Sacar hoy día a la calle a 71.000 personas por una causa política o social es una hazaña, pero algunos de quienes se movilizaron ayer quizás se sientan frustrados por ser 9.000 menos que hace un año y 59.000 menos que hace dos, en circunstancias aquella vez muy excepcionales. Se podrían aportar varios argumentos para mitigar esta sensación (de coyuntura política, de sicología colectiva, de cambios de costumbres...), pero hay uno realista: aquellos 130.000 de 2014 no sirvieron para gran cosa. No es ya que aquella efervescencia no lograra cambiar la política carcelaria ordenada en lejanos despachos, ni siquiera consiguió algo más cercano y factible: acuerdos en Euskal Herria frente a una cuestión urgente y de puros derechos humanos. Y una fuerza que no desencadena movimientos termina siendo estéril, en física y en política.
No es nada extraño, por tanto, que la movilización haya bajado un tanto. Las elecciones estatales recientes ya confirmaron que el concepto de utilidad tiene hoy más peso que nunca en las decisiones personales: la gente quiere dar eficacia a su aportación, bien sea acudir a una urna con un voto o pasarse la tarde del sábado en una manifestación. Quiere soluciones. No hay duda, por otro lado, de que esos 59.00 que estuvieron en 2014 pero no ayer –y tropecientos mil más– siguen considerando que la dispersión es algo despreciable y que todos los presos deben terminar retornando a sus casas. Volverán a movilizarse, o a lo que haga falta, cuando vean que su aportación tiene una eficacia real.
La metáfora utilizada por Sare y Bagoaz, siguiendo la estela de aquel elefante y el «mugituko da» con que se demandó la libertad de José Luis Elkoro en Bergara, es muy acertada. Porque la cuestión de los presos supone una enorme roca en el camino, porque está ahí desde hace demasiadas generaciones, porque quitarla requiere un enorme esfuerzo colectivo y porque en ello hay un desafío directo a la ciudadanía vasca.
Cualquier harrijasotzaile explica que levantar una piedra así no es cuestión de mera fuerza, aunque lo parezca. Exige también técnica; no como complemento añadido, sino como base imprescindible. Hay que saber cogerla por el punto exacto, posicionarse de modo milimétrico, aplicar la fuerza y el impulso en el punto y momento adecuados... y luego sí, empujar con absoluta decisión y convicción, con todo, sin dejarse energías ni despistarse. La fuerza sin técnica (volvemos a la marcha de 2014) acaba siendo tan inútil como la técnica sin fuerza. Resulta clarificador que el mayor avance de estos cuatro años para vaciar las cárceles no se haya conseguido en la calle, ni siquiera en Euskal Herria, sino en un frente jurídico-diplomático muy alejado: el Tribunal de Estrasburgo que anuló la «doctrina Parot» y sacó a la calle a 60 presos en pocas semanas.
Ocurre, además, que no todas las piedras son iguales. Y esta no era una masa rectangular, con asideros claros y forma definida, como todos pensábamos hace cuatro años. El Estado español la ha llenado de vértices y aristas, hasta convertirla no ya en la incómoda Igeldoko Harria, sino en la Albizuriandi de Amezketa, que dicen los entendidos que es una de las moles clásicas más complejas y obliga al harrijasotzaile a un exhaustivo estudio previo antes de lanzarse a por ella.
Conviene, por último, reparar en que ni siquiera piedras así son estáticas. La erosión hace cierto efecto, sí, pero demasiado lento. Confiar en las meras consecuencias atmosféricas –el paso del tiempo, el impacto de la resistencia propia y el desgaste ajeno– efectivamente es una opción, pero menos eficaz que intervenir directamente sobre el clima político, hoy más cambiante que nunca con nuevos agentes y relaciones de fuerzas que pueden terminar retocando la forma de la roca.
Afortunadamente, mover esta mole no es un reto individual. Hay un pueblo entero dispuesto a empujar, aunque solo una parte reducida se pusiera ayer el gerriko y doblara los riñones. Activar pasa por ilusionar; ilusionar, por vislumbrar un horizonte de solución. La iniciativa de las peticiones individuales de acercamiento, lanzada cuando se percibió que esta piedra no era rectangular sino más bien esférica, no ha terminado de dibujar ese horizonte. Y si lo ha hecho, es muy lejos, de nuevo en Estrasburgo, nadie sabe cuándo.
En esta acción efectivamente hay técnica, pero esta vez se echa en falta fuerza, o al menos coordinación: sin un acuerdo político que la ponga en valor, sin un respaldo institucional en Euskal Herria, sin una campaña movilizadora, sin una cobertura internacional directa, a Madrid de nuevo le está saliendo gratis rechazarla y a ciertos portavoces vascos tergiversarla o menospreciarla. La comodidad absoluta con que PNV y Lakua han regateado las movilizaciones de ayer e incluso sostengan la falacia de que forma parte de la agenda de la izquierda abertzale (¿con Joseba Azkarraga? ¿con Rosa Rodero? ¿con Jean-Jacques Lasserre?) merece una reflexión.
Esta es una gran causa, no hay motivo alguno para el desánimo. Se trata, en resumen, de reactivar la fuerza y de encontrar la técnica. Posiblemente en orden inverso; lo segundo tendrá que preceder a lo primero.
P.D: Los harrijasotzailes dejan aún una última enseñanza: el secreto del éxito está siempre en el primer movimiento, ese es el esencial.