Jesus González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe y ODAL – Observatorio de Derechos en América Latina

Qué pasa en América Latina

En este nuevo ciclo de protestas sociales hay un actor que ahora retoma un lugar que algunos pretendieron invisibilizar: los pueblos y organizaciones indígenas

El cambio de siglo supuso la apertura de un ciclo progresista en el que se trataron de revertir las políticas neoliberales, iniciando de esta forma un periodo de cambios profundos que, entre otras, consiguió una destacada redistribución de la riqueza, además del regreso del Estado con una importante preeminencia sobre los intereses de los mercados. Se mejoraban así las condiciones de vida de millones de personas en muchos de estos países; se recuperaba una cierta soberanía y dignidad frente al dictado de las antiguas élites y se avanzaba en transformaciones hacia nuevas sociedades más justas, participativas y democráticas, donde los caminos los marcaran las sociedades y no los mercados.

Pero, cierto agotamiento de estos procesos, desgastes causados por diferentes desaciertos y, especialmente, el contraataque de esas élites políticas y económicas tradicionales, locales e internacionales, asentaron la idea del final del ciclo progresista. Nada más lejos de la realidad.

La vuelta a las viejas políticas neoliberales no tenía nada que ofrecer a las grandes mayorías y, sabedoras de ello, esas políticas vienen ahora acompañadas por procesos de criminalización y represión que no tratan sino de frenar la protesta social. Así, a partir de los últimos meses del 2019 los estallidos sociales se extienden por Ecuador, Chile, Colombia, Haití, a los que se unirá pronto Bolivia, donde un nuevo golpe de Estado busca frustrar el camino de cambios estructurales iniciado en 2005. El paréntesis de la pandemia no hace sino ser eso, un simple paréntesis ante la incertidumbre. Pero, como se está demostrando en las calles de Colombia, la población tiene un temor mayor a las medidas neoliberales de los gobiernos que al virus y tras unos meses de cierta parálisis, la protesta social retoma con más fuerza las demandas de medidas que reviertan la pérdida de derechos sociales, económicos y políticos para avanzar en cuestiones como la mejora de las condiciones de vida de esas grandes mayorías. Medidas que reviertan la entrega de los sectores estratégicos a oligarquías y transnacionales, que no den continuidad a la destrucción de la naturaleza, o que recuperen la posibilidad real de poder ejercer los derechos por parte de aquellos sectores sociales más vulnerados por la violación continua de los mismos, como las mujeres, pueblos indígenas, LGTBI o el campesinado.

Así, primero fueron países como México y Argentina, quienes mediante procesos electorales mostraron el hartazgo social ante, en el primero de los casos, años de neoliberalismo y de guerras internas entre el narcotráfico e intereses oligárquicos que colocan a los pueblos de México en una diana permanente. En el caso de Argentina, la vuelta por una legislatura de las medidas neoliberales de la mano del macrismo fue suficiente para traer a la memoria popular medidas económicas que hicieron que este país, que en algún momento se creyó más europeo que americano, se hundiera en el empobrecimiento generalizado de su población.

Pero, en este nuevo ciclo de protestas sociales, hay un actor que ahora retoma un lugar que algunos pretendieron invisibilizar. Los pueblos y organizaciones indígenas han mostrado su fuerza y determinación ante los genocidios a los que han sido abocados en diferentes momentos de la historia del continente. Tuvieron un rol protagonista en las últimas décadas del siglo pasado al conseguir avances legislativos y normativos importantes, tanto en el marco estatal como en el internacional. Definieron, y hoy de nuevo definen, el camino que saca a Bolivia de esas viejas políticas y articula nuevas conceptualizaciones del Estado (plurinacional), de la economía (pública, cooperativa y comunitaria, además de privada) o de lo social mediante procesos de descolonización y despatriarcalización.

Pues bien, esos pueblos, aliados a múltiples sectores populares, hoy retoman su protagonismo y se hacen visibles en países como Colombia, Ecuador, Perú o Chile. Con cierta sorpresa para algunos asistimos a tiempos en los que las banderas indígenas, como la defensa del territorio y naturaleza, autodeterminación, complementariedad, Buen Vivir y un largo etcétera, penetran en la protesta social, en parlamentos y convenciones constituyentes y se comparten enriqueciendo los debates y estrategias para nuevas sociedades más justas y democráticas.

Ante esta situación desde el mundo enriquecido, ese que se considera cuna de la democracia y los derechos humanos, se impone el silencio político y mediático. No interesa saber que en Colombia la protesta social ha cumplido ya los dos meses y que acumula decenas de muertes, centenas de heridos y miles de detenidos y detenidas, además de desaparecidos y mujeres agredidas sexualmente por la policía. No se dice que en Perú, el Tribunal Electoral ha tardado casi dos meses en proclamar al ganador, ante las presiones de las derechas locales e internacionales que buscan la forma de revertir la decisión de las urnas. Hablan de Haití donde ha sido asesinado el presidente, pero no hablan de la protesta continua y el hundimiento social en el que este país lleva desde 2018.

Pero, si una imagen refunde y refleja lo que hoy ocurre en América Latina es la del nombramiento de una mujer mapuche, Elisa Loncón, asumiendo la presidencia de la Convención Constituyente en Chile. Sus primeras palabras, en un espacio aún regido por la constitución pinochetista, fueron repletas de significado: «esta fuerza es para todo el pueblo de Chile, para todos los sectores, para todas las regiones, para todos los pueblos y naciones originarias que nos acompañan, para sus organizaciones, para todos y todas. Este saludo y agradecimiento es también para la diversidad sexual, este saludo es también para las mujeres que caminaron contra todo sistema de dominación, agradecer que esta vez estamos instalando aquí una manera de ser plural, una manera de ser democráticos, una manera de ser participativos». Palabras que, aunque dirigidas a los pueblos de Chile, se suman a tantas intencionalidades expresadas en las protestas y demandas sociales en todo el continente y que reflejan que en América Latina se está caminando.

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