Las reglas cargadas de Madrid ahogan al país

El Tribunal Superior de Justicia de la CAV (TSJPV) informó ayer de que planteará una cuestión de inconstitucionalidad sobre el artículo de la Ley de Instituciones Locales que establece que el euskara será «lengua de servicio y lengua de trabajo de uso normal y general» en los ayuntamientos de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. El procedimiento comenzó a raíz de la admisión a trámite de una denuncia de Vox por una supuesta «discriminación al castellano» y ahora será el Tribunal Constitucional, con el visto bueno de la Fiscalía, el que decida.

La línea abierta con la sentencia del TSJPV que anulaba los requisitos lingüísticos en una oposición a policía municipal en el Ayuntamiento de Irun continúa ahora con esta cuestión de inconstitucionalidad. La lógica que los jueces siguen en ambas cuestiones es la misma: cualquier exigencia relacionada con el euskara en la Administración, por mínima que sea, se considera una discriminación hacia los castellanoparlantes y, por tanto, contraria al ordenamiento jurídico. Una igualdad jurídica que no considera la desigualdad de facto en la que se encuentran las dos lenguas oficiales: mientras el castellano domina en todos los ámbitos de la comunicación, la situación del euskara es crítica; sin embargo, cualquier intento por normalizar su uso es sistemáticamente anulado, utilizando para ello la coartada de la igualdad. La conclusión no por repetida hay que dejar de formularla una vez más: en el actual ordenamiento jurídico-político no hay ni igualdad ni justicia ni mucho menos normalización para el euskara.

Jugar con las reglas cargadas de la descentralización administrativa que estableció Madrid sirve para dar una imagen de bilateralidad y de igualdad, que el PNV explota con esmero y maestría, pero que mantiene una situación de dependencia que impide cualquier avance en la construcción de los fundamentos de un país. Insistir en declaraciones ya realizadas sobre el nuevo estatus apenas sirve para demostrar un inmovilismo preocupante. Mientras, el euskara languidece atrapado por la «igualdad» española.

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