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Alberto Zerain descansa para siempre en el Nanga Parbat

El helicóptero que buscaba al alpinista vasco Alberto Zerain y al argentino Mariano Galván confirmó la existencia de un alud en la zona donde desaparecieron hace una semana, lo que llevó a «descartar la posibilidad de supervivientes». Los montañeros descansan en su último sueño, el Nanga Parbat (8.125 metros).


Tras una larga semana de incertidumbre y preocupación desde que se perdió la comunicación con los alpinistas Alberto Zerain y Mariano Galván, ayer se apagaron las esperanzas de familiares, amigos y amantes de la montaña de encontrarles con vida. Su experiencia y fortaleza física ayudaban a mantener la confianza hasta el final, pero su reto, la ascensión del Nanga Parbat (8.125 metros) por la arista Mazeno, era grandísimo y conllevaba un mayor riesgo de lo habitual.

El «radiotracker» del montañero alavés se había apagado después de marcar una caída de 150 metros, aproximadamente, a unos 6.000 metros de altura, lo que hacía pensar en un accidente. Lamentablemente los malos presagios se confirmaron al avistar ayer un alud de nieve en la zona donde desaparecieron Zerain y Galván. Esto llevó al equipo de rescate a «descartar la posibilidad de supervivientes».

Juanito Oiarzabal, al que sus problemas respiratorios le impidieron estar junto a ellos en la Montaña Desnuda, indicó a la agencia Efe que «el punto donde se encuentra la avalancha es inaccesible» y que todos los alpinistas tienen «asumido que el día que ocurre un accidente», por lo que lo mejor es quedarse allí donde han disfrutado.

«La idea es que descansen en el Himalaya. Intentar realizar un rescate para recuperar los cuerpos no tiene sentido», declaró el alpinista, que ha seguido muy de cerca la expedición y las últimas horas de la misma. En cualquier caso, será la familia –Zerain deja compañera y dos hijos–, que se encuentra en permanente contacto con la embajada española en Pakistán, la que tome la última decisión.

Amante de los retos

El Nanga Parbat es la novena cima más alta del mundo y la segunda de Pakistán. Su nombre en urdu e hindi significa Montaña Desnuda, al estar aislada del resto de cimas cercanas. Pero se ha ganado también el sobrenombre de Montaña Asesina, por la cantidad de gente que ha perdido la vida en sus laderas. El propio Oiarzabal lo escaló en 1992 por la ruta Kinshöffer, que transcurre por el flanco derecho de la pared del Diamir.

Zerain intentó llegar hasta su cima en 2011 por la arista Mazeno. El viento, el hielo y las avalanchas le obligaron a retirarse y preservar su vida, pero, según se recoge en la web de la expedición 2x14x8000, el solo hecho de intentarlo por esa vía generó en Alberto unos recuerdos imborrables. Seis años más tarde ha vuelto a perseguir ese sueño, porque el gasteiztarra –que vivía en un pequeño pueblo al lado de la capital, Subilla– amaba los retos. Se ha quedado en el camino, haciendo lo que le apasionaba. Descansará para siempre en un lugar en el que disfrutaba, con el que soñaba, aunque tenía muchos más planes por delante.

Por ejemplo, continuaba en el proyecto 2x14x8000, al que se unió para ayudar a Oiarzabal a repetir los catorce picos más altos del planeta. Esta expedición les iba a llevar al Shisha Pangma (8.013 metros) o al Dhaulagiri (8.167 metros) en otoño.

La manera y el camino elegido

Alberto Zerain iba a cumplir 56 años este verano, 40 de ellos en la montaña. No era alpinista profesional, sino transportista. Acumulaba los días festivos para escaparse al Himalaya. En una entrevista hace tres años con el periodista de “Baleike” Gorka Zabaleta, admitía que tenía miles de proyectos en la mente pero que no era fácil organizarlos. Ello no le quitaba la alegría de vivir. Le bastaba con ponerse las botas y salir de casa a disfrutar de la montaña. «Vivo en Subilla, rodeado de montes. No tengo que coger el coche para dar una vuelta».

Nunca ha sido mediático. El periodista de la agencia Efe Javier Domaica lo describía en su perfil como «el montañero silencioso que ha conseguido grandes éxitos sin hacer mucho ruido y sin alardear de su gran fortaleza física».

“Zeras”, como le llamaban sus allegados y colegas, escaló diez cumbres de más de 8.000 metros. La última, el Annapurna, el pasado mayo, junto al vizcaino Jonatan García. Entre las expediciones en solitario, la más conocida la realizó en 2008 al K2. Él solo, abriendo camino, subió directo desde el tercer campamento hasta la cima y volvió sano y salvo. Fue un gran éxito, comentó que se sintió «muy muy bien en toda la ascensión», pero no fue eso lo que le dio eco en los medios, sino la tragedia que sucedió muy cerc. Once alpinistas que partieron hacia la cumbre tras él perdieron la vida en el mismo día.

Más que por la cantidad de cimas holladas, Zerain es admirado en el mundo de la montaña por el camino y la manera de escalar que elegía. «No criticaré las grandes expediciones, pero no es mi opción. El estilo que me gusta es más sencillo: tú ante la montaña», comentaba al medio de Zumaia “Baleike”.

Zerain tuvo una estrecha relación con esta localidad desde que a los 15 años fue a aprender euskara. Se sintió como el protagonista de “Kutxidazu bidea, Ixabel”. Además de aprender muy bien el euskara, fue allí donde se enamoró de la montaña. Ha participado en más de una edición de la carrera de montaña Zumaia Flysch Trail. Pocos días antes de desaparecer, les envió un video desde el campamento base del Nanga Parbat con la camiseta de la carrera.

 

Mariano Galván, «sufriendo pero con una sonrisa por dentro»

«Cuando estoy en los campos base de los ochomiles, tengo mucho tiempo para pensar y reflexionar. Es ahí cuando a veces me asaltan las dudas y me pregunto qué hago ahí solo, con frío, cuando podría estar en mi país comiéndome un asado con amigos y escalando en pantalones cortos» admitía el reconocido montañero chubutense Mariano Galván el pasado verano en una entrevista con el Centro Cultural Argentino de Montaña.

«Otras veces, cuando estoy sufriendo más de la cuenta, me pregunto por qué escalo, y rápidamente viene a mi cabeza la respuesta: porque es lo que le da sentido a mi vida. Y ahí sigo suavemente, sufriendo pero con una sonrisa por dentro», expresaba este deportista originario de Trelew y afincado en Mendoza.

El compañero de Alberto Zerain en el camino a la cima del Nanga Parbat tenía 37 años y era técnico de electromedicina y guía de alta montaña. En pocos años se convirtió en uno de los alpinistas más destacados de su país, «un ejemplo de tenacidad y perseverancia», según el Centro Argentino de Montaña.

A los 25 años se fue a Mendoza para estudiar guía de montaña. Hasta entonces vivía lejos de la montaña y se dedicaba al buceo, al triatlón, al atletismo... aunque de vez en cuando realizara alguna escapada al monte con los amigos. «Lo que me llamó siempre fue el tema de los deportes en estrecho contacto con la naturaleza», rememoraba. Y allí, en Mendoza, empezó su romance con la montaña.

Desempeñó su actividad principalmente en el Parque Provincial Aconcagua, donde realizó numerosas expediciones comerciales y deportivas y contribuyó a la apertura de nuevas rutas, colaborando además con el cuerpo de rescatistas de manera voluntaria. Holló la mitad de los catorce ochomiles y transmitió su pasión mediante la escritura.M. I.