GAIAK

El segundo paso en pareja


En todas las relaciones de intimidad, esas en las que dos personas pueden mostrarse y dejar al descubierto su forma de ser y sentimientos, esas que satisfacen necesidades interpersonales, a veces van en el mismo paquete la comprensión y la confrontación, la afinidad y la diferencia, el contar incondicionalmente con el otro y el temor a que haya alguna condición que nos aleje.

Cuando encontramos la posibilidad de crear una relación así, nos llenamos de expectativa y, poco a poco, también de esperanza de que –esta vez sí– podamos cubrir necesidades no cubiertas. En el caso de las parejas nuevas que se forman, esta sensación es habitualmente reconocible. Y la misma posibilidad de entendimiento que en un primer momento nos atrae con euforia, a medida que la relación se establece y va consolidándose, se convierte en otra bastante diferente, que cursa con temor e inseguridad: quizá lo que anhelamos con tanta ansia no pueda ser tampoco aquí. Normalmente, al mismo tiempo que empezamos a notar mayor cercanía, mayor comprensión, cuando empezamos a terminarnos las frases o a pensar que la otra persona es el ideal que llevábamos tiempo esperando, también empiezan a acumularse en nosotros las pequeñas impurezas resultantes del encuentro entre dos subjetividades diferentes, únicas.

Estas impurezas son las disensiones, las pequeñas desintonías, los malentendidos, las desilusiones diminutas o no tanto, que suceden después de estar suficientemente cerca. Por poner un símil, nos referimos a ese momento en el que nos damos cuenta de que al otro le huele un poco el aliento –y no nos habíamos dado cuenta–, camina con un pie zambo –y nos había pasado desapercibido–, o siempre usa un tono ligeramente irritante cuando habla de según qué cosas –lo cual antes no tenía mayor importancia–.

Normalmente empezamos a fijarnos en este tipo de cosas una vez que otros aspectos más importantes se han asentado y podemos relajarnos de la tensión inicial. Evidentemente, en este momento no nos damos cuenta solo de los aspectos físicos que nos llaman la atención o nos gustan menos, del matiz, sino también de aspectos relacionales y psicológicos que igual sentimos desintonizados. Es curioso que, a medida que se incrementa la cercanía y la presentación inicial va dando paso al siguiente estadio, como decíamos, no es extraño que se empiecen a poner en juego las maneras que nos acompañan históricamente para este tipo de relaciones. Quizá venimos resentidos de una relación anterior, heridos o suspicaces, quizá nada de eso pero, en general, desconfiamos de los halagos, o tenemos la necesidad de inflar nuestros logros por si no gustamos al otro, sentimos vergüenza o inseguridad… Y quizá ni nosotros mismos nos hemos percatado de que esto nos acompañaba a esta nueva relación, pero un día nos encontramos sintiéndolo… Y lanzándoselo al otro.

A pesar de lo que pueda parecer, esto solo se da cuando se ha avanzado en la intimidad, cuando estamos más cerca del otro y nos encontramos suficientemente seguros como para probar lo antiguo con una persona nueva. Suena paradójico pero estos desencuentros cuentan siempre una historia, y son la evidencia de un nuevo intento de que esta vez suceda algo diferente, y finalmente se cubra algún tipo de necesidad no cubierta en el pasado –“con esta persona tan especial que, esta vez sí, me va a entender completamente”–. Sin embargo, lo diferente que puede suceder no es necesariamente que esta persona nueva haga por nosotros lo que otros no han hecho; quizá solo necesitamos escucharnos y poner los límites necesarios para que los asuntos pendientes de cada cual no copen toda la intimidad. Quizá esos límites son más importantes que responder incondicionalmente a lo que nos pidan. Si dichos límites se aceptan y contienen el ansia que acompaña a las necesidades pendientes, entonces, podremos empezar a vernos de verdad. Será una nueva fase.