de la Policía Municipal, Simón Santamaría, por convertirse en jefe de paso del Cristo de la Resurrección, última figura que se ha incorporó a las procesiones, que antes terminaban con el viaje en andas de la Dolorosa. De algún modo, se ve impelido a hacerlo porque él no es iruindarra de abolengo, sino marroquí.

Las cofradías, en tanto que sociedades de ayuda mutua, han sido históricamente un lugar estupendo para medrar, conocer gente y relacionarse. La Pasión ha sido hegemónica también para ello, pero eso cambió hace unos años. Un grupo de ambiciosos prohombres se escindió de la hermandad madre rescatando una de las viejas cofradías: Paz y Caridad. Lo comandaba el entonces cura de San Lorenzo, Santos Villanueva, que aspiraba a vestir el púrpura de arzobispo. Eso fue antes, claro, de que por lo visto le venciera la tentación y fuera extorsionado por un menor, cuestión que le obligó a emigrar a Cuba hasta que la cosa se calmara.

El renacer de una caridad sin caridad

Villanueva, que ya se había hecho con la parroquia de San Lorenzo (la más codiciada, pues alberga la capilla de San Fermín), animó a unos fieles a recuperar la vieja hermandad de Paz y Caridad –dedicada históricamente a atender a los reos a muerte y a enterrar a la gente que no tiene familia ni allegados–. Así se refundó la antiquísima hermandad, siendo aún más clasista que la Pasión, donde basta con rellenar un cupón y pagar 25 euros para entrar. A fin de cuentas, la Pasión tiene que rellenar porteadores de todos los pasos, poner romanos (como Miguel Cornejo, suplente al Senado por Ciudadanos), cuidar las imágenes y demás labores. Cierto es que, para ciertas cosas, tienen ayuda. Por ejemplo, los clarines que tocan el himno de España para que salgan las imágenes de Dormitalería vienen de Logroño.

Paz y Caridad se hizo con el honor de llevar el paso de la Dolorosa, la talla reina de la Semana Santa iruindarra. Era su encomienda histórica. Y, de este modo, la hermandad pudo ser más clasista todavía que la Pasión. El prior es Eradio Ezpeleta, exconcejal y factotum de UPN para temas de seguridad. Son cofrades personajes clave de la misma formación en otros pueblos de Iruñerria Carlos Burgui (Atarrabia), Alfredo Caballero (edil en Zizur), Justo (eterno bedel del Rectorado en el Opus). Otros hombres fuertes son el arquitecto Pachi Mangado (antiguo portador o el escultor Carlos Ciriza. El hermano de Iñigo Alli, Rafa, aspiró a jefe de paso. No lo logró, a pesar de que su hermano diputado (hoy oveja descarriada del partido) toca la guitarra en la cofradía de San Saturnino.

La rivalidad entre Paz y Caridad y la Pasión resulta notoria. Esto puso en un brete al actual Ayuntamiento, que es el dueño de la Dolorosa. No sabía a cuál encargarle la custodia de la imagen, así que salomónicamente encomendó la labor al Arzobispado. Hasta cierto punto, resulta normal. La problemática de las sociedades de ayuda mutua es que están abocadas a competir entre sí, a rivalizar por ser la mejor escalera hacia el poder y tener miembros de mayor estatus. Paz y Caridad, además, recibe críticas pues la ultraortodoxia de los Ezpeleta Iturralde (azotes en la sombra de Skolae) no se compadece con la vida nocturna de otros de sus integrantes (tan legítima como incongruente).

Existe, añadido a esto, un problema más cercano a lo ceremonial. Paz y Caridad, con dinero de sobra, está innovando. El traslado de la Dolorosa tenía, en Iruñea, un cierto carácter penitencial, de luto, en línea con lo que representa la propia imagen. Los actuales cofrades están metiéndole música y oropel al estilo andaluz, importando el modelo más de esta celebración religiosa. Este año han cambiado de trajes por otros más lujosos –cuestan 200 euros– y cosas así. Porque, como en todos los aspectos de la vida, dentro de la semana santa, hay trigo y cizaña. Y este pavoneo se mira con recelo.

La última gran transformación que ha sufrido la semana santa en Iruñea llegó en 2015, con el cambio. La caída de UPN creó un cortafuegos democrático entre estas sociedades pensadas para medrar y la Administración Pública. Por eso, la de 2019 será una Semana Santa especial. Puede ser la última en la que pertenecer a una de estas sociedades con aire masónico no facilite encontrar un cargo en la Administración. A menos que las urnas vuelvan a dejar fuera a todos estos encapuchados.