José Manuel Pereda Renobales
Economista

La desinformación en la información

La desinformación en la información no es de ahora. Ha existido siempre. Han cambiado o, mejor dicho, se han se han ampliado los canales

Nunca antes la sociedad ha tenido tanto acceso a la información como tenemos ahora y, sin embargo, nunca se ha estado con un riesgo tan grande de desinformación. Solamente leemos los periódicos y vemos las televisiones que son afines a nuestras ideas, acudimos a redes sociales para compartir nuestras vidas con amigos y desconocidos, que votamos y nos votan en likes (me gusta), pero que nos redirigen en gustos y opiniones sin que seamos conscientes. Recientemente he tenido oportunidad de ver el documental “El dilema de las redes sociales” en el que antiguos responsables de las grandes empresas de redes sociales describen cómo, sin darnos cuenta, estas empresas manipulan los comportamientos y sentimientos de personas individuales o colectivos con un perfil determinado. Estamos hablando de empresas muy conocidas como Google, Facebook, Instagram, Twiter…

Todas te ofrecen información o entretenimiento. Te miden por número de seguidores. Te localizan posibles amigos de amigos comunes para que te puedas comunicar con ellos. Y totalmente gratis. Pero... ¿seguro que es gratis? Una de las reflexiones que nos deja el documental es que, si no pagas por el producto, el producto eres tú.

Cada vez que damos al botón de “me gusta” en alguna de estas redes sociales, abrimos unas páginas, realizamos comentarios sobre fotos o vídeos queda registrado y toda esa información pasa a ser analizada para ser vendida a terceras empresas de todo tipo.
¿Quién no recibe notificaciones o recomendaciones de compra, por ejemplo, de unas zapatillas después de haber consultado una página de venta de ese artículo?

El nivel de dependencia de estas plataformas es muy grande, sentimos la necesidad de estar conectadas a las mismas y cuanto más tiempo estemos conectados, más anuncios de productos vamos a tener. Hasta aquí, la inmensa mayoría damos por bueno el cambio de nuestros datos por oferta de productos a comprar. No parece que dañe a nadie.

Sin embargo, el uso indebido de esos datos o la emisión de fake news (noticias falsas) que se propagan rápidamente por las redes sin ningún tipo de control pueden generar estados de opinión que alteren a un grupo de personas, una economía o atente contra la propia democracia de un país. Y eso sí es para que estemos preocupados.

En Estados Unidos de América la venta indebida de los datos de 87 millones de usuarios por parte de Facebook a la empresa de consultoría política Cambdrige Analytica durante la campaña de las presidenciales de 2016 obligó a su fundador Mark Zuckerberg a someterse a un interrogatorio ante los senadores americanos, poniéndose de manifiesto una posible interferencia rusa en las elecciones americanas.

El presidente Trump, utilizando a menudo Twiter como medio de comunicación oficial, ha inundado de noticias falsas que han sido creídas y asumidas por un gran número de norteamericanos, dejando un país profundamente dividido y que han llevado incluso al asalto del Capitolio americano por parte de algunos de sus seguidores en lo que supone un claro atentado a la que se autodenomina primera democracia del mundo. Las noticias falsas se propagan por las redes seis veces más rápido que las verdaderas, según el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

Esta estrategia populista de comunicación ha sido copiada por dirigentes de otros países como Italia, Brasil, Inglaterra y también en el Estado español. Resulta curioso por ejemplo ver cómo un partido nuevo, Vox, ya es el primer partido seguido en Instagram, la plataforma favorita de los jóvenes, y tiene abiertas cuentas en Twitter y Facebook cuyas visitas no pararon de crecer tras las elecciones andaluzas del 2018.

El riesgo está ahí. Pero la desinformación en la información no es de ahora. Ha existido siempre. Han cambiado o, mejor dicho, se han ampliado los canales a través de los que se comunica y los medios que se utilizan para dirigirse al mercado potencial que es la sociedad, es decir, todos nosotros.

Recuerdo que hace 40 años un profesor del Colegio Escolapios, el padre Agustín Arriola “Tintxo” nos decía que para estar bien informados había que leer al menos cinco periódicos al día, pero que como ni nosotros ni él teníamos presupuesto para comprarlos todos los días, debíamos comprar un periódico diferente cada día. Que la noticia importante salía más de un día y la que no lo es a ninguno nos debería importar no leerla.

Hoy en día podemos leer, bien en papel bien a través de internet, un gran número de periódicos y revistas. Tenemos acceso a televisiones de diferentes países y a las redes sociales. No se trata de prescindir de algunos medios, sino de entender cómo funcionan, quienes son sus propietarios y de que pie cojean, para que nosotros controlemos la información que nos dan y no sean ellos los que te dirijan la información o desinformación.

Seguir o leer a personas que en principio no piensan como nosotros, además de ayudarte a cuestionar sobre certezas absolutas y ser enriquecedor, sirve para romper con los algoritmos de las redes que consiguen manipularnos.

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