Koldo Landaluze

Julio Cortázar, el cronopio que subvirtió la literatura

El martes se cumplieron 35 años de la muerte de Julio Cortázar, el escritor, poeta y gran cronopio argentino que desafió los cánones de la literatura con piezas maestras como ‘Rayuela’, publicada en 1963.

Juli Cortázar fotografiado en los jardines Unesco de París. Sara Facio / CC
Juli Cortázar fotografiado en los jardines Unesco de París. Sara Facio / CC

«Asumido que a nosotros no nos regalaron un reloj sino que, por el contrario, fuimos nosotros los regalados en el cumpleaños del reloj, cerramos los ojos en un intento por cruzar al otro lado de un espejo habitado por sueños que empequeñecen nuestra rutina diaria. En las noches dormidas murmura el surtidor de nuestro baño y mientras su ronroneo alimenta los sueños, en el cuarto de baño se escenifica lo que no debe ser visto por los durmientes. A oscuras, estrecha e inevitablemente ligados a la corta distancia que les dicta el vaso vacío que comparten, dos cepillos de dientes se miran fijamente. Acompañados por el sonido de la trompeta del enormísimo cronopio Louis Armstrong, los dos cepillos sufren por no tener brazos con los que poder abrazarse y para paliar este cruel fallo, muy habitual entre los fabricantes de cepillos de dientes, alguien escribe para ellos un abrazo y un beso que suena así «toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja».

El autor de este verso se llamaba Julio Cortázar y lo incluyó entre las páginas de ese libro multiplicado hasta el infinito titulado ‘Rayuela’.

Esa geografía llamada Cortázar

Miguel Herráez es catedrático de Literatura Española en la facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia. Entre sus novelas figuran ‘Click’, ‘Confía en mi’, ‘Bajo la lluvia’ y ‘Detrás de los tilos’ y en su faceta como ensayista destacan trabajos tan prestigiosos como los que ha dedicado al tardofranquismo y a su siempre admirado Julio Cortázar: ‘Dos ciudades en Julio Cortázar’ y ‘Julio Cortázar, una vida de exiliado’.

En opinión de Herráez, los parámetros que hay que seguir a la hora de adentrarse en una obra como la de Cortázar se fundamentan en la idea de que se trata de una invitación para recorrer un imaginario «en el que no hay dos partes excluyentes –realidad y fantasía– y configuradoras del mundo, sino que es la realidad quien se desdobla y genera las situaciones fantásticas. Esa es la constante por la que se rige su literatura, siendo también el eje en el que él creía en el terreno vital del día a día. Hay unos órdenes clandestinos, resbaladizos, permeables, que poco tienen que ver con las percepciones aristotélicas al uso, órdenes que determinan la existencia del ser humano. En ese ideario, él apelaba a la acción de lo que aceptamos como azar, pero que, para él, no era tal».

En mitad de este mapa de fisonomía cambiante topamos con la dualidad Buenos Aires-París. Una bifurcación que, en palabras de Herráez, «son espacios míticos para él. La ciudad de Buenos Aires queda conectada a su juventud y al primer encuentro con el mundo, su acceso posterior a la experiencia de esa primera etapa de su vida que se prolonga hasta 1951. Es el imaginario que construye a base de los pasajes –en especial el Güemes, claro–, el Luna Park y las sesiones de boxeo, las botellas de Hesperidina, el subte y el universo de las calles porteñas, Florida, Suipacha, Maipú, las lecherías, el puerto. En cuanto a París, esta era un poco, y así lo dijo, la mujer de su vida. Es la ciudad mítica porque cuando caminaba por ella caminaba hacia sí mismo: calles, puentes, pasajes –el Vivianne, claro–, métro, el canal de Saint-Martin. Cortázar encarna a la perfección el flâneur baudelairiano. Su conocimiento de París, del París callejeado, era extraordinario».

Para Herráez la gran aportación de Cortázar a la literatura «significa la apuesta joyceana, la transgresión en el espacio de la novela en castellano. Hasta ‘Rayuela’, aun con sabios antecedentes como son los narradores argentinos Roberto Arlt con sus aguafuertes porteños, o Leopoldo Marechal y su ‘Adán buenosayres’, nadie a ambos lados del Atlántico se había atrevido a dislocar la estructura narrativa de un modo tan explícito, nadie había apelado a un lector activo y exigente, participativo, como debe serlo el de Cortázar».

‘Rayuela’, la antinovela

‘Rayuela’ pasa por ser no solo una de las obras más renombradas de Cortázar, sino que ha sido señalada como una de las piezas fundamentales del llamado “Boom latinoamericano”.

Poco antes de finalizar su escritura, el autor argentino escribió a su amigo Paul Blackburn –poeta estadounidense y traductor de varias de sus obras– en estos términos, «si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana».

A lo largo de sus cartas y textos, el autor se esmeró a la hora de dotar un adjetivo aproximado a su obra. Llegó a definirla como «antinovela», «contralibro» o «la crónica de una locura» pero siempre fue consciente de que su obra no dejaría a nadie indiferente. «En realidad –afirmó Cortázar– me propongo empezar por el final, y mandar al lector a que busque en diferentes partes del libro, como en la guía del teléfono, mediante un sistema de remisiones que será la tortura del pobre imprentero... si semejante libro encuentra editor, cosa que dudo».