11 SEPT. 2019 - 00:00h Delta del Ebro, entre la tierra y el mar Después de recorrer 908 kilómetros por la Península Ibérica, el Ebro llega a orillas del Mediterráneo con la disposición de entregarse a sus aguas saladas, lo que le otorga a este rincón el honor y, a la vez, el reto de ser Reserva de la Biosfera. Los paisajes del Delta del Ebro son relajantes. Oriol Clavera Un flamenco sobrevuela unos campos de arroz. Su alargada silueta, más incluso que el rosa de su plumaje, le delata. Lo observamos desde uno cualquiera de los cientos de caminos y estrechas carreteras que, con trazos rectos, discurren entre los campos del Delta del Ebro, la mayor zona húmeda de los Països Catalans que, con sus 320 kilómetros cuadrados, se extiende entre las comarcas del Montsià, en la orilla sur del río, y el Baix Ebre, en su orilla norte. Estos meses de setiembre y octubre, cuando el arroz se está segando y muchos pájaros empiezan su migración hacia el sur, hacen del Delta uno de los sitios indispensables para parar. Aquí comen y descansan de sus migraciones, algunas de ellas de miles de kilómetros. Si fuéramos el flamenco veríamos la inconfundible forma del Delta desde lo alto. Pero nos tenemos que conformar con el Google Maps o, con un poco de suerte, camino de algún lugar, verlo a vista de pájaro cuando lo sobrevolamos desde un avión. En la margen izquierda está la bahía del Fangar, con el majestuoso faro que se levanta en el extremo de la lengua de arena que, si se alargara un poco más, llegaría hasta el pueblo de l’Ampolla convirtiendo la bahía en un lago. La margen derecha aparece con la característica Punta de la Banya y la playa del Trabucador, formadas ambas por siglos de sedimentos traídos por el río y depositados por la corriente marina. Ambas arropan una bahía, la dels Alfacs, convertida en un inmenso puerto natural donde se encuentra la flota pesquera de Sant Carles de la Ràpita. En ambas, multitud de viveros artificiales, las mejilloneras, se disponen en formación casi milimétrica y producen tanto este molusco anaranjado como, desde 1970, las apreciada ostra arrissada. Pesca, arroz y sal En estas mismas aguas pescan Ramón Machino y Paco Rosales con las artes denominadas al rosegall y a batre. Y también lo hace Mariano Saragossa, más conocido como Mayans, de una forma artesanal y casi podríamos decir que artística. Lo hacen tal como lo aprendieron de sus antepasados, con la paciencia, el saber hacer y la técnica que solo el día a día y el amor por un oficio hace que sigan con esta práctica profundamente respetuosa con el entorno. Mayans, tras llevar su bote a las zonas menos profundas, va calando la red como si dibujara una caracola en el agua para, seguidamente, bajar y con el agua hasta las rodillas, empezar la faena. Con avidez localiza los peces escondidos bajo la arena y, con un movimiento rápido pero a la vez suave, los coge con la mano... y al cabàs. Es la pesca a la paupa, como si palparan el fondo marino con las manos. Un tipo de pesca que podemos llevar a cabo, siguiendo sus explicaciones y su ayuda, como una actividad turística más del lugar (más información, en www.terresdelebre.travel). Otra forma de acercarnos a un territorio y al quehacer de su gente. Junto con el arroz y la sal, la pesca es la principal fuente de riqueza del Delta. Una conjunción de tierra y mar, en un equilibrio constante con el Parc Natural que un 1983 se creó para salvaguardar un ecosistema rico, gracias a la confluencia del medio marino y continental, pero a la vez frágil. En él se han citado más de 360 especies de aves pertenecientes a las familias de las gaviotas, ardeidos, paseriformes de carrizal y anátidas, entre otras. Lugar de nidificación y cría (la mitad de la población mundial de gaviota corsa cría en el Delta, por poner solo un ejemplo destacable, pero también la gaviota picofina, el flamenco, la pagaza piconegra, el charrán...) es la zona de descanso en las migraciones de muchas especies, que lo hace también un lugar ideal para los amantes de la ornitología. Un Delta que esconde rincones especialmente ricos y protegidos –de acceso restringido– como la Illa de Buda, de titularidad en parte pública (del Parque) y en parte privada, donde se cultiva el arroz. Situada entre el río y el canal de Migjorn, en ella encontramos una representación de todos los ambientes existentes en el Delta: el río, las lagunas (o calaixos, como se denominan aquí, comunicados constantemente con el mar), salobrares, arrozales, playas y bosque de ribera. Un Delta y un río que «és vida», como dice la consigna de aquellos que quieren salvar un paisaje de gran riqueza natural y humana de la amenaza del Plan Hidrológico Nacional planificado desde Madrid –y como lo es también la acumulación de los sedimentos en los distintos embalses a lo largo de su curso que no llegan al Delta–. Una vida que va desde lo más salvaje de la naturaleza, a una arquitectura –la tradicional y casi desaparecida barraca–, y unas actividades pesqueras y agrícolas que nos alimenta. Un territorio que enamora a quien se acerca a él, a ritmo de la jota de l’Ebre –la canción improvisada propia de este rincón de país– y que invita a ir descubriéndolo a pies descalzos, como antiguamente plantaban el arroz los arrossaires, y con todos los sentidos atentos y con sed de vida.