Imaginar escenarios más allá del determinismo geopolítico

Claro que hay alternativas a la guerra lanzada por Rusia contra Ucrania, cuyas consecuencias, tras diez días de ataques, siguen siendo una incógnita; tanto en el plano militar como en sus múltiples derivadas humanitarias, políticas, económicas, energéticas y climáticas. Aún no sabemos cuáles son las fuerzas que este giro de guion de la historia ha desatado, pero hay que tener presente que se puede incidir sobre ellas. No cabe renunciar a ello.

Lo contrario supone aceptar la ley de la jungla, en la que no solo se impone el más fuerte, sino que todos intentan ser el más fuerte. En nombre de la paz se arman ejércitos y en nombre de la libertad y la democracia se vetan medios y se encarcelan periodistas, como ha hecho Polonia esta semana con Pablo González, colaborador de GARA y NAIZ, entre otros. Su encarcelamiento, que debería ser inmediatamente revocado, es un peligroso precedente ahora que la labor periodística resulta fundamental para entender una guerra con la que nadie contaba.

Putin ha roto con aquello que –en un esquema por otra parte terrible– se presuponía esperable dentro de cierta racionalidad. Se explica, y es fácil entender, que Rusia se ha visto acorralada por el avance de la OTAN; un movimiento que rompe con las promesas realizadas a principios de los años 90. Es cierto; y cuestionar la agenda y la utilidad de una organización militar como la OTAN, que crea más problemas de los que resuelve, es pertinente. En este esquema, Putin habría querido aprovechar un momento política y económicamente favorable para reordenar los equilibrios continentales. Lo que casi nadie imaginaba es que esa tentativa pudiese pasar por invadir Ucrania, bajo el suicida cálculo de que la OTAN no responderá con la misma irresponsabilidad.

Putin ha reventado el tablero europeo –previamente pervertido– con un criminal ataque que deja ya centenares de miles de refugiados y algunos miles de fallecidos. También, igual que la OTAN, ha reducido a cenizas un acuerdo internacional, en este caso el Memorándum de Budapest, por el que Ucrania recibió en 1994 garantías –por parte de EEUU y Rusia– sobre su integridad a cambio de renunciar al arsenal nuclear que la desintegración de la URSS había dejado en su territorio.

Liberarse de la historia y la geografía

Hasta aquí llega una muy simplificada lectura geopolítica del actual conflicto. Es importante conocer los mapas y el pasado, pero el análisis no puede quedarse ahí; el ser humano es hijo de la geografía y la historia, pero no su esclavo. Hay que tener cuidado, porque el determinismo geopolítico es una apisonadora de utopías. Si por sus reglas fuera, en Cuba jamás habría triunfado una revolución a las puertas de EEUU y Argelia no podría haber doblegado al Estado francés. Tampoco, probablemente, seguiría existiendo en una diminuta esquina del Atlántico un pequeño pueblo como el vasco.

Los pueblos ruso y ucraniano no están condenados a la guerra, igual que Rusia y Europa occidental no están predestinados a chocar. El «No a la guerra» requiere una agenda y un horizonte, necesita contenido para no ser engullido por el ardor guerrero de estos días. Eso pasa, en primer lugar, por una denuncia tajante de la ofensiva rusa. Decir «no a la guerra» en 2003 no quería decir «sí a Saddam», eso lo entendía todo el mundo. Moscú debe detener la invasión y retirar sus tropas. Punto.
En segundo término, urge defender una emancipación europea respecto a la tutela político-militar estadounidense. Esto pasa, como mínimo, por un paso atrás de la OTAN en favor del diálogo entre europeos, lo cual incluye a Rusia. Hay organismos mucho más adecuados para canalizar ese proceso que la Alianza Atlántica, como el Consejo de Europa o la OSCE, creada en la Guerra Fría precisamente para impulsar la mediación entre Estados europeos en favor de una seguridad colectiva. Que no se hable de ellos es descorazonador. Como dramático resulta que la tan aplaudida respuesta europea –cuyos resultados están por ver, desde luego– ­­­pase por planes masivos de rearme como los anunciados por Alemania.

Cuando todo se complica tanto, a veces hay que volver a lo básico: un mundo más armado nunca será un mundo más seguro. La doctrina de la destrucción mutua asegurada no es para nada equilibrada, es demencial. Ni la historia ni la geografía condenan a los pueblos a guerrear. Escalar un conflicto para desescalarlo es temerario, y nunca dará como resultado una paz justa. La manera de parar una guerra en marcha pasa por poner las bases para que no haya una siguiente.

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