Josu Iraeta
Escritor

La cocina de la información

En mi opinión es innegable la tremenda fascinación que sobre la sociedad ejerce la masiva propagación «instantánea» de mensajes e imágenes. Se trata de un fenómeno que no podemos ignorar, y cuya importancia no se debe minimizar.

Un viejo y entrañable amigo, experto conocedor de celdas galas y españolas, hace ya algunas décadas y en una cárcel próxima a «la capital del amor», me mostraba la prensa del día diciéndome serio y preocupado: Hau da, gaur dugun etsairik zorrotzena Josu. Este, es hoy nuestro peor enemigo, Josu.

Se puede compartir, o no, la afirmación de mi amigo, pero a pesar del tiempo transcurrido y los importantes cambios habidos, recuperar la tranquilidad no equivale a la pérdida de la memoria.

No es la primera vez –y espero que no sea la última– que me aproximo a las redacciones de los medios de comunicación. Es un mundo fascinante, muy vivo, pero también, tan necesario como peligroso.

Respecto a esta importante y necesaria profesión, tan digna como la que más y tan peligrosa –por su capacidad de influencia– como pocas, hay cuestiones que permanecen invariables a través del tiempo. Cuestiones que no siempre cumplen con su cometido y una de ellas, es sin duda, la adulteración informativa.

Opino que la sociedad objeto de la información era, es y seguirá siendo receptiva además de vulnerable, por tanto, la adulteración informativa es eficaz, no hay duda.

Debe tenerse presente que todos los medios –grandes y pequeños– tienen su prestigio. Es el logro del trabajo, del esfuerzo y la dedicación en el tiempo, algo que, a algunos, permite «fabricar, cocinar» la noticia, adulterar la información.

El intento de penetrar en la cocina donde se elabora la información que más tarde se imprimirá en las rotativas, es –sin duda– un camino «jodido». Y es «jodido» porque el hecho de pretender analizar el comportamiento de los medios de comunicación, –pudiendo parecer hasta presuntuoso– además de un terreno resbaladizo, también va a ser poco agradecido.

No pretendo alzar la mirada y glosar sobre qué y cómo dicen allá lejos, no, es aquí, lo que se dice aquí, lo que me interesa.

Los prestigiosos medios que diariamente nos ofrecen su trabajo, desempeñan con frecuencia un papel bastante insidioso. Presentan la actualidad como «la norma» al pretender modelar –con absoluta consciencia– las actitudes individuales.

También debe reconocerse que, la labor informativa de los medios, además de compleja es también complicada. Es entendible que debe ser dificultoso coordinar el aluvión de información que llega a la redacción, cuando en periodos electorales «buscan» la opinión de la sociedad. Con ellas pretenden ofrecer una fotografía, pero también sabemos que las repuestas, dependen de cómo, dónde y cuando estén formuladas las preguntas.

Del mismo modo, tanto las emisoras de radio como los canales televisivos dan opción a testigos u organizan grupos de «expertos seleccionados», que supuestamente expresan la diversidad de la opinión pública.

Este público al que se quiere seducir en vez de informar, es invitado a consumir de forma pasiva las «noticias», como si se tratara de una película o serie de televisión. Las transformaciones sociales tienen mucho que ver con las nuevas formas de comunicación.

En mi opinión es innegable la tremenda fascinación que sobre la sociedad ejerce la masiva propagación «instantánea» de mensajes e imágenes. Se trata de un fenómeno que no podemos ignorar, y cuya importancia no se debe minimizar.

Los ejemplos de manipulación de los medios son más, mucho más que casuales. Debemos ser conscientes de que se puede decir –a través de una imagen– lo que se quiera. Pero la cuestión es aún más compleja, y de hecho, la globalización no facilita las cosas, porque no sólo «no vemos» lo que nos muestran, sino que las imágenes que nos imponen constituyen la propia historia, la pura y simple realidad.

De la misma manera, creemos conocer a aquellos que nos gobiernan, porque reconocemos su imagen. El efecto perverso de los medios de comunicación, independientemente de la realidad y las intenciones de quienes los dirigen, es que nos enseñan a reconocer, a creer que conocemos, y no a conocer, a aprender, ya que crean un mundo artificial con individuos reales. Y eso –créanme– es tremendo.

El «reino de las imágenes» y de los mensajes que circulan en todas direcciones y de forma instantánea, refuerza la ideología del presente. Hoy las tecnologías compiten con las religiones y las filosofías, porque, de hecho, recomponen el tiempo y el espacio.

Los medios de comunicación estructuran nuestro tiempo. Han cambiado nuestra relación con el espacio y nos han impuesto mediante la fuerza de las imágenes, una determinada idea de la belleza, de lo verdadero y del bien. También de lo habitual, de lo normal, de la norma, es decir, una cierta idea del consumo que no dejan de reproducir, porque son a su vez, bienes de consumo.

Todo esto nos muestra de forma inequívoca que son, en sí mismos, un poder decisorio. Es preciso enseñar, informar y formar de modo que sea posible evitar la alienación que supone para quienes la toman al pie de la letra.

En mi opinión, más que deseable, sería incluso preciso, enseñar a los jóvenes –incluyo los niños– a realizar películas y fotografías. Enseñarles a mover las imágenes y transformar el sentido diverso que pueden adquirir.

Las dificultades de la escritura permiten apreciar mejor los matices de la lectura, pero desgraciadamente, ante los medios de comunicación más «elaborados» no se adopta precaución alguna.

Cuando permitimos que los niños lean sin haberles enseñado también a escribir, lo que hacemos es anular toda posibilidad de poseer un espíritu crítico. De hecho, dejamos que «tomen» unos productos de cultura, por realidades de la naturaleza y así conseguimos su alienación.

Un premio Nobel de física en su día nos dijo aquello de: «La ciencia es una manera de enseñar cómo algo llega a saberse». Ahí está el tema. Qué es lo que no sabemos. En qué medida las cosas se saben, puesto que nada puede saberse de manera absoluta. Cómo manejar la duda y la incertidumbre. Cómo pensar acerca de las cosas de modo que puedan formarse juicios. Cómo distinguir la verdad del fraude, la verdad del espectáculo.

Así pues, es mucha la «cocina» en el mundo de la información, y lamentablemente, es inevitable.

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